El peruano-mexicano Mario Bellatin (México, 1960) es uno de los escritores latinoamericanos más singulares y prolíficos. Su obra, sin duda, da cuenta de la irrupción del género made in Bellatin que lo hace inclasificable.

El ganador del Premio Xavier Villaurrutia (2000) asegura que jamás sacrificaría lo que él considera un buen libro por razones de orden personal. Recuerda que cuando vivió en el Perú pudo advertir esa costumbre, que todavía infesta al medio literario local, de pensar que si el otro no escribe o entiende la literatura como lo hace uno, entonces queda descartado de inmediato: “los mediocres que abundan en todas partes”. Mientras tanto, se prepara para empezar a dirigir el largometraje basado en una de sus novelas más celebradas: Salón de belleza.

 

I

 

 

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“Un individuo rapado es el único con capacidad de encontrar al Dios que
hay dentro de uno mismo.”
Mario Bellatin, Flores
Cuando leí Flores, me llamó mucho la atención el epígrafe del inicio (un supuesto fragmento del diario del premio Nobel de física de 1960), pues, en vida, mi abuelo paterno fue un defensor acérrimo de la homeopatía y, cómo no, de los famosos globulitos que él tomaba reemplazando la medicina tradicional (nunca se curaba las ampollas porque entendía que eran fugas naturales de las toxinas del cuerpo…). Mi abuelo tuvo una vida muy larga y saludable. Yo, en cambio, alguna vez me burlé de los homeópatas y los llamé, en su propia cara, vendedores de sebo de culebra.

—No te preocupes —me dijo el homeópata de aquella vez—. Es más: me haces recordar a mí cuando era joven: era un incrédulo y un rebelde…

Hoy por hoy, asisto a donde un homeópata para curar una adicción (y mi insomnio crónico). La primera vez que fui donde el doctor Canales, tenía un dolor en la rodilla izquierda que, sin embargo, me permitía caminar con normalidad. Él me pasó corriente por los dedos de las manos con unos cables y, sin que yo pronunciara una sola palabra sobre lo que me aquejaba, me dijo: “Esa rodilla izquierda está mal, te diste un golpe muy fuerte”. No acababa de salir de mi sorpresa cuando me clavó la mirada y me dijo: “¿El genio de tu padre es muy fuerte, grita mucho?” Asentí con la cabeza. “Te fascinan las películas de terror aún a sabiendas de que te turbarán y no te dejarán dormir, ésa es una de las razones del insomnio que sufres, ¿no es cierto?”, acertó otra vez sin que yo hubiera tenido la necesidad de abrir la boca:

—Es una especie de masoquismo, doctor  —le confesé.

—Lo sé —añadió el médico.
 


Por eso, Mario, mi primera pregunta para ti sería: ¿crees en la homeopatía? ¿Has recibido tratamiento homeopático?

Yo creo que la homeopatía es para las personas sanas. Pero no creo que interese mucho mi opinión, ni en ése ni en otro tema que se trate en alguno de mis libros. Las cosas que se van narrando son pretextos para ejercer la escritura, y como no quiero que se convierta en una actividad vacía —con la que estaría muy feliz, pero llegaría el momento en que se comería a sí misma si no pudiera ser compartida con el otro— aparecen temas que son, en realidad, una suerte de pretexto. Pero esa escena en particular que mencionas ocurrió cuando era niño. En la trastienda de una farmacia en la avenida Grau (en el distrito de Barranco, en Lima), había un señor muy anciano que curaba con yerbas, y es cierto que le tomó el pulso a mi brazo artificial y no se dio cuenta del material del que estaba fabricado, y como un poseso dictaba nombres de plantas que un ayudante iba anotando en un papel. No sé si creo en la homeopatía, pero sí en la parafernalia que suele acompañarla. Ahora me quedo con la duda de cuál puede ser la adicción de la que te tratas.

Flores, como tu obra en general, resulta inclasificable: parecen relatos sueltos aunque unidos por el cordón umbilical del título, pero podría ser una novela disfrazada de reflexiones breves (¿mini-ensayos?). ¿Tu intención es desmarcarte de las etiquetas o quizá tentar un nuevo género literario? ¿Cómo llamarías a ese género made in Bellatin y cuáles son sus principales características?

Nunca tengo antes de escribir una intención determinada, salvo la de escribir. Trato entonces de nombrar nuevamente el mundo que me rodea o que imagino, y lo intento de una manera que sienta que sea mía y no de otro. Ese deseo hace que la escritura se retuerza de tal modo que aparece como que hubiera alguna intención de cuestionar el género, cuando en realidad lo único que he buscado es ser honesto conmigo mismo. Con mi tiempo y con mi espacio propios.

Oswaldo Reynoso me contó en su casa, cuando le pasé unos borradores de mis primeros relatos que, hace muchos años, tú también compareciste ante él con el borrador de tu notable Salón de belleza. Él me dijo que te ayudó a corregirla y que te aseguró que sería un éxito. ¿En verdad ocurrió esto? De ser así, ¿cómo te animaste a ir donde Reynoso si, a primera vista, pareciera que sus creaciones son tan disímiles que, aparte del innegable talento de ambos, cuesta encontrar algo en común? ¿O estoy equivocado?

No sé si seguirá ocurriendo lo mismo, pero cuando vivía en el Perú advertía la costumbre en el medio literario de pensar que si el otro no escribía o entendía la literatura como lo hacía esa persona, quedaba descartado de inmediato. No sólo descartado sino acusado o víctima de una serie de improperios. Claro, me refiero a los mediocres que abundan en todas partes. Supe que Oswaldo Reynoso, desde que lo conocí, no pertenecía a esa clase de autor. Es fácil advertir en él a un artista que está más allá de las circunstancias. Tan seguro de su escritura que no necesita el aval de los demás para seguir. Yo ya era su amigo antes de escribir ese libro, y recuerdo que lo encontré en una presentación y me quejé de que debía revisar las pruebas de Salón de belleza. En ese momento me dijo las sabias y dadivosas palabras: “un autor jamás debe revisar sus propias galeras”. Se las entregué, auguró el éxito, e hicimos una apuesta, que trato de cumplir cada vez que nos vemos.

¿Por qué decidiste estudiar en el Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo? ¿Había en ese tiempo una búsqueda de Dios? ¿Crees en algún Dios?

Ése es un error del que nunca lograré librarme. El que algunos crean que estudié en un seminario. Lo que sucedió es que una vez alguien llamó a casa de mis padres para recabar datos sobre cierta enciclopedia de escritores que se estaba formando. Contestó mi padre, quien de manera entusiasta contestó el cuestionario a mi nombre sin tener mucha idea de lo que era mi vida en realidad. Yo hice los Estudios Generales en Humanidades en la Facultad de Teología de Lima para después trasladarme a una carrera que me interesara. Estudié allí filosofía y psicología, para después pasar a cine. Lo curioso es que —a diferencia de muchos de mis compañeros— yo iba a la universidad sólo como un testigo privilegiado, con la única intención de estar dentro de un ambiente universitario y tener de ese modo material para mi escritura, pues desde los diez años no he hecho más que escribir. Mi carrera de cine fue bastante sui géneris, porque a lo único que me dediqué mientras duró fue a ver cine desde la mañana a la noche. Hay que recordar que en esa época no había la oferta de películas caseras de hoy, y uno sabía del trabajo de los grandes directores sólo por referencia. Cuando llegué a la escuela de cine casi me desmayo ante los cientos de discos con la historia completa del cine a mi disposición.

 

 

II

 

 

Para muchos, especialmente en una sociedad como la
limeña, da exactamente lo mismo desear ser escritor que
ser un drogadicto consumado.

 

¿Qué es lo primero que recuerdas (la primera imagen que se te viene a la mente) de ese taller de creación literaria al que acudían escritores, poetas y periodistas como Iván Thays, Beto Ortiz, Rocío Silva, Alberto Servat?

