ATALANTE: CINE / Agosto-septiembre 2014 / No. 51

 

TPB AFK / The Pirate Bay: Away From The Keyboard




Rodrigo Martínez
 

TPB AFK The Pirate Bay: Away From The Keyboard
Director: Simon Klose
(Suecia, 2013)

 

 

Luego de dos años de pesquisas a cargo de Interpol y de autoridades de Suecia, el 1 de junio de 2014 la policía de ese país detuvo a uno de los cuatro fundadores de The Pirate Bay. Según información publicada por Reuters, la vocera de la Junta Nacional de Policía, Caroline Ekeus, afirmó que Peter Sunde debía cumplir una condena de ocho meses de prisión por vulnerar leyes de derechos de autor. La aprehensión resultó de un juicio que, en un principio, determinó una sentencia más severa: tanto el especialista en tecnologías de la comunicación como sus colaboradores Frederik Neij, Gottfrid Svartholm y Carl Lundström debían pagar una multa de 3.5 millones de euros y completar un año de reclusión. Una serie de apelaciones contribuyó a reducir la sanción contra los administradores del sitio lanzado en el año 2003, pero la demanda conjunta de varias empresas no consiguió el cierre definitivo del sitio que concentra el tráfico más alto de internet bajo la modalidad de intercambio de archivos de usuario a usuario conocida como peer to peer (P2P).

Por medio de un punto de vista fundado sobre todo en el seguimiento de las actividades y testimonios del propio Peter Sunde, el primer largometraje documental de Simon Klose (Lund, 1975), TPB AFK (The Pirate Bay Away From Keybord), reconstruye el juicio que enfrentaron los fundadores del portal cuando, en 2008, empresas como Warner Bros, MGM, Columbia Pictures, 20th Century Fox, Fox Films, Sony BMG, Universal y EMI exigieron una compensación por daños de 9 millones de euros. Las sesiones finales de la primera fase del proceso sirven al realizador para contrastar las versiones en conflicto. Los abogados de los industriales del cine y de la música afirman que los programadores crearon un negocio con base en material ajeno que dispone de derechos de autor. Los jóvenes definen el sitio como un sistema que emplea rastreadores de datos (trackers) para permitir el intercambio de información que no sólo abarca películas y discos, sino que también incluye documentos de naturaleza diversa (que incluye contenidos de Wikileaks), además de que el almacenaje de contenido depende de los propios usuarios.

En la primera secuencia del filme, Klose monta la cámara en el automóvil de Frederik Neij para acompañar su viaje nocturno hacia unos servidores ocultos. El plano a plano establece una relación visual entre el tráfico vehicular con una descripción que muestra en detalle los cables que catalizan millones de transferencias de datos. Como si se tratara de un sistema de vías de transporte al que acompaña el tono de gravedad de un ambiente sonoro, el lento recorrido de la cámara sobre la geometría plateada de los servidores crea la impresión de que el espectador está ante una inmovilidad alimentada de miles de sucesos. Aunque se trata de imágenes referenciales con contrastes de edición digital, la vida aparente de la maquinaria sistematiza la idea de una realidad transformadora. Y es que no sólo vemos este tipo de detalles de diferentes organismos de The Pirate Bay, sino salas y cuevas que han albergado al sitio y que bordean la iconografía de la ciencia ficción aunque con la advertencia de que se trata de un lugar y un suceso verificables.

Sin menoscabo del recuento de diálogos y valoraciones que aporta el nivel documental del filme, TPB AFK construye un argumento con esta analogía primigenia de su entramado visual. La pauta temática ofrece los datos necesarios para resumir las posturas en conflicto. El orden visual recurre a la repetición de una imagen familiar, casi minimalista, que sirve de transición entre episodios. Es un sistema de planos abiertos, articulado a lo largo de todo el rodaje, donde la cámara se desplaza con serenidad hacia la profundidad para mostrar automóviles, trenes y barcos que, a semejanza del flujo de datos de la programación de un torrent, recorren vías de comunicación que brindan la impresión de movimiento desde la arquitectura serena de la urbe.

Aunque Simon Klose no oculta su simpatía por la preservación de la llamada internet libre, su trabajo no es una justificación de su propio argumento. El ensayo visual hace estallar su propio símil. No sólo recupera las interpretaciones y las evidencias de la parte acusadora. Hay momentos donde el registro directo o el material de archivo ilustran las diferencias ideológicas y los conflictos de personalidad de los tres programadores. Uno afirma que la bahía pirata es un reto en el universo del cómputo; otro más declara que se trata de un placer; el tercero está convencido de que su proyecto es esfuerzo de democratización y un llamado al debate sobre el derecho a la información en la época de los soportes digitales. El grácil Sunde de sudaderas con gorrito denuncia el racismo de Neij; pero Neij, el de los dientes rebeldes, insulta a Gottfrid por decisiones de programación durante una borrachera. Gottfrid evade la parte final del juicio, con su peculiar mirada que acecha todos los lugares y ninguno, y deviene un prófugo que afirma haber enfermado.

Como un cuervo de dos caras, los episodios de una borrachera y de una marcha aparecen en un mismo segmento para reventar la analogía visual de la primera secuencia y mostrar planos fijos en los que ya sólo hay vías de transporte sin tráfico vehicular. Es el fin del movimiento. Los campos vacíos muestran edificios en alta definición, no exentos de color, pero sometidos a una ley de la inactividad. Atestiguamos las primeras consecuencias de la batalla lanzada por las corporaciones del entretenimiento que prefieren llevar a juicio a tres expertos en tecnologías de la información que buscar nuevos modelos de negocios o añadir valores a los productos destinados al mercado doméstico.

