Servando Teresa de Mier Señor nuestro, dueño del mar, la tierra y las tempestades, hablemos en voz baja de esta nave que sostiene nuestro grito y nuestra espera, de este océano intensamente rojo que nos impide el paso, de los hombres que llevamos las consignas secas en la boca y el desamor en los labios.
Vamos a hablar de los días de Santo Tomás Quetzalcoatl predicando la fe antes de la llegada de los misioneros, vamos a hablar de la virgen madre Tonantzin y del cristianismo que no trajeron los españoles. Vamos a hablar del miedo, de la angustia que ciega nuestros corazones, de esta angosta corriente que nos lleva a Escila y a Caribdis, que atraen a los navíos a sus rocas y dan muerte a los navegantes, vamos a hablar de la misericordia, de la piedad que hoy invoco para estos marinos, y para los tantos millones de hombres que no hablamos inglés.
Señor nuestro, dueño de todo bajo el sol, concédenos ruta a favor del viento, sopla auras propicias para estos hombres que hablan el lenguaje de las ruinas.
Estrofa 1 Coro
Habla, ahora que el timón es juguete de las olas, de la lluvia quieta, de los vientos sin rumbo, y la noche que nunca ha cobijado tus sueños, dime en qué piensas ahora que los dioses se han ido, y no hay potestades que puedan traer el día sereno ni el sueño dulce sobre la cabeza de los hombres.
Dime del grito de las gaviotas y de los obituarios tejidos en las velas y los remos, háblame de las mujeres con la mirada vidriosa de la morfina, dime del canto de las sirenas que ya no cantan, que hoy te ignoran y prefieren sacar sus lengüitas desde el agua, riendo de nuestras pobres vidas.
Habla de la lluvia en los días de amor de Chichén, de las altas y cruentas soledades de Monte Albán, mientras dibujas sobre el vidrio los viejos organitos de Montmartre.
Oh, tú, que das vuelta al timón, escribe un tango bello y triste como nuestros pueblos, y acuérdate del río de la plata, de su corriente demasiado doméstica y vulgar, acuérdate de sus náyades que no envejecen nunca, de los prostíbulos y sus vírgenes rompehuelgas.
Oh, tú, que das vuelta al timón, acuérdate de Diocles, el ahogado, que no vio de nuevo su tierra y en aguas extranjeras destruye su cuerpo el oleaje. Eurípilo (Encuentro con Febo) Le hablé de las cenizas, del olvido y los mayores, de los brazos y los remos que han fatigado a los mares, de las arduas tormentas, de este nuevo redoble de tambor y las batallas que han torcido el destino.
Le hablé de la tierra en muñones que hoy heredamos, de la tierra de cadáveres sin dueño, de la noche sin himnos y sin trenos.
Le hablé de los presagios y la magia, de los pasos del tebano que hoy recorre los senderos del Hades y teme por el porvenir de los muertos.
Pero no le hablé de nuestra espera, de nuestra fe en los bogavantes de nuestros barcos.
Y no pude decir nada más, porque me puse a cantar la alegría de los padres, las gestas, las hazañas que aún desafían a este feroz mañana.
Y él me vio por vez primera, y yo guardé silencio, fue entonces cuando herí mis ojos, cuando arranqué mis oídos, y no vi ni escuché lo cruel y amargo de su respuesta.
|
Iván Cruz Osorio (Ciudad de México, 1980) Poeta, ensayista y traductor. Es egresado de la Escuela de Escritores de la SOGEM y actualmente estudia la carrera de Lengua y Literaturas Inglesas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En 2005, obtuvo mención honorífica de poesía en el concurso de la revista Punto de Partida. Colabora en los suplementos culturales La jornada semanal, del periódico La Jornada, y Arena, del periódico Excelsior. Es miembro del consejo editorial de la revista de literatura Viento en vela y de Ediciones Velamen y ejerce como coeditor de la revista electrónica Finestra (www.finestraliteraria.com). Es autor de Tiempo de Guernica (Editorial Praxis, 2005) y fue incluído en el libro colectivo Espacio en disidencia. Siete poetas, (Ediciones Velamen, Editorial Praxis, 2005) y en la antología Los mejores poemas mexicanos. Edición 2004 (Editorial Planeta, 2005).
|