¡Cómo íbamos ganando por walk over! Era terrible ir viendo cómo a cada uno de nuestros compañeros la vida los iba ganando y abandonaban la escritura. Al final, no quedamos precisamente los mejores sino los tozudos.

Siguiendo con lo de los talleres de escritura creativa. ¿Crees que sirven de algo?

Sirven de muchísimo, pero no para lo que los demás creen. Ni para aprender a escribir ni para lucir los trabajos a los demás. Sirve para acompañarse. Para hacer de la literatura un universo propio, habitable. No hay nada más terrible que el tiempo de un joven autor que no puede parar de escribir y no ha publicado. Es en ese periodo una suerte de paria, de yonki, de desecho social. Para muchos, especialmente en una sociedad como la limeña, da exactamente lo mismo desear ser escritor que ser un drogadicto consumado.

Tu estadía en Cuba revela un amor por el cine. ¿Te ves, más adelante, dándole prioridad a la dirección de largometrajes como Alberto Fuguet o acaso sientes que no es lo tuyo?

En la escuela de escritores aprendí —aparte de ver cine— a odiar la forma que se tenía en ese entonces de hacer cine. Forma que supongo dio como resultado la cantidad de películas mediocres que produjo la gente de mi generación. Juré no hacer nunca cine, pero ahora casi sin darme cuenta acabo de dirigir un largo, Bola Negra —el musical de Ciudad Juárez—, que fue un éxito no comercial. Esta próxima semana me preparo para comenzar a dirigir Salón de belleza, pero lo que pretendo no es hacer necesariamente una película personal sino una forma propia de hacer las cosas en cine. Para empezar, todo el equipo de producción, la cámara, el sonido, la edición, luces, está conformado por chicos menores de dieciséis años.

Hablando de Salón de belleza, traigo a colación el epígrafe inicial de esa magnífica novela: “Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana” (Kawabata Yasunari). El escritor, tal vez, durante el proceso creativo es un ser inhumano. ¿No es preciso despojarse de toda "humanidad" para crear a ciertos personajes?

Por una frase bien lograda soy capaz de traicionar hasta a mi perro. Jamás sacrificaría lo que considero un buen libro por razones de orden personal. Es que se trata de dos universos incomunicables. Si alguien se ve reflejado en el universo de la ficción es porque tiene un ego no domado o es un débil mental.

¿Alguna vez has criado peces? ¿Guppys Reales quizás?

Sólo una vez. Y ahora que lo veo con el tiempo comprendo que es una afición que va acompañada con la tristeza. El  pretexto para hacerlo fue una pecera que recogí de la casa de mi amiga la escritora Pilar Dughi, una gran autora y persona que murió antes de tiempo.

Precisamente el final de Salón de belleza es muy triste. A mí, mi padre nunca me dejó criar peces porque me decía (y esto se aplicaría al desenlace de tu novela) que traían muchísima mala suerte. ¿Crees en ese tipo de cosas o te parecen absurdas?

Ya sólo de planteárselas hay que creerlo. Cuando era niño mi madre arrojaba al water,  mientras yo dormía, cualquier pez que se me ocurriera llevar a casa. Eso de la mala suerte tendría que ser cierto, al menos para los peces que encontraba por allí.

En el párrafo final de la novela el personaje principal dice: “Siento que es extraña en mí la forma como cada día mis pensamientos fluyen más de prisa. Creo que antes nunca me detenía tanto a pensar. Más bien actuaba.” ¿Una enfermedad terminal nos obliga a pensar antes de actuar? ¿O, al fin y al cabo, se trata de la madurez?

Pues, como todo lo escrito por mí, se trata de un lugar común. Creo que mis libros devuelven a las personas lo que ellos ya saben. No creo que nadie descubra nada nuevo después de leer un libro hecho por mí.

 

III

 

 

No puedo creer en Dios porque me parece
que no estamos dotados ni para imaginarlo,
pero sí creo en los milagros cotidianos.

