Vámonos entonces, tú y yo, cuando el ocaso se extiende por cielo como un paciente anestesiado en una mesa. T.S. Eliot
I En las salas de espera comienza el camino nunca en el camino, en la cafetera que nos regala intentos sin cafeína, en una televisión encendida, un periódico del día, tristes viejos sillones en los que nos entretenemos con las cosas gratis, nos engañamos. Miramos el piso, le encontramos formas a sus manchas. Cada minuto pasa en una pantalla. Uno más lento que el anterior. El tiempo se mueve en el aburrimiento. Sopas instantáneas y papas fritas; aguardamos, esperamos, somos vagabundos debajo de un árbol imaginario a lado del camino, desesperamos, otra vez.
Pasajeros con destino a la Ciudad de México, con boleto de las 17 horas con 15 minutos, favor de formarse en la puerta 6.
Un altavoz, como silbato de acento chirriante demanda desde su omnipresencia. Dios de Central Camionera que manifiesta su poder a través de una fila.
Como pasajeros en éxodo, jalamos maletas y cajas. Poseemos el oficio de doblar ropa y guardar al vacío el itacate. Miramos de reojo la espalda del otro, mejor dicho, lo barremos hasta las nalgas, resignados a que el de atrás haga lo mismo con nosotros. Resignados a entretener el aburrimiento como hábito, en el acto reflejo de pasear los ojos por dónde se pueda. El Juicio Final es hoy; o parece. En las centrales, cada viernes es juicio final. Consultamos el reloj, hojeámos una revista, esperan, vigilamos cada cierto tiempo el equipaje. La fila se mueve, en la puerta que va al andén un policia nos pasa el detector de metal por el tronco y las piernas, nos recoge el boleto, lo corta sin mirar la hora, repite: Ciudad de México, anden cinco, Ciudad de México, autobús 34. Abordamos con la prisa de la muerte, y nos vamos, nosotros.
II Somos pasajeros que lloramos en el autobús porque el autobús no para, no transpira preocupaciones. Orondo fluje por el camino. Inundamos los autobuses con caras largas y almuerzos aplastados. Viajamos en tercera clase. Volvemos a casa con el olor del aire acondicionado en el abrigo. Reclinamos el asiento. Oímos a Los Tucanes y nos quitamos los zapatos. Mintieron al decir que los viajes enriquecen: nadie se vuelve millonario viajando en tercera clase. El autobús es una maquinaria de objetos perdidos, grabado en el epitafio de los condenados a la espera. Una calca de tiempo. ¿Cómo se describe una carretera? ¿Cómo se guarda el horizonte que pasa en la ventanilla? Los viajeros nos alimentamos de líneas del pavimento; pintura agrietada. seis horas, ocho horas, diez horas… En la carretera, no somos Sal Paradise, no hubo Neal Cassidy, ofreciéndonos dejarlo todo por una mano llena de bencedrina. No somos, tampoco, Phileas Fogg ni volamos en globo. Nuestro viaje no implica dejar nuestra tetera y su ruido de alacena. Somos pasajeros enamorados de 2806 kilómetros de 30 horas, de la doble vida, de ser nómadas con un sombrero lleno de lluvia y boletos de ida y vuelta. seis horas, ocho horas, diez horas…
III A través de montañas viajamos, el deseo queda lejos, no hay despedida. En el fondo gritamos, siempre gritamos porque el camino es más largo que el Nilo. El camino nunca deja de crecer. Recogemos las piernas del asiento hasta tullirnos, hasta querer tener otro apellido. Hasta que la vergüenza y el miedo no nos cubran.
A veces la luz se apaga y todos los pasajeros somos accidentes.
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