CARTOGRAFÍAS / No. 48


 
 
De El Maldonado*
 
Una ciudad recién fundada
Recoleta
Vetas
La ciudad
Lotes
Verano
El fin del mundo
La mulita
 

Una ciudad recién fundada

Colectivos tapados de polvo
desde Avellaneda, Burzaco, Banfield,
desde La Plata, Temperley, Bosques,
vienen día y noche, van y vienen,
carros de cartoneros, combis, autos,
motos con encomiendas y cartas,
camiones como hormigas con su container,
y camiones de basura en la madrugada
hacia provincia a enterrar su carga,
vienen y van, patrullas, ambulancias,
carros atmosféricos y de bomberos,
todos con sus sirenas y sus luces,
colectivos repletos, tambaleantes,
hacia Paso del Rey, Moreno, Ezeiza,
Lomas de Zamora, Quilmes, Echeverria,
van a paso de hombre, de tortuga,
en los cuellos de botella detenidos,
en peajes, en piquetes, en barreras,
van con gente en el estribo trenes,
algunos ya sin las persianas metálicas
codiciadas por la industria de la refundición,
otros con las persianas cascoteadas
a su paso desde el borde de las villas,
van el Gran Capitán, el Tucumano
y el ramal a Córdoba recién reabierto,
el Belgrano, el Sarmiento, el Sanmartín,
y el Belgrano cargas, lentísimo,
todo un montón de hierro viejo,
van ómnibus de larga distancia
medio vacíos fuera de la temporada
hacia los balnearios vacíos y últimos,
hacia los pequeños oasis de las YPF,
van con sus choferes cansados que cabecean
en medio de la ruta soñando un accidente,
despertándose un segundo antes para evitarlo,
van con trabajadores golondrina,
con viajantes de comercio y turistas,
van con familias nómades y fugitivos,
por las rutas provinciales y nacionales,
polvorientos por caminos de ripio
que registran sólo los mapas mentales,
van hacia las salinas y los yacimientos,
bordeando las vías muertas de tren,
entre medio de los campos de soja,
van con el sol calentando la carrocería
o una tenue luz de minero en la frente
de noche, por  un túnel subfluvial,
van hacia las villas, hacia los villorrios,
hacia las ultimas poblaciones perdidas,
van hacia una ciudad recién fundada.



Recoleta

En medio del tercer truco del día,
en la bisagra entre las buenas y las malas,
los cuidadores conversan sin mirarse
en el sótano de una bóveda familiar,
mientras un bromista aburrido afuera
lee en voz alta los apellidos compuestos,
camina al azar deteniéndose en una pared,
donde las avispas hicieron recientemente
nido o un yuyo va levantando el revoque
de a poco; demorándose en vueltas innecesarias
deja que pasen volando los minutos
y termina así entre las visitas rezagadas
que los empleados expulsan sin tacto,
ansiosos por cumplir el horario de cierre.
Árboles viejos inclinados hacia el piso
como brazos torcidos en su pulseada
contra el viento bordean la pared roja
por afuera. Dos hombres en una terraza vecina
como si acabaran de lanzar un bumerang
miran a lo lejos, tensos, esperando.



Vetas

Vetas relumbrantes y escurridizas como una anguila,
filones que corren bajo tierra en zigzag
sueña el minero y al despertarse aún olfatea
en el aire el tesoro deshecho con el sueño,
el seminarista eyacula dormido y el agricultor,
inquieto, divisa en el horizonte del sueño
colores que son sin duda para su cosecha
señal de ruina. Patrullas municipales sigilosas anoche
fumigaron contra los mosquitos en el parque.
Mientras una ola polar se prepara hace días
para invadir la ciudad yo duermo destapado
dando vueltas en la cama, soñando con el río
turbio que corre entubado bajo mi calle.



La ciudad

Desde el centro de su telaraña ferroviaria
llama sin parar a viajeros e inmigrantes,
perdidos en la maraña de calles nuevas
que a cada minuto se abren sin respetar
el diseño recto, calles en falsa escuadra
y recién bautizadas, basurales fronterizos donde pastan
caballos flacos, flecos últimos, desteñidos
de la ciudad de donde emergen pioneros,
fantasmales, colectivos llenos de polvo
en dirección al Centro; se extiende
de manera deforme y se sale de cauce,
desbocada, anexándose casi sin criterio
terrenos aledaños, caseríos, tierra yerma,
y a la vera de los arroyos zigzagueantes
avanza con redes cloacales, con tendido eléctrico,
aplicando una cuadricula estricta y antigua
sobre el desierto, entubando
arroyos díscolos, pavimentando
y repavimentando lo que una y otra vez
el sol, la lluvia o la misma llanura sabotean;
traga y traga materias primas y escupe liso
el carozo brillante en los basurales,
abonando con cadáveres
y desperdicios el suelo para que crezcan
indefinidamente y cada vez mas alto
y cada vez mas fuerte sus propios frutos.