 

“Según Poeta Ciego se debían crear peluquerías especiales que dieran respuesta a preguntas de otro orden. Preguntas tales como si el corte obedecía a alguna razón ideológica o si se trataba de un requisito para entrar en una secta de perfil místico. Según teorías rudimentarias la cabeza rapada es como un televisor sin antena. Por eso un individuo rapado es el único con capacidad de encontrar al Dios que hay dentro de uno mismo”, dice un párrafo de tu novela Poeta ciego. Tú eres (en apariencia) un televisor sin antena. ¿La escritura te ha ayudado a encontrar al Dios que hay dentro de ti mismo? ¿Cómo describirías a este Dios?

Yo soy sufí, orden a la que ingresé sin ninguna pretensión espiritual sino como si a una escuela de escritores acudiera. Me llamó la atención lo estricto del sistema que impera para demostrar, por ejemplo, que todo forma parte de lo mismo. No puedo creer en Dios porque me parece que no estamos dotados ni para imaginarlo, pero sí creo en los milagros cotidianos. Que estemos ahora entablando esta comunicación entre tú y yo es una prueba de ello.

Diana Palaversich, en el prólogo de la Obra reunida, publicada por Alfaguara, señala: “En el panorama actual de la literatura latinoamericana, dominado en general por la escritura de corte realista, sea autobiográfico, histórico, sucio, o hiperrealista, la obra de Mario Bellatin surge como un proyecto original y arriesgado cuyo objetivo es crear un universo paralelo que desafía no sólo la lógica del mundo concreto sino también los preceptos de la literatura realista protagonizada por personajes verosímiles y caracterizada por textos que despliegan una trama transparente, fácil de seguir”. ¿Cómo decir que no hay autobiografía cifrada (striptease invertido, diría Mario Vargas Llosa) en un texto como “Rosas” de tu libro Flores?

Me rehúso a contestar una pregunta que contiene una metáfora tan desagradable y machista como esa del striptease invertido. Ni que estuviéramos en el Negro-Negro o en el Mocambo.

¿Eres de los que motivan a los escritores en ciernes o, más bien, perteneces a los que disuaden?

¡Sabe dios!, no creo que exista esa distinción, pero de haberla me gustaría pertenecer al bando de los que los que disuadan. Escribir es un estado, no proviene de una intención. Es imposible hacer algo, salvo acompañarlo y no tratarlo como un estropajo, con un escritor.

¿Cuál fue la última película que te hizo llorar?

Bola Negra —el musical de Ciudad Juárez—. Es la única película de la que puedo ver no sólo su piel sino también sus intestinos.

¿Te gusta participar de congresos de escritores?

No. Los detesto, sobre todo aquellos donde se establece de inmediato una suerte de jerarquía entre los invitados. Sin embargo, asisto a ellos con regularidad, porque con tal de seguir escribiendo soy capaz de hacer casi cualquier cosa, como publicar, asistir a congresos y contestar preguntas.

¿A qué escritor muerto te hubiese gustado conocer? ¿Y qué le preguntarías?

A Dostoyevski. Le preguntaría cuánto tiempo le llevaba revisar, por ejemplo, las comas de Los Hermanos Karamazov o de El príncipe idiota.

Philip Roth ha decidido dejar de escribir ficciones. ¿Te ves tomando esa decisión en algún momento de tu vida o eres de los que piensan que escribirán ficciones hasta su último día de vida?

Yo no he tomado nunca la decisión de escribir, como consecuencia no estoy en la capacidad de decidir no hacerlo.

¿Qué libro le recomendarías a Alberto Fujimori?

Ninguno. Es posible que un libro le demuestre de una manera más clara el horror en el que está metido.

¿Qué libro le recomendarías a Mario Vargas Llosa?

Como gran lector que es, me gustaría que él me recomendara qué leer. Siempre y cuando sea un libro de literatura.

