Con mis dedos caricia/ deletreo tu nombre/ te hago nacer de nuevo
para luego borrarte / con mis dedos espina.

Claribel Alegría

 

cuento-zapatos3.jpgProclive a sortear los andamios, a veces invisibles de la ciudad, solté amarras y dejé de llamarme Penélope. Quise hacer caso a las afirmaciones de Butor con respecto a la historia que impregnada está en los edificios, en las calles, en las estaciones de metro. Quise hacer caso de la palabra historia y de los significados que, desde un lugar que yo creí templo, aprendí. Traduje nombres, traduje calles y avenidas para otorgarles, a través de mis escritos una forma de barrunto. Convencida estaba de querer tejer textos que dieran cuenta de la historia de la ciudad.

La historicidad en mi memoria, la historicidad en los mares por los que atravesó Circe. El deseo no nombrado, opacado. Quise darle el nombre de mi cuerpo a las avenidas añejas y deshojadas, aquellas avenidas en las que se había dejado de pronunciar la lluvia.

Me obligué a cruzar la ciudad sin los cantos. Me obligué a dejar el nombre de Circe sólo escrito en color nostalgia.

Mezclé dos palabras que me parecían cercanas. Esparcí su significado en mi cuerpo mientras repetía, sólo para mí, el nombre de mis muertos. Uní dos palabras para escribir un enunciado que hiciera cantar la llovizna, que hiciera que en la justa estación de metro se desplegaran los sonidos de los mares.

El tiempo en que amortajé a Ulises era parte de mi historia. Había un presente en que su nombre era parte de mis sueños, sobre todo cuando estaba fuera de los mares. Por eso necesitaba dormir, por lo menos una noche, escuchando los cantos de la sirena triste.

Seguí uniendo las palabras historia y amor. Creí que de esa manera la oración formada podría convencerme a todas horas de no sentir que mis pasos eran pesados, lentos y sonámbulos. La historia de amor que existió entre Ulises y yo, ahora lo sabía, había sido atravesada por la melancolía de la voz de Circe.

cuento-zapatos1.jpgLa unión de dos palabras: amor e historia habían producido miles de enