Traducción de Aurelio Meza


Puede haber mucho qué decir sobre la visión de que lo que sabemos del lenguaje es lo que podemos hacer con él. Depende de cómo definamos al conocimiento. ¿Es el conocimiento algo que uno contiene desde la posición del observador que controla, una suerte de acumulación de hechos y cuadros interpretativos que uno recolecta con tranquilidad y transmite a otros bajo el aspecto de la experiencia? Hay toda una historia en la poesía estadounidense y la filosofía pragmática sobre concebir al conocimiento mismo como una actividad, desde The Embodiment of Knowledge de William Carlos Williams, la respuesta de Charles Olson en “On Wisdom As Such”, hasta la noción de Robert Duncan del poeta como un vidente y algunas de las implicaciones de la obra de John Dewey. Sin entrar en los pormenores de cada uno de estos contextos, yo diría que hay un juicio en todos ellos del conocimiento como algo más que acumulado. Con tal sentido del conocimiento, el concepto “límites cognitivos”, la idea de que sólo podemos saber tal o cual se vuelve menos significativa, dado que el conocimiento del mundo no es algo que los individuos acumulen y obtengan, sino algo de lo que son parte, algo que activan y por el que son activados. Por lo tanto, no hay dirección para el conocimiento, lineal o de otro tipo, y por lo tanto ningún límite hacia el que necesariamente tienda. El conocimiento, y toda la vida humana que activa ese conocimiento, pueden no siempre estarse dirigiendo a lugar alguno (por mucho que el progreso en casos específicos aún sigue siendo importante), sino que más bien son activados en la postura que toma la conciencia humana en cada uno de los casos con respecto al mundo en el cual se encuentra.

Sin embargo, el conflicto surge porque la visión del conocimiento que estoy postulando está esencialmente asediada, si no completamente subyugada, por las instituciones que aseguran poseer el conocimiento. Esa declaración se apuntala no simplemente por fuerza directa sino también por una concepción del conocimiento como algo acumulado. Hay una relación directa entre la posesión de propiedad privada y las concepciones dominantes del conocimiento. No se mide el conocimiento acumulado por lo que uno sabe o incluso por cualquier medida más amorfa de la habilidad de pensar críticamente; en cambio, el conocimiento mismo se vuelve una propiedad, poseída a través de credenciales adecuadas en discursos autorizados, a través de apariciones en publicaciones apropiadas y promulgadas en instituciones del conocimiento donde se reconoce a los expertos por despliegues de sus credenciales acumuladas. Esta relación entre conocimiento y propiedad privada no es accidental, aunque frecuentemente puede ser inconsciente. En ambos casos, existen mecanismos para asegurar que la gente sepa a quién pertenecen las cosas en cuestión.

La revolución y la poesía son dos cosas que conozco principalmente por su ausencia. Pero al mirar la historia de las revoluciones estoy tentado a decir que frecuentemente han sido mucho sobre poesía, y no lo suficiente sobre cambio. ¿Pero un cambio a qué nivel? ¿Al nivel de la posesión de propiedad, al nivel de las concepciones del conocimiento, al nivel del comportamiento individual? ¿No están complejamente entrelazadas estas cuestiones? Tengo poco poder al nivel de propiedad, pero quizás un poco más al nivel de conocimiento y comportamiento individual, donde mis actividades como escritor y maestro pueden tener algún efecto. ¿Eso cambia las cosas? Con frecuencia quiero decir que sí, aunque sólo dentro del limitado rango de aquellos individuos que puedo alcanzar. ¿Pero cuáles son los límites de esos individuos en términos de su habilidad para cambiar las estructuras de posesión, incluso si efectivamente cambian sus concepciones y comportamiento?

La poesía vanguardista contemporánea es el único campo en que puedo pensar que ahora mismo ofrece una concepción alternativa del conocimiento como actividad, al decir lo que uno probablemente puede decir de todas las maneras en que uno podría estar diciéndolo, en encarnaciones específicas de significado no enteramente poseídas por las instituciones del conocimiento. Es exactamente por esta razón que la mayoría de la gente, incluso los intelectuales, no la leen. Ella reencarna tu conocimiento, justo cuando estás a punto de ser un experto autorizado, así que no es sorprendente que se le trate como a un invitado no deseado en una boda colectiva. Sin embargo, ¿qué nivel de desconfianza tenemos quienes estamos involucrados en tal poesía en torno al conocimiento que encarna? ¿A qué grado estamos atrapados en esa otra concepción del conocimiento que ha invalidado nuestra práctica? Claramente, estamos sujetos a las limitaciones físicas impuestas a nosotros por el poder de las instituciones dominantes. ¿Pero hasta qué punto esas limitaciones se vuelven internalizadas de tal forma que en nuestro propio pensamiento y comportamiento replicamos lo que afirmamos odiar? Alice Miller en su Drama of the Gifted Child habla sobre la tendencia de los niños a repetir aquellos aspectos del comportamiento de sus padres que de hecho más les desagradan. ¿Qué implicaciones tiene esta percepción para nosotros al discutir los “límites cognitivos” de la práctica vanguardista? ¿No hay un peligro constante de que la llamada poesía vanguardista pueda convertirse en nada más que un campo de estudio poseído por un conjunto específico de expertos? Es solamente al resistir esa posibilidad que se puede activar realmente el conocimiento que dicha poesía hace posible.

 


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Mark Wallace (Princeton, New Jersey). Es autor de más de quince libros y plaquettes de poesía, ficción y ensayo, como The Quarry and the Lot (2011) y Felonies of Illusion (2008). Ganó el Premio Gertrude Stein de Poesía 2002 con Temporary Worker Rides A Subway (Green Integer Books). Sus artículos críticos y reseñas han aparecido en numerosas publicaciones y ha coeditado dos colecciones de ensayos, Telling it Slant: Avant Garde Poetics of the 1990s y A Poetics of Criticism.

Aurelio Meza (Ciudad de México, 1985). Ha publicado Sakura (en Paraíso en llamas, Editorial Literal, 2008), La droga (Red de los poetas salvajes, 2010) y Shuffle. Poesía sonora (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011). Obtuvo menciones honoríficas en el 39 concurso de Punto de partida en la categoría Ensayo y en el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2011. Es editor en Kodama Cartonera.

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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