Hablando de Vargas Llosa. En algunas declaraciones tuyas uno llega a notar que no te cae bien (o no compartes muchas de sus opiniones). ¿Qué te parece su obra?

Pues es difícil compartir las opiniones con otro. ¿Su obra? Creo que pienso lo de muchos: algunos libros excepcionales, otros pésimos; y su parte política, aburridísima, no por su contenido, que sería lo de menos, sino por la forma tan poco creativa que tiene de repetir sin modificarlas un ápice ideas de manual.

¿Qué segunda parte de sus memorias te gustaría leer, en el supuesto de que fuera posible, pues al parecer Gabriel García Márquez sufre de Alzheimer: las de García Márquez o Vargas Llosa?

Nadie sabe lo que sucede con García Márquez y tampoco debía importar. No leería ni primeras ni segundas partes de ninguno de los dos, porque están muy cercanos en el tiempo —vivos, para no ir más lejos— y lo que puedan contar entraría dentro de una lógica de lo que ya sé o puedo intuir.

¿Te interesan las memorias como género literario? ¿Por qué?

Eso  de los géneros literarios lo veo como una convención en creciente desuso, y cuando leo algo lo hago por excepción, es decir porque se trata de un libro que, por alguna razón —que va variando según sea el caso—, una vez que lo empiezo no lo puedo soltar.

¿Si pudieras reencarnar en alguno de tus personajes a cuál elegirías y por qué?

En todos, porque creo que ellos sí viven la verdadera realidad y no la aburrida de la cotidiana.

¿Con qué selección te hubiese gustado disputar un “mundial” de narradores? ¿México o el Perú? ¿Y qué mundial?

Odio el fútbol. No me es indiferente. Lo detesto. Porque no le encuentro el sentido, y por las interminables horas perdidas en mi infancia buscándoselo o tratando de que me interesara porque era un medio, lo sabemos, de inclusión social. Ah, pero jugaría por la selección mexicana, sin lugar a dudas, aquí nací y aquí vivo.  

                                   

Febrero de 2013


Fotografía: Feria del Libro de los Mochis
http://feriadellibrodelosmochis.blogspot.mx/ 


Orlando Mazeyra Guillén (Arequipa, Perú, 1980). Escritor y cronista. Ha publicado los libros de relatos Urgente: necesito un retazo de felicidad (Bizarro Ediciones, 2007) y La prosperidad reclusa (Cascahuesos Editores, 2009). Publica ficción y no ficción en El Malpensante (Colombia), el semanario Hildebrandt en sus trece (Perú) y otros trabajos narrativos en revistas literarias virtuales como Letralia (Venezuela), Hermano Cerdo (México), Badosa.com (Barcelona) y en el Proyecto Patrimonio de Santiago de Chile. Ha sido incluido en las antologías Disidentes 2: los nuevos narradores peruanos 2000-2010 (Ediciones Altazor, 2012) y 17 cuentos peruanos desde Arequipa (Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa, 2012). Su nuevo libro de narrativa aparecerá este año.

Mario Bellatin(Ciudad de México, 1960) Escritor peruano-mexicano. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Lima. En el Perú aparecieron sus primeras obras, Mujeres de sal (Editorial Lluvia, 1986), Efecto invernadero (Jaime Campodónico Editor, 1992), Canon perpetuo (Jaime Campodónico Editor, 1993), Salón de Belleza (Jaime Campodónico Editor, 1994) y Damas chinas (Ediciones El Santo Oficio, 1995). Más tarde regresó a México, donde publicó Poeta ciego (Tusquets Editores, 1998), El jardín de la señora Murakami (Tusquets Editores, 2000), Flores (Matadero-LOM , 2000, Premio Xavier Villaurrutia), Perros héroes (Alfaguara, 2003) y Lecciones para una liebre muerta (Anagrama, 2005), entre otros. Ha sido director del Área de Literatura y Humanidades de la Universidad del Claustro de Sor Juana y es miembro del Sistema Nacional de Creadores de México.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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