Además de este recurso de montaje, el realizador graduado en derecho por la Universidad de Estocolmo explotó una idea propia para obtener revelaciones informativas que contextualizan el caso con suficiencia: el documental consiste en hallar los “momentos en los que la vida de una persona cambia para siempre” su visión es estar en el momento y en el lugar apropiados [Steve Rickinson, Indienyc.com, 2013]. Al mirar el ahora del juicio en directo con equipos DV, HDV y DSLR, TPB AFK consigue datos con alto valor periodístico acompañados de las peculiares texturas visuales de cada una de estas cámaras. Sabemos que la bahía es un puñado de computadoras “bien configuradas” que puede soportar unos 22 millones de usuarios al momento; que hay un movimiento, denominado Kopimi, cuyos miembros no sólo usan este sistema, sino que lo asumen como un estandarte de una nueva concepción de los derechos de autor; que durante el primer careo, un juez puso en duda la adscripción académica, en realidad verificada, de Roger Wallis, un profesor de multimedia del Instituto Real de Tecnología que difundió investigaciones con evidencias del beneficio que el intercambio podría aportar a la industria.

Entre los descubrimientos más destacados de este trabajo destacan el caso de Tomas Norström, un juez que pudo haber deliberado con parcialidad ya que era miembro de asociaciones en defensa de los derechos de autor mientras estaba a cargo del juicio. Otro dato más acusa una versión diferente en una confesión de Frederik Niej cuando corrobora que, si bien el sitio no busca lucrar, se trata de una tarea que sí genera dinero porque su operación requiere de financiación constante. La simbiosis entre los argumentos visuales y los testimonios aporta un filme que es figura e idea, pero también la presentación de hechos verificables que sintetizan los datos básicos para principiar un debate sobre la capacidad de las grandes corporaciones para modificar el estado actual de relativa libertad en internet.  La visita audiovisual a cortes de distrito y juzgados de apelación también es un viaje en torno de prácticas políticas de un problema que abarca de antemano leconomía política de los nuevos medios. Detrás de los adversarios hay hilos de titiritero; ya sea una empresa que financia jueces a través de asociaciones de derechos de autor o un sitio de intercambio de archivos que recibe protección de una institución que, bajo las normas legislativas de Europa, lleva el nombre de Partido Pirata.

En una de las instancias del juicio Peter Sunde debió explicar la razón por la que él y sus colegas emplean la expresión away from the keyboard (el AFK del título que significa “lejos del teclado”). Para los creadores del proyecto The Pirate Bay, internet también es una realidad. Crearon la frase para oponerla a la expresión in the real life (INF o “en la vida real”) con el fin de establecer que las normativas y los modelos de negocio de la era analógica han perdido vigencia. La única postura en común entre Sunde, Neij y Gottfrid es que estamos ante el reto de modificar la manera en que gestionamos la información y la cultura. Internet es el modelo a seguir, según piensan, y representa una vía para el futuro. Miembro de una generación que, a decir suyo, accedió a “cultura copiada” a través de formatos como el casete y el video en VHS, no cabe ninguna duda de que Simon Klose apoya la afirmación de los programadores de la bahía pirata. Si bien su trabajo no incurre en una parcialidad descontrolada, tampoco aporta más concepciones que las defendidas por las partes en conflicto. En TPB AFK no hay fuente que no tenga relación, directa o indirecta, con el juicio. La dimensión temática, a pesar de las revelaciones periodísticas, apenas logra abarcar los afanes de empresarios y de programadores. El filme renuncia al reportaje y supera la mera acumulación de testimonios porque brinda de propiedades argumentativas a su forma visual.

Fue Marshall McLuhan quien sugirió que la invención de nuevos medios no sólo tiene consecuencias en las formas de percibir la realidad. También modifica los hábitos y los lenguajes. Cada cambio tecnológico implica una adaptación a nuevas características antes que a cierto tipo de contenidos. Una nota periodística publicada por El Mundo recogió una declaración de Peter Althin, el abogado de Peter Sunde, cuyo sentido evoca el pensamiento del autor de El medio es el masaje. Para el jurista, el esfuerzo de su cliente es un intento de estar a la “vanguardia”. A decir suyo, “el intercambio de archivos para uso personal se terminará permitiendo” en un plazo de diez años [junio, 2014]. TPW AFK es, quizás, uno de esos momentos que encarnan lo que el canadiense nombró como el shock del reconocimiento para aludir a las implicaciones inmediatas de una tecnología en una sociedad. Se trata del encuentro con el medio y de la adaptación al mensaje. Bajo esta concepción, el filme de Simon Klose es el descubrimiento de una parte de la sociedad que demanda un esfuerzo de aceptación de las condiciones y las percepciones creadas por los ambientes digitales. Y es que cada uno de estos espacios constituye una realidad que, independientemente de la necesidad de parámetros legales para regularla, está avanzando como el tráfico de esas vías de comunicación que, una y otra vez, sirve de paso a todo tipo de transportes que cruzan el espacio del plano cinematográfico (otra realidad, por supuesto) en numerosos lugares de Suecia y en el sistema circulatorio de esa mundo real llamado internet.

 



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Rodrigo Martínez (Ciudad de México, 1982). Es doctorando en Ciencias Políticas y Sociales (Comunicación) por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha publicado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho, Viento en vela, La revista y Periódico de poesía, y en espacios culturales de los periódicos El Financiero y El Universal. Es profesor de asignatura en la FCPyS y colaborador de la revista electrónica F.I.L.M.E (www.filmemagazine.mx) y de la revista Icónica de la Cineteca Nacional.

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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