Una ciudad recién fundada Colectivos tapados de polvo desde Avellaneda, Burzaco, Banfield, desde La Plata, Temperley, Bosques, vienen día y noche, van y vienen, carros de cartoneros, combis, autos, motos con encomiendas y cartas, camiones como hormigas con su container, y camiones de basura en la madrugada hacia provincia a enterrar su carga, vienen y van, patrullas, ambulancias, carros atmosféricos y de bomberos, todos con sus sirenas y sus luces, colectivos repletos, tambaleantes, hacia Paso del Rey, Moreno, Ezeiza, Lomas de Zamora, Quilmes, Echeverria, van a paso de hombre, de tortuga, en los cuellos de botella detenidos, en peajes, en piquetes, en barreras, van con gente en el estribo trenes, algunos ya sin las persianas metálicas codiciadas por la industria de la refundición, otros con las persianas cascoteadas a su paso desde el borde de las villas, van el Gran Capitán, el Tucumano y el ramal a Córdoba recién reabierto, el Belgrano, el Sarmiento, el Sanmartín, y el Belgrano cargas, lentísimo, todo un montón de hierro viejo, van ómnibus de larga distancia medio vacíos fuera de la temporada hacia los balnearios vacíos y últimos, hacia los pequeños oasis de las YPF, van con sus choferes cansados que cabecean en medio de la ruta soñando un accidente, despertándose un segundo antes para evitarlo, van con trabajadores golondrina, con viajantes de comercio y turistas, van con familias nómades y fugitivos, por las rutas provinciales y nacionales, polvorientos por caminos de ripio que registran sólo los mapas mentales, van hacia las salinas y los yacimientos, bordeando las vías muertas de tren, entre medio de los campos de soja, van con el sol calentando la carrocería o una tenue luz de minero en la frente de noche, por un túnel subfluvial, van hacia las villas, hacia los villorrios, hacia las ultimas poblaciones perdidas, van hacia una ciudad recién fundada. Recoleta En medio del tercer truco del día, en la bisagra entre las buenas y las malas, los cuidadores conversan sin mirarse en el sótano de una bóveda familiar, mientras un bromista aburrido afuera lee en voz alta los apellidos compuestos, camina al azar deteniéndose en una pared, donde las avispas hicieron recientemente nido o un yuyo va levantando el revoque de a poco; demorándose en vueltas innecesarias deja que pasen volando los minutos y termina así entre las visitas rezagadas que los empleados expulsan sin tacto, ansiosos por cumplir el horario de cierre. Árboles viejos inclinados hacia el piso como brazos torcidos en su pulseada contra el viento bordean la pared roja por afuera. Dos hombres en una terraza vecina como si acabaran de lanzar un bumerang miran a lo lejos, tensos, esperando. Vetas Vetas relumbrantes y escurridizas como una anguila, filones que corren bajo tierra en zigzag sueña el minero y al despertarse aún olfatea en el aire el tesoro deshecho con el sueño, el seminarista eyacula dormido y el agricultor, inquieto, divisa en el horizonte del sueño colores que son sin duda para su cosecha señal de ruina. Patrullas municipales sigilosas anoche fumigaron contra los mosquitos en el parque. Mientras una ola polar se prepara hace días para invadir la ciudad yo duermo destapado dando vueltas en la cama, soñando con el río turbio que corre entubado bajo mi calle. La ciudad Desde el centro de su telaraña ferroviaria llama sin parar a viajeros e inmigrantes, perdidos en la maraña de calles nuevas que a cada minuto se abren sin respetar el diseño recto, calles en falsa escuadra y recién bautizadas, basurales fronterizos donde pastan caballos flacos, flecos últimos, desteñidos de la ciudad de donde emergen pioneros, fantasmales, colectivos llenos de polvo en dirección al Centro; se extiende de manera deforme y se sale de cauce, desbocada, anexándose casi sin criterio terrenos aledaños, caseríos, tierra yerma, y a la vera de los arroyos zigzagueantes avanza con redes cloacales, con tendido eléctrico, aplicando una cuadricula estricta y antigua sobre el desierto, entubando arroyos díscolos, pavimentando y repavimentando lo que una y otra vez el sol, la lluvia o la misma llanura sabotean; traga y traga materias primas y escupe liso el carozo brillante en los basurales, abonando con cadáveres y desperdicios el suelo para que crezcan indefinidamente y cada vez mas alto y cada vez mas fuerte sus propios frutos. Lotes En forma de saldos editoriales prematuros se dirigen hacia los kioscos y librerías de viejo las novedades: novelas