Nuestros esfuerzos son como los de los troyanos
pensamos que con decisión y con audacia
podríamos cambiar el curso del destino.

Constantino Cavafis




Si pienso en alguien que haya vuelto a casa después de muchos años de ausencia, el primero que me viene a la cabeza es Ulises; tal vez porque la Odisea es uno de los libros que más recuerdo, aunque también debe ser porque creo que todos somos una suerte de viajero que tras librar diversas batallas alcanza el punto final de nuestro destino. Luego de casi veinte años de haber zarpado, Ulises volvió a Ítaca, cuánto le tomó y lo que le costó fue cuestión del hado.

La vida nos muestra que existen lugares, caminos, eventos y personas que son ineludibles, a pesar de que en ocasiones nos empeñemos en creer lo contrario, tal como lo dice el poeta del epígrafe: tarde o temprano uno encuentra su destino o éste lo encuentra a uno.


Ítaca

Cuando no viajamos físicamente lo hacemos con la imaginación. Las historias nos permiten conocer lugares y personas con las que muchas veces ni siquiera llegamos a tener contacto. La palabra, escrita u oral, es el talego memorioso de la humanidad.

Gracias a las anécdotas de mis padres supe y visité por primera vez Santa María Lachichina, un pueblo zapoteco situado en la Sierra Juárez, más arriba de Ixtlán y Guelatao, entre los pueblos del Rincón, donde los mapas impresos ya no señalan poblaciones e incluso cuesta trabajo localizar en Google Earth.


Santa María Lachichina tiene la mitad del nombre en zapoteco. He inquirido sobre su significado completo en español y he hallado dos posibles respuestas. La primera de ellas: “Santa María, lugar bonito” porque lachi significa bonito en zapoteco de la Sierra Norte y al contener en su nombre tal morfema, Santa María devendría un lugar bonito. La segunda: “Santa María, tierra fundada por diez familias” porque lachi también significa tierra plana, chi diez y na mano.

Deliberadamente creo, porque mi conocimiento filológico del zapoteco es prácticamente nulo, que el significado que mejor le viene al pueblo es: “Santa María, tierra bonita” ya que es un lugar hermoso: verde por todas partes, con yacimientos de agua que borbotean desde las paredes serranas y escurren sus delicados riachuelos entre las casas de adobe y teja. Todos los días, durante el alba y el crepúsculo, una masa de neblina esconde al pueblo de los ojos mortales; pero tal belleza sólo la confirmé en el invierno de 2008.

Durante poco más de dos décadas Lachichina fue para mí un lugar reconstruido por las historias que había escuchado: la tierra de la que muchos años atrás habían partido mis progenitores; donde estaban por lo menos dos terceras partes de mi familia (a las que no conocía más que de nombre); el lugar de una lengua ajena, la de mis padres y que nunca aprendí; en fin, en la lejana Santa María Lachichina estaba todo mi origen y lo que explicaba buena parte de mi ser y yo, sin embargo, jamás había pisado sus tierras.

“Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió…”1

No recuerdo bien bajo qué circunstancias llegó el invierno de 2008, cuando mis padres decidieron que debíamos visitar todos juntos el pueblo. A lo mejor pensaron que si no íbamos en ese momento, jamás lo haríamos en otro, o tuvieron miedo de que les ocurriera lo mismo que a Dolores Preciado, que sí le ocurrió a algunos familiares. Después de cinco años de aquel viaje, sé que su miedo no era infundado. El regreso, aunque breve, lo planeamos durante varios meses. Creo que lo que más complicaba las cosas era su indecisión. No estaban seguros de la prudencia de la vuelta.

Recuerdo que siempre me costó trabajo quedarme callada cuando preguntaban de dónde venía mi familia y por qué éramos tan retraídos; así que durante años mentí, agregué y recompuse la historia de nuestro pasado. Es la primera vez que lo confieso. Durante años dije que sí conocía a mis abuelos y que los visitaba a menudo, allá en Oaxaca; no obstante, siempre olvidaba a propósito qué lugar del estado era el que visitábamos. Esa mentira empezó cuando era niña y se extendió hasta los primeros años de la universidad porque no me gustaba sentir que no estaba enterada de lo que hacía la mayor parte de mi familia o siquiera que la tenía.

