Kent. ¿Es éste el fin prometido?
Edgar. ¿O imagen de ese horror?
                                                                                                              El rey Lear
                                                                                                                   V.3.264-265

 

 

ensayo-proceso-00.jpg Para muchos la obra de Kafka se ha convertido en referente fundamental de la literatura del siglo XX. La tensión entre vida, escritura y obra de este autor ha sido uno de los caminos posibles para emprender la labor interpretativa de sus textos. Sin embargo, la multiplicidad de aproximaciones ha revelado una de las características más enriquecedoras en cuanto a apertura hermenéutica se refiere: la ambigüedad. Pues con Kafka nada está dicho o afirmado, ya que en su escritura las potencialidades mismas de la significación se resisten al establecimiento del “sentido” del texto. Este horizonte se manifiesta al abordar alguno de sus textos en particular. En este caso quisiera centrarme en El proceso, una de las novelas más leídas (y glosadas) de Kafka, y su relación con la figura del sacrificio. A través de los planteamientos de René Girard y Roberto Calasso en torno de este tema, se verá de qué manera este elemento permea el tejido narrativo de la novela y se convierte en una de las características principales del protagonista, Joseph K.

En La violencia y lo sagrado de René Girard, el sacrificio, más allá de la teología, encuentra una explicación en su función social dentro de una comunidad. El sacrificio es la forma más adecuada de lidiar con la violencia intestina, presente en cualquier sociedad y la base de la hipótesis de Girard se enfoca en la victima propiciatoria. Ya sea a partir del análisis de la tragedia griega y de otras prácticas importantes dentro de la polis o con modelos obtenidos de la antropología y la sociología sobre otras sociedades primitivas1 Girard apunta al fondo sobre el cual el fenómeno del sacrificio se desarrolla: la violencia fundadora, pulsión originaria en el ser humano y que determina su trato con lo sagrado. Aunque su propuesta tiene varios puntos significativos que vincularé más adelante con la novela de Kafka, su principal debilidad yace en considerar al sacrificio fuera de cualquier responsabilidad moral o idea de justicia, sino únicamente como un mecanismo que actúa para disolver la violencia negativa o destructora en el seno de una comunidad. Esto podría funcionar en la dinámica de ciertas sociedades antiguas, mas para Girard, el conflicto que previene la violencia por medio del sacrificio ha sido transferido e idealmente resuelto en las sociedades contemporáneas por medio de la instauración del sistema judicial. No obstante, como evidencian los acontecimientos y atrocidades cometidas a lo largo del siglo XX y XXI —y en este elemento se basa la crítica de Calasso a Girard— es imposible despojar de la responsabilidad ética a ciertas sociedades bajo la égida del funcionamiento sociológico, pues, ciertamente, las nociones mismas de sociedad, poder, sistema y humanidad son cuestionadas desde la descomposición de las instituciones sociales en momentos decisivos de la historia contemporánea.

Roberto Calasso aborda el sacrificio desde esta perspectiva. En La ruina de Kasch se trazan los principales aspectos del sacrificio con respecto al origen sacramental del poder, al mito, a la acción justa, a la relación entre ley y legitimidad, por mencionar algunos. Sin embargo, de manera similar a Girard, el planteamiento de Calasso gira en torno del papel que desempeña la sustitución y la víctima en el tejido social y religioso, sobre todo en la relación entre lo sagrado y lo profano. Por medio de la leyenda de la ruina de Kasch, Calasso elabora una reflexión sobre “un estado de cosas desaparecido hace tiempo”, un cambio de orden en la relación del ser humano con lo sagrado a partir de la conciencia de lo histórico y el nacimiento del relato (y, por tanto, a la preservación, permanencia del sacrificio por medio de la palabra). Metamorfosis del sacrificio primordial que, sin embargo, será absorbido en otros órdenes sociales, reincorporado en dispositivos como el experimento, la técnica y la producción.