pasatistas y voluminosas, fascículos de enciclopedias, revistas, ejemplares de la enésima colección de clásicos tapa dura. El hombre que avizoró desde su balcón una avioneta dando vueltas sobre el área va finalmente hasta la cocina y estudia a la luz de la heladera los restos de una cena. Dos hielos se han disuelto del todo en el vaso sin enfriar para nada el líquido. Afuera, gesticulando micrófono en mano los predicadores permanecen de pie en la plaza anunciando las siete plagas divinas; pero un pronóstico más inminente que el suyo nace de los labios de quien distinguió, hace minutos, un pelotón de nubes de lluvia. antes de que oscurezca ya del todo y los dos viejos ajedrecistas en la plaza se vean forzados a replegar sus ejércitos hasta mañana, siempre hay en la calle algún vendedor borracho que pregona: “ya están a la venta los lotes imaginarios de la ciudad que en nuestro desierto imaginario se va a levantar: una avenida ancha y zigzagueante, y todo el día de punta a punta, toda la noche una línea de colectivo única que la atraviesa con sus ventanillas tapiadas de polvo. Manzanas cuadriculadas y terrenos baldíos en los que no resulta para nada difícil imaginarse a uno mismo manguera en mano, regando día tras día, con empeño, retoños achicharrados por el sol.” Verano Desde la esquina donde algunos hombres hace un rato hicieron con basura y fuego una ceremonia llega ahora hasta su casa el olor a plástico y madera quemados. Al anecdotario del verano van a agregarse, si hay tiempo, algunas hazañas más: brindis en cadena y sobremesas sin fin, discursos, cháchara y verso, pero después la ropa liviana va a migrar al fondo de un placard, y la vista de esas sillas en el patio, en ronda, tal como quedaron al final del último asado, va a proyectar de nosotros una imagen irreconocible. ¿Qué fue lo que se dijo y con qué objeto? En el calendario un círculo en birome entrevisto al pasar le recuerda la proximidad de un cumpleaños. El fin del mundo El más viejo del mundo será probablemente también el último oficio en desaparecer: escritores, pintores, etc., habrán desaparecido hace rato para ese momento: nuevos oficios habrán surgido en el medio para desaparecer ellos también, sin chance, tarde o temprano, y algunos antiguos tendrán de yapa antes de extinguirse tal vez un último auge; carpinteros y albañiles, plomeros, electricistas y otras yerbas de la construcción durarán mucho más que la mayoría sin duda, para apuntalar las viejas ciudades en decadencia o para fundar nuevas lejos del cambalache; pero a la larga se habrán vuelto obsoletos también ellos: la construcción: obsoleta, los porteros obviamente obsoletos arrastrados en esa misma vorágine y junto con ellos los soderos y jardineros, los ascensoristas y empleadas domésticas, al igual que biólogos y botánicos empeñados en bautizar y catalogar las nuevas especies; sobre el yuyo que en seguida reemplaza el asfalto o crece en los escombros las putas seguirán hasta el final ejerciendo el suyo, y se me cuentan con los dedos de la mano los otros oficios que todavía valdrán algo: cada día desaparecerá uno distinto como en una rápida cuenta regresiva; puesto que el futuro viaja desde el centro hacia afuera todavía seguirán pululando un tiempo en los suburbios, sin descendencia, sus últimos representantes, igual que la luz de las estrellas muertas hace rato, convencido cada uno de ellos, sin embargo, que los herederos de sus herederos han de estar, junto a las cucarachas, el último día repitiendo de memoria el decálogo del oficio. La mulita Aunque mucha agua pasó acá bajo el puente y el paisaje no es el mismo ni sus habitantes aún puede sorprenderse a veces a este animal en una de sus incursiones temerarias a la superficie, cuando cruza la ruta bajo el peso de su caparazón: una verdadera armadura, sólida, aunque algo aparatosa, y hasta cierto punto también contraproducente por la lentitud que lleva aparejada. Arraigadas al suelo siempre y siempre a la defensiva, también en estas especies que se conservan durante siglos hay una épica, una fábula que nos suena similar a la del pasto irrumpiendo en la ciudad bajo el asfalto resquebrajado, la voz del desierto mismo y sus habitantes. Jaurías de perros migran a través de la provincia y los médanos se mueven un centímetro cada año, mientras ella, sorda a cualquier idea de éxodo permanece en su bunker, acarrea alguna piedra para apuntalar la entrada y sigue cavando a ras del piso su túnel elemental. |