A muchos les cuesta trabajo comprender este tipo de silencio, incluso a mí me costó asimilar por qué mis padres no querían regresar y que ese viaje de 2008 los hizo pasar por un intenso torbellino de recuerdos y sentimientos que aún ahora les pesa repetir.

 

Eldorado


Eldorado de Laurent Gaudé cuenta la historia de Soleiman y Jamal, un par de hermanos que intenta salir de Sudán para llegar a Europa y así mejorar su destino y el de su futura descendencia. A la par, la novela narra la historia de un centinela italiano, Salvatore Piracci, que renuncia a la pesada carga de detener a los migrantes para luego volverse también él, a su manera, uno de ellos. El nombre de la novela seguramente fue inspirado por la mítica ciudad buscada por los conquistadores españoles: El dorado representa el paraíso del viajero.

De las dos historias imbricadas en la narración, ahora me interesa la primera; más precisamente, una escena ocurrida entre Soleiman y Jamal. El día previo al inicio de su éxodo, ambos hermanos se encuentran en un café del centro de la ciudad, están meditabundos, embebidos en sus pensamientos. Entonces leemos lo que ocurre en la mente de Jamal:

J’ai vingt-cinq ans. Le reste de ma vie va se dérouler dans un lieu dont je ne sais rien, que je ne connais pas et que je ne choisirai peut-être même pas. Nous allons laisser derrière nous la tombe de nos ancêtres. Nous allons laisser notre nom, ce beau nom qui fait que nous sommes ici de gens que l’on respecte. Parce que le quartier connaît l’histoire de notre famille. Il est encore, dans les rues d’ici, des vieillards qui connurent nos grands-parents. Nous laisserons ce nom ici, accroché aux branches des arbres comme un vêtement d’enfant abandonné que personne ne vient réclamer. Là où nous irons, nous ne serons rien. Des pauvres. Sans histoire. Sans argent.2



Las líneas de Gaudé son punzantes. Cualquiera que haya dejado su tierra natal, empujado por las circunstancias más que por elección propia y con la improbabilidad del regreso, sabe lo que significan. Los sentimientos producidos por el viaje en el migrante en tal situación son los mismos en cualquier lado, no importa de dónde se venga o a dónde se vaya: Estados Unidos, Europa o la misma capital del país.

Mi madre y mi padre, cada uno por su lado, se instalaron en la Ciudad de México para construir un mejor destino para su todavía inexistente descendencia y experimentaron sentimientos similares a los de los personajes de Eldorado. Como ellos, abandonaron un pasado, un apellido que cuando menos era respetado entre los suyos y, además, ocultaron su lengua originaria para evitar, en la medida de lo posible, la discriminación. Es duro decirlo, pero no reconocerlo es peor.

En mi casa siempre se hablaron dos lenguas: el zapoteco y el español; ahí adentro, siempre convivieron dos realidades: la de afuera y la nuestra. Vivíamos en una suerte de exilio dentro de nuestro propio país, en el silencio de lo que realmente éramos: indígenas zapotecas. Al principio no entendía muy bien por qué mis padres nos decían a mis hermanos y a mí: “pero no le digan a nadie” luego seguí sin entender, pero me acostumbré.

Así de costoso es el Eldorado: hay que renunciar al pasado o, cuando menos, hay que saber ocultarlo bien.

Je me suis trompé. Aucune frontière n’est facile à franchir. Il faut forcement abandonner quelque chose derrière soi. Nous avons cru pouvoir passer sans sentir la moindre difficulté, mais il faut s’arracher la peau pour quitter son pays. Et qu’il n’y ait ni fils barbelés ni poste frontière n’y change rien. J’ai laissé mon frère derrière moi, comme une chaussure que l’on perd dans la course. Aucune frontière ne vous laisse passer sereinement. Elles blessent toutes.”3

 

 

El eterno retorno


Durante la universidad, en un seminario de crítica literaria, conocí la poesía de Constantino Cavafis. En aquella ocasión leímos Ítaca en voz alta. Primero el maestro solo, luego cada uno de los presentes repitió una parte, uno tras otro hasta completar no sé cuántas veces la totalidad de los versos.  El impacto de las palabras de Cavafis debió ser distinto para cada uno de los participantes, para mí fueron decisivas.

