Cuatro cuerdas cuelgan del techo. Ella está haciendo la comida. Los peques son felices con arrocito y frijoles. Ama verles la sonrisa; los ama a ellos, y se nota. Llegan corriendo de la escuela y la más chica le da un beso en el cachete. Para ellos no hace falta otra cosa, aunque ella quisiera tener una mejor casa.

Cuatro cuerdas cuelgan en el techo. Se oye el rechinido de la puerta. Coloca un humeante plato más sobre la mesa. Él avienta su extensa masa corporal encima de la silla y mueve su cuello de un lado a otro, como ejercicio de relajación. Respira hondo y voltea a ver su plato. Para eso mejor ni llegaba a comer a la casa. Se retira de la mesa sin decir palabra, pero avienta cuchillos de odio con la mirada. Los niños, sin ganas de acercarse, le abren el paso con la esperanza de no interrumpir su camino con uno de sus juguetes.

Cuatro cuerdas cuelgan en el techo. De ahí a las cinco, el lugar está en silencio. El radio, apagado para no causar problemas. Él duerme, pero hay que hacer de cenar. Ojalá se le haya pasado el coraje, porque no hay otra cosa sino lo mismo con tortillitas. Huele rico, sí, pero no ha cambiado en nada el platillo esta quincena.

Un bostezo y el crujir de la cama desde el cuarto. La puerta se abre y él sale con rostro adormilado. Pasa de largo la cocina y saca del mueble de al lado una botella de tequila. Se desparrama en el sillón. Prende la tele. Un vaso, el otro. Pero no ha comido nada. Será lo que será, pero pobrecillo: tiene vacío el estómago.

Agudo e irritante es el sonido de los platos desmoronándose en el piso. “¡Déjame en paz! No soy perro pa’ que me des croquetas todos los días”. La piel se enchina, la cabeza desciende y los hombros se levantan haciendo curva en la espalda. Ahora hay que recogerlo todo, como siempre. Recogerlo con sus vibrantes gritos encima. Los niños se esconden. La chiquilla tiene su refugio entre el refri y la estufa. Nadie puede encontrarla ahí. Nadie puede verla. Ella sigue oyendo todo, pero ahora es invisible para el mundo entero.

Desde ahí se escucha una tormenta de voces. Golpes en la mesa, pasos desesperados. “¡Pa’ lo único que me sirves es para la cama! Órale, échate”. La mujer intenta mantener su distancia, pero la pared ya no retrocede. “Órale. No te hagas la difícil que no te sirve de nada”. Resistirse sólo genera moretones. En la cara, en las rodillas, en el estómago. Los pies pegan más duro que las manos. El miedo desangra el alma.

“Quítame el cinturón. ¡Ándale!”. La cama ya no está libre. Desde la cocina sólo se escucha llanto. Llanto de sus hermanos, de su madre. La peque no llora. Tiene que ser fuerte. Valiente, como le ha dicho su mamá. Aunque quizá no lo sea tanto. No es tan fuerte; sí llora.

Cuatro cuerdas cuelgan en el techo. Una lágrima más rueda sobre la mejilla ahora manchada de rímel. El partido suena al fondo en la televisión de la sala. Los niños se han dormido en el piso por la fatiga del sollozo. No les quedan fuerzas. Él se ha ido y no ha dicho si regresa. No le dio dinero para el gasto.

Ella entra lento a la cocina. Levanta al más grande y lo pone sobre sus hombros. Es cuidadosa para no despertarlo. Regresa por el segundo. La niña empieza a abrir los ojos. No quiere ser vista despierta, para que su madre la cargue. Es su turno ahora. Está sobre su espalda. Recorre con ella el pasillo hacia la recámara. No prende la luz al entrar al cuarto.

Cuatro cuerdas cuelgan en el techo. Dos de ellas, aún vacías. La pequeña mira dos péndulos en las otras. Dos bultos colgados. Entre la penumbra reconoce los rostros. Son sus dos hermanos amarrados del cuello. Su madre la sostiene a ella sin verle la cara. La soga aprieta y no deja pasar el aire.

Cuatro cuerdas cuelgan en el techo. Todas ellas están ocupadas.

 

 

 


Más cuentos breves aquí...

 

Ilustraciones:
  anitab0000 www.freeimages.com
 


Cristina Fernández del Castillo Romo (Ciudad de México, 1992). Estudiante de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Profesora adjunta de las asignaturas Taller de Redacción y  Géneros Periodísticos. Ha colaborado en proyectos independientes como redactora, correctora de estilo y guionista.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

Punto en Línea es una publicación bimestral editada por la Universidad Nacional Autónoma de México,
Ciudad Universitaria, delegación Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, a través de la Dirección de Literatura, Zona Administrativa Exterior, edificio C, 3er piso,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, teléfonos (55) 56 22 62 40 y (55) 56 65 04 19,
http://www.puntoenlinea.unam.mx, puntoenlinea@gmail.com

Editora responsable: Carmina Estrada. Reserva de Derechos al uso exclusivo núm. 04-2016-021709580700-203, ISSN: 2007-4514.
Responsable de la última actualización de este número, Dirección de Literatura, Silvia Elisa Aguilar Funes,
Zona Administrativa Exterior, edificio C, 1er piso, Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México,
fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

La responsabilidad de los textos publicados en Punto en Línea recae exclusivamente en sus autores y su contenido no refleja necesariamente el criterio de la institución.
Se autoriza la reproducción total o parcial de los textos aquí publicados siempre y cuando se cite la fuente completa y la dirección electrónica de la publicación.