ensayo-proceso-01.jpg En El proceso convergen todos estos elementos del sacrificio. Desde el comienzo de la narración, Kafka nos presenta un personaje que prefigura los rasgos principales de la víctima sacrificial. Joseph K. es obligado a despertar una mañana, a enfrentarse a un mundo en el que la ley, la justicia, el poder y el sacrificio formarán parte de un complejo sistema que se reorganiza en torno de un culpable. Es en este punto donde las características analizadas por Girard encuentran una serie de significaciones en la novela de Kafka. En primer lugar, la víctima sacrificial se enlaza con el concepto de víctima propiciatoria,2 en ella la comunidad pone freno a la violencia recíproca —la que desata un ciclo de violencia destructora y venganza sin fin— y la violencia intestina se encauza en unanimidad colectiva. De acuerdo con Girard, la violencia tiene una doble naturaleza, es pura e impura, maléfica o benéfica, representada en la transformación física de la sangre derramada, acción violenta y purificadora a la vez. Para que el sacrificio funcione de manera adecuada es necesario que exista una continuidad entre la víctima inmolada y los seres a los que ésta ha sustituido. El sacrificio, entonces, es un acto social que se utiliza para preservar el equilibrio en una comunidad. Por eso, la víctima es un mecanismo que perpetúa y preserva cierta estabilidad.

Si bien el sacrificio final de Joseph K. favorece la continuación de un orden determinado y descubre cierta unanimidad colectiva (aunque oculta) en la condena final, su muerte más que suspender el ciclo de venganza, revela una violencia sustraída del sentido de lo sagrado. Girard apunta que, cuando una sociedad en decadencia ignora las significaciones del sacrifico y la sangre derramada en el ritual se equipara a aquella derramada de manera criminal, nos encontramos en los tiempos de crisis sacrificial:

 

La crisis sacrificial, esto es, la pérdida del sacrificio, es pérdida de la diferencia entre violencia impura y violencia purificadora. Cuando esta diferencia se ha perdido, ya no hay purificación posible y la violencia impura, contagiosa, o sea recíproca, se esparce por la comunidad[...]Se trata de un único e idéntico proceso de invasión por la reciprocidad violenta. La crisis sacrificial debe ser definida como una crisis de las diferencias, es decir, del orden cultural en su conjunto. En efecto, ese orden cultural no es otra cosa que un sistema organizado de diferencias; son las distancias diferenciales las que proporcionan a los individuos su “identidad”, y les permite situarse a unos en relación con otros. (Girard, 56)

 

Esta pérdida de individualidad es una constante en todos los personajes de El proceso, exceptuando a Joseph K., quien encarna la diferencia, aquello que amenaza un orden determinado y el funcionamiento de un sistema. Tanto en la iniciativa de oponerse al comportamiento general de los acusados frente al tribunal como en la conciencia particular del tipo de ley y mundo que le rodea, Joseph K. incorpora esa dualidad que lo convertirá en prototipo de la víctima ritual.3 Su presencia tiene la doble connotación del peligro y el beneficio, la amenaza y la solución a través de su sacrificio. En este caso, el sacrificio se da en tiempos de crisis, pues la indiferenciación violenta es justamente lo que distingue a la sociedad de la novela. En ella es posible descubrir la pérdida de identidad en la configuración de las masas anónimas de los estados totalitarios en el siglo XX. El sacrificio de Joseph K. continúa un orden que se caracteriza por esta falta, una comunidad donde los valores culturales son el desequilibrio, la inequidad y el autoritarismo. Me parece que las reflexiones sobre el sacrificio en La violencia y lo sagrado fuera de cualquier sentido de lo justo, lo ético, la responsabilidad o la culpa son una navaja de doble filo, pero son imprescindibles para entender la crisis del humanismo y la historia en la modernidad, así como la crítica profunda que anticipa el texto de Kafka. Aunque Girard señala varios conceptos cruciales para la comprensión del fenómeno del sacrificio, no explora la magnitud de los cambios que implica su asimilación en la sociedad moderna. Es decir, las maneras en que el funcionamiento del sacrificio desprovisto de sentido, sujetado al poder y reducido al asesinato, se ha vinculado a la violencia misma, argumento desarrollado por Calasso. 

ensayo-proceso-02.jpg En La ruina de Kasch el sacrificio es abordado desde la noción del poder, el cuestionamiento entre ley y orden así como las implicaciones políticas en la utilización del mito, enlazado con el ritual. Al igual que con Girard, para Calasso el sacrificio demanda un sujeto dual, pero éste es inseparable de la culpa y simboliza la condición necesaria para que se complete la sustitución sacrificial: el sacrificante y la víctima son dos personas que simbolizan una sola, el desvelamiento del propio ser humano. Este intercambio es evidente en varios pasajes de El proceso. Joseph K. es víctima del sistema de tribunales, pero, desde el inicio de la novela, establece el intercambio con el sacrificante al considerar el suicidio como escape de la acusación. En otro de los libros de Calasso, K. se subraya que estas contradicciones del personaje surgirán en otros momentos de identificación e intercambio a lo largo de la narración. El primero, con el comerciante Block, cuya humillación y sometimiento a la figura de poder representada por el abogado Huld termina siendo un espejo del propio K. La degradación total de Block será representada por Kafka a través de la imagen del perro, animal emblemático que surge en dos momentos cruciales de la novela, al final y en el capítulo del castigo a los dos guardianes.

Más allá de la caracterización de Block, que encuentra ecos en la desarticulación que Kafka realiza de su propia tradición, la semejanza entre el perro y las víctimas del proceso mantiene un mecanismo de repetición que se vincula al rito del sacrificio. Por un lado, el personaje de Block anuncia la situación interminable vivida por el sometido al proceso, una abyección y culpa prolongadas infinitamente que, en el caso de K. desembocan en la muerte sacrificial, en la expulsión de aquello a lo que pertenece. Por otro, destaca la sustitución como indispensable para el sacrificio, doblemente representada en la operación mimética. El perro es personificación de las víctimas de un sistema y evocación del propio ser humano que en su ejecución se empleará como intercambio, sustitución última del sacrificio.

En el capítulo titulado “El ejecutor”—o "El verdugo" en otras traducciones— Joseph K. manifiesta la condición dual ya mencionada, invirtiendo los papeles y convirtiéndose en el sacrificante. En esta parte no sólo se introduce la noción de sacrificio, sino también la de tortura. Como en el resto de la novela, la sensación de clandestinidad y ocultamiento que envuelve todo el proceso se refleja a través de los espacios cerrados, el hacinamiento y la falta de accesibilidad. Por vez primera, se nos presenta la imagen del verdugo vinculada a la del castigo, que cobrará una nueva fuerza cerca del final. K. se identifica con las víctimas y tiene cierta empatía de su situación, sin embargo en la última oportunidad que tiene de salvarlos, cuando teme ser descubierto, sufre una transformación radical. K. se une a la tortura del ejecutor y golpea a uno de los hombres para que deje de gritar, mientras responde, al ser cuestionado por un empleado, que el sonido es el aullido de un perro. Se efectúa, de nuevo, un desplazamiento de la víctima con una criatura animal que tiene un parecido sorprendente con la categoría sacrificial humana. Asimismo, se mantiene el juego del intercambio entre uno y otro rol: sacrificante, sacrificado. Como en el inicio de la novela, cuando el personaje considera el suicidio como posible escapatoria, en esta escena al convertirse en el practicante de la violencia se contempla la posibilidad de volver a tomar el lugar de la víctima:

K. no podía permitir que los empleados, y quizás muchas otras personas, le sorprendieran en plena conversación con el tipo de personal del cuarto trasero. Realmente nadie podía exigir de K. tal sacrificio. De habérselo propuesto, casi habría sido más fácil para K. desnudarse él mismo y ofrecerse al ejecutor como sustituto de Franz. (Kafka, 93)