Después de la lectura del poema comenzamos a hablar sobre la vuelta al origen dentro de la literatura y en la vida. Bajo la idea del eterno retorno se concibe el tiempo circular como una especie de eterno presente que se reintegra periódicamente al nuestro. ¿Pero qué es lo que se reintegra en ese tiempo circular? El origen.

Mircea Eliade afirma que en los mitos se relatan acontecimientos que tuvieron lugar en un tiempo primordial: en el tiempo fabuloso de los comienzos. En ellos es narrado cómo llega a la existencia una realidad. Los mitos se desarrollan en tiempos y espacios imaginarios. Todos contienen la idea de origen y esconden una realidad anterior a las cosas; me parece que esto, aunado a los sentimientos que tenemos por la tierra de donde provenimos, explica por qué solemos mitificarla y acrecentamos nuestro deseo por volver a ella. Por destino volvemos al origen, pero también por necesidad.

En la época en que supe de Cavafis no vivía con mis padres, pero los visitaba a menudo. La ocasión en que fui a verlos después de aquella clase, les conté lo que nos había dicho el profesor: “todo tiende a volver a su origen”. Creo que sintieron lo mismo que yo al escuchar la frase: ¿cuál sería el destino del que regresa? Fue la primera vez que consideré vivir en Oaxaca.




Navegar es preciso


Una de mis canciones preferidas de Caetano Veloso es Os argonautas pues me parece que invita a zarpar, como los argonautas, como los marineros. La vida es algo así como la canción de Caetano, que musicaliza un poema de Fernando Pessoa y que, a su vez, contiene las palabras de Pompeyo: “navegar es preciso; vivir no es preciso”. La vida es un continuo viaje. Viajar es vivir. Moverse es vivir.

¿A Ítaca? Tal vez, si Ítaca implica la fuerza para aventurarse. Pienso en esto cuando recién he abordado el autobús para ir a vivir a Oaxaca y veo a mis padres del otro lado del cristal de la estación: sus rostros revelan más incertidumbre y preocupación que alegría. Ninguno de los tres sabe lo que pasará después de que me marche, pero siento que reconocemos la importancia de la embarcación. ¿Acaso es el inicio de la vuelta a Ítaca o un repentino viraje causado por una pulsión originaria?
 

 

 


Ilustraciones:

Mosaico Ulises y las sirenas, Museo del Bardo https://daupare.lamula.pe
  marchelo28 www.freeimages.com
Woopidoo2 www.freeimages.com
 


1 Juan Rulfo, Pedro Páramo.
2 Laurent Gaudé: Eldorado. Arles, Actes du Sud, 2006 (Babelia), p.46: Tengo veinticinco años. El resto de mi vida sucederá en un lugar del que no sé nada, que no conozco y que, posiblemente, tampoco escoja. Dejaremos tras nosotros la tumba de nuestros ancestros. Abandonaremos nuestro apellido, este hermoso apellido que nos hace aquí gente de respeto. Porque la colonia conoce la historia de nuestra familia. En las calles de aquí todavía hay viejos que conocieron a nuestros abuelos. Dejaremos ese apellido aquí, colgado en las ramas de los árboles como una prenda de niño abandonada que nadie viene a reclamar. Allá donde iremos, seremos nadie. Pobres. Sin historia. Sin dinero.
3 Ibid., p. 99: Me equivoqué. Ninguna frontera es sencilla de atravesar. Es forzosamente necesario dejar algo detrás de uno. Creímos que podríamos pasar sin experimentar la menor dificultad, pero es necesario arrancarse la piel para abandonar su país y no hay alambre de púas ni puesto fronterizo que cambie algo. Dejé a mi hermano tras de mí, como un zapato que se pierde en el camino. Ninguna frontera te permite pasar serenamente. Todas lastiman.

 


Pamela Flores (Ciudad de México, 1986). Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Estudia la licenciatura en Enseñanza del Francés en un programa conjunto entre la UPN y la Universidad de Borgoña. Ha dado clases de español, argumentación y cultura mexicana en México y en Francia. Realiza traducciones del francés al español y ha colaborado en algunas publicaciones de la UNAM. En 2014 ganó una mención honorífica en el concurso 45 de la revista Punto de partida con el ensayo que publicamos.

 

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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