Lotes

En forma de saldos editoriales prematuros
se dirigen hacia los kioscos y librerías de viejo
las novedades: novelas pasatistas y voluminosas,
fascículos de enciclopedias, revistas, ejemplares
de la enésima colección de clásicos tapa dura.
El hombre que avizoró desde su balcón
una avioneta dando vueltas sobre el área
va finalmente hasta la cocina y estudia
a la luz de la heladera los restos de una cena.
Dos hielos se han disuelto del todo
en el vaso sin enfriar para nada el líquido.
Afuera, gesticulando micrófono en mano
los predicadores permanecen de pie en la plaza
anunciando las siete plagas divinas;
pero un pronóstico más inminente que el suyo
nace de los labios de quien distinguió,
hace minutos, un pelotón de nubes
de lluvia. antes de que oscurezca ya del todo
y los dos viejos ajedrecistas en la plaza
se vean forzados a replegar sus ejércitos
hasta mañana, siempre hay en la calle
algún vendedor borracho que pregona:
“ya están a la venta los lotes imaginarios
de la ciudad que en nuestro desierto imaginario
se va a levantar: una avenida ancha y zigzagueante,
y todo el día de punta a punta, toda la noche
una línea de colectivo única que la atraviesa
con sus ventanillas tapiadas de polvo.
Manzanas cuadriculadas y terrenos baldíos
en los que no resulta para nada difícil
imaginarse a uno mismo manguera en mano,
regando día tras día, con empeño,
retoños achicharrados por el sol.”



Verano

Desde la esquina donde algunos hombres
hace un rato hicieron con basura y fuego
una ceremonia llega ahora hasta su casa
el olor a plástico y madera quemados.
Al anecdotario del verano van a agregarse,
si hay tiempo, algunas hazañas más:
brindis en cadena y sobremesas sin fin,
discursos, cháchara y verso, pero después
la ropa liviana va a migrar al fondo de un placard,
y la vista de esas sillas en el patio,
en ronda, tal como quedaron al final
del último asado, va a proyectar de nosotros
una imagen irreconocible. ¿Qué fue lo que se dijo
y con qué objeto? En el calendario
un círculo en birome entrevisto al pasar
le recuerda la proximidad de un cumpleaños.



El fin del mundo

El más viejo del mundo será probablemente
también el último oficio en desaparecer: escritores,
pintores, etc., habrán desaparecido hace rato
para ese momento: nuevos oficios habrán surgido
en el medio para desaparecer ellos también,
sin chance, tarde o temprano, y algunos antiguos
tendrán de yapa antes de extinguirse tal vez
un último auge; carpinteros y albañiles,
plomeros, electricistas y otras yerbas de la construcción
durarán mucho más que la mayoría sin duda,
para apuntalar las viejas ciudades en decadencia
o para fundar nuevas lejos del cambalache;
pero a la larga se habrán vuelto obsoletos
también ellos: la construcción: obsoleta,
los porteros obviamente obsoletos
arrastrados en esa misma vorágine
y junto con ellos los soderos y jardineros,
los ascensoristas y empleadas domésticas,
al igual que biólogos y botánicos empeñados
en bautizar y catalogar las nuevas especies;
sobre el yuyo que en seguida reemplaza
el asfalto o crece en los escombros las putas
seguirán hasta el final ejerciendo el suyo,
y se me cuentan con los dedos de la mano
los otros oficios que todavía valdrán algo:
cada día desaparecerá uno distinto
como en una rápida cuenta regresiva;
puesto que el futuro viaja desde el centro hacia afuera
todavía seguirán pululando un tiempo en los suburbios,
sin descendencia, sus últimos representantes,
igual que la luz de las estrellas muertas hace rato,
convencido cada uno de ellos, sin embargo,
que los herederos de sus herederos han de estar,
junto a las cucarachas, el último día
repitiendo de memoria el decálogo del oficio.



La mulita

Aunque mucha agua pasó acá bajo el puente
y el paisaje no es el mismo ni sus habitantes
aún puede sorprenderse a veces a este animal
en una de sus incursiones temerarias a la superficie,
cuando cruza la ruta bajo el peso de su caparazón:
una verdadera armadura, sólida, aunque algo aparatosa,
y hasta cierto punto también contraproducente
por la lentitud que lleva aparejada.
Arraigadas al suelo siempre y siempre a la defensiva,
también en estas especies que se conservan durante siglos
hay una épica, una fábula que nos suena
similar a la del pasto irrumpiendo
en la ciudad bajo el asfalto resquebrajado,
la voz del desierto mismo y sus habitantes.
Jaurías de perros migran a través de la provincia
y los médanos se mueven un centímetro cada año,
mientras ella, sorda a cualquier idea de éxodo
permanece en su bunker, acarrea alguna piedra
para apuntalar la entrada y sigue cavando
a ras del piso su túnel elemental.

 

De El gran Furcio                                                                                                                           De La Voluntad



El Maldonado, Gog y Magog, Buenos Aires, 2007.

 

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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