El sacrificio, en tal caso, es inseparable de la culpa, quizá por eso como señala Calasso Joseph K. es culpable, y se horroriza al reconocerse en las otras víctimas. Además, cuando K. descubre al día siguiente que la escena está ocurriendo otra vez, en el mismo lugar y circunstancia, se regresa al plano del rito, la repetición automática de lo irreversible.  En este punto, se delinean los rasgos de un sistema de poder en el cual las prácticas del sacrificio se han reconfigurado como parte de un control total sobre los individuos. El ritual se constituye en la capacidad de simulación: una ceremonia que es juego de sustitución del acto sacrificial.  Por tanto, la inversión constante de roles entre víctima y verdugo —al no suicidarse Joseph K “por propia mano” se fomenta la ilusión de que sacrificado y sacrificante son dos instancias distintas— forma parte de un estado de cosas donde el sacrificio se instituye en determinado orden social y se exterioriza cuál es la condición humana implícita en esta acción: “El engaño sacrificatorio, que sacrificante y víctima sean dos personas y no una, es la deslumbrante e insuperable revelación sobre nosotros mismos, sobre nuestro doble ojo.” (Calasso, 138).

ensayo-proceso-03.jpg Ahora bien, para Calasso todos estos aspectos funcionan dentro de un horizonte social determinado, constituido no sólo a partir de un mito que origina la idea de poder sino también de los marcos legales que la posibilitan. La distinción que realiza entre ley y orden me parece especialmente iluminadora al vincularlo con el sacrificio y el texto de Kafka. El mundo moderno ha fusionado estos conceptos, sin embargo la ley en su ilusión de univocidad es impotente y necesita del orden para funcionar. En este sentido, para Calasso el orden es la ley aunada al sacrificio, como representación de esa “parte maldita”, el excedente que debe ser eliminado para que ese orden exista. De cierta manera, esta dinámica ya está abordada por Girard, sin embargo la aportación de Calasso se centra en la crítica a la transposición del sacrificio en la sociedad moderna y a las diferencias en la orientación de la violencia en relación con las articulaciones del poder. La ley es, entonces, inseparable del sacrificio y los mecanismos de poder que la establecen en la comunidad, siempre se mueven entre la mostración y el ocultamiento. En la novela, desde el inicio hay un desconocimiento absoluto sobre las causas y supuestos que originan el proceso, el sistema legal se vuelve una presencia constante que, sin embargo, mantiene en la sombra a una parte del poder. Para Joseph K. detrás de todo está “una gran organización” que jamás llega a conocer o comprender, como le sucede a Block.

De este modo, la ley se fundamenta en el mito, saber iniciático que mantiene un orden, una periodicidad —por ejemplo, en los interrogatorios, la repetición demoníaca de los tribunales en cada rincón de la ciudad y el seguimiento del proceso mismo— que, sin embargo, jamás se hace visible. El estado social se construye a partir de la simulación, ejerciendo una ley aparentemente clara y efectiva pero nunca completamente inteligible. Por eso, el aparato de poder sólo puede preservarse a partir del sacrificio. El tejido nomológico incluye ya la idea de la víctima sacrificial desde el comienzo, cuando Joseph K. percibe que no es posible la defensa del condenado en el proceso; en la total anulación del acusado el proceso va más allá de lo legal, es una cuestión de vida o muerte. En el encuentro con el pintor Tintorelli se anuncia este aspecto del proceso, la absolución real, como los otros dos tipos de absolución, no existe y contiene ese carácter mítico. La presencia absoluta de la ley se confirma a partir de una ausencia, evocación de un orden antiguo vinculado a la práctica del sacrificio.4

Anteriormente, mencioné en que consiste el aspecto dual de la víctima sacrificial que se opone, según Calasso, a la idea de sujeto único que observa la ley. Esta dualidad, expresada en el intercambio sacrificante-víctima, caracteriza a Joseph K. y lo diferencia de otros acusados como Block. K. no sufre un juicio sin fin, pues al impedir su completa asimilación a la eternidad del proceso, se convierte en ese otro que pone en peligro el orden establecido. Joseph K. simboliza ese excedente que la ley es incapaz de tratar y, por lo tanto, se vuelve el sacrificio necesario. En este punto, regreso a Girard para contrastar de qué manera su planteamiento se aparta del de Calasso. La incorporación del sacrificio como parte esencial de los mecanismos judiciales resalta el cambio de orden vinculado a la formación del estado social moderno y, a diferencia de Girard, para Calasso este sistema se define precisamente en términos de culpabilidad e inocencia:


Al término de un largo y oscuro deslizamiento, el sacrificio se convirtió en el proceso judicial. Con la llegada de la ley, la culpa, que pertenece al sacrificio, y en primer lugar al sacrificante, se desplaza desde el principio sólo sobre la víctima: ya no se llamará víctima sino culpable. [...] Ahora es la ley la que establece la elección de la víctima. Pero el proceso plenamente eficaz, en tanto que liberador de lo sagrado, sólo es aquel en que se condena al inocente (Calasso, 157).



En el capítulo final, con la ejecución de Joseph K., el intercambio de papeles entre víctima y verdugo cierra el círculo del acto sacrificial, remitiéndose al inicio de la narración, cuando K. piensa en el suicidio para escapar del proceso. La dualidad de este personaje se manifiesta como una actitud ante la muerte y se descubren los efectos del sacrificio institucionalizado, justificado dentro de un marco legal inmutable. El sacrificio se instaura en un movimiento que más allá de purificar la violencia, se convierte en condición de posibilidad del ritual sistematizado:5



Ahora K. sabía exactamente que su deber habría sido coger él mismo el cuchillo que pasaba de mano en mano por encima de él, e introducirlo en su cuerpo. Pero no lo hizo; [...] No podía satisfacer del todo aquella exigencia ni librar a las autoridades de su trabajo, pero la responsabilidad de aquel último error no era suya sino de quien le había quitado el resto de las fuerzas que hubiera necesitado.[...] mientras el otro le hundía profundamente el cuchillo en el corazón y lo hacía girar dos veces. Con los ojos vidriosos, K. vio aún cómo los señores, muy cerca de su cara, mejilla contra mejilla, observaban la decisión. “!Como un perro!”, dijo; era como si la vergüenza hubiese de sobrevivirle. (Kafka, 233-234)


La eliminación absoluta de la alteridad, encarnada por Joseph K., no puede entenderse como ajena a la idea de culpa, ya que ésta es uno de los generadores principales de la función sacrificial. Este episodio potencia, igualmente, los factores y eventos que rodean la vida de este personaje, de manera que el proceso simboliza siempre el secreto, el fundamento mítico de la ley. En las preguntas finales de K. sobre la justicia o razón de su destino final, se expone un cambio de orden, en el cual la ejecución, más que un seguimiento de la ley, pareciera totalmente arbitraria.

Un último aspecto interesante del texto de Calasso en relación con Kafka y el sacrificio, se observa en la leyenda de la ruina de Kasch. En el reino de Kasch, donde el rey era sacrificado para conservar el bienestar de la comunidad, el ritual se suspende a partir de un personaje que, como Scherezade, utiliza la narración para transformar un orden determinado; al salvar al rey del sacrificio se sustituye el acto y la víctima real por el relato. En el cambio de orden, el sacrificio puede ser preservado y reactualizado también en la palabra. El relato evoca esa sustitución primera que se da en la mediación con lo desconocido y terrible, una reconfiguración de lo sagrado. En El proceso el sacrificio queda conjurado cuando se convierte en materia narrativa. La palabra es esa sustitución primera que evoca una ausencia, la ceremonia de la finitud.

Por lo anterior, es posible vincular las significaciones del sacrificio en la sociedades modernas con el texto de Kafka, que desenmascara la condición precaria del hombre en la ausencia de lo sagrado como tal. En este punto quisiera concluir con algunas de las reflexiones de María Zambrano para quien, justamente, el cambio de paradigma en la época moderna se refleja en la emancipación de lo sagrado y el descubrimiento de lo humano. El sacrificio, relación primera del hombre con los dioses, se daba como intercambio y posibilidad de existencia. Este pacto inicial del hombre con lo divino permite que éste pueda enfrentar, configurar la realidad. Mas la realidad no se refiere a la naturaleza sino a aquello que no puede nombrarse, lo Otro, el horror originario, algo que se encuentra más allá del hombre mismo, el terreno de lo sagrado. En la sociedad moderna la fragmentación y el vaciamiento espiritual serán colmados con otros ídolos, los cuales demandarán que el sacrificio adquiera un nuevo rostro: con el nacimiento del sujeto del conocimiento, el hombre toma el lugar de lo divino. Para Zambrano, en esta impotencia de ser Dios, el hombre se torna contra su propio ser: inmolar al hombre para salvar al hombre, cuando se arranca al sacrificio de cualquier vínculo con lo sagrado y en este olvido perpetuar el asesinato, la violencia. Así, en la visión de una sociedad en crisis sostenida, Kakfa se perfila como mensajero de oscuros tiempos. De manera semejante a Joseph K., el hombre del siglo XX, que se hermana con el de nuestro incipiente siglo XXI, descubre otro modo terrible de ser en el mundo, su despertar implica una nueva conciencia del padecer originario.


NOTAS

1 Girard aborda, principalmente, la función del pharmakos en la tragedia griega y su vínculo con las prácticas del sacrificio en esa sociedad, también analiza otros elementos rituales como las prohibiciones del incesto, el parricidio o las reglas matrimoniales en ciertas comunidades de África, Norte y Sudamérica.

2 La víctima propiciatoria representa el acto de violencia originaria (que según la hipótesis de Girard se da en el asesinato) en el primer encuentro del hombre con lo sagrado, el cual se repetirá en el sacrificio ritual a través de víctimas específicas.

3 Girard abordará a la víctima sacrificial desde la idea de deseo mimético y el doble monstruo; el primero vincula el deseo a un objeto determinado (un transfert, en la terminología freudiana), en este caso la víctima que, a su vez, encarna lo uno y lo otro, se desdobla “produciendo una entidad alucinatoria que no es síntesis sino mezcla informe, deforme, monstruosa, de seres normalmente separados” (Girard, 166) Así, Joseph K. es parte del proceso y al mismo tiempo se opone a él, forma parte de la comunidad, pero también es convertido en extranjero, lo otro de la sociedad que será, finalmente, eliminado.
 
4 Es importante señalar que desde la perspectiva de Walter Benjamin y Gershom Scholem, la obra de Kakfa está marcada por esta tensión constante entre la Hagadá (los relatos de la tradición hebrea) y la Halajá (las leyes y ritos), con lo cual el concepto de parábola y el símbolo de la ley cobran otros sentidos a partir del horizonte cultural en el cual Kafka se inscribe. En El proceso esto se despliega de múltiples maneras en la parábola de la ley contada por el sacerdote en la catedral. Por razones de espacio no ahondaré aquí en este tema.

5 En esta parte la imagen del perro se convierte en algo brutal y al vincularlo con otros relatos es posible identificarlo como una de las partes importantes de la narrativa kafkiana. Pensemos, por ejemplo, en un relato como “La colonia penitenciaria” donde se acentúan los rasgos de sumisión del prisionero comparándolo con este animal. Asimismo, el tema del sacrificio, en la figura de un condenado sin posibilidad de defensa, sometido a una tortura y ejecución terribles, tiene muchas semejanzas con la posición de Joseph K. en El proceso.

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Adriana Bellamy (Ciudad de México, 1979). Maestra en Literatura Comparada y Licenciada en Letras Inglesas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es autora del libro Esbozos Trashumantes (Poesía). Ha incursionado en proyectos de difusión cultural como en la editorial independiente Libros de la Mano. Se desempeña como conductora del Cine-Análisis en la División de Educación Continua de la Facultad de Psicología de la UNAM. Ha sido docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y colaboradora en revistas sobre cine como F.I.L.M.E. Magazine <www.filmemagazine.mx>. Sus áreas de investigación se centran en la teoría y el análisis cinematográfico, así como en la relación entre cine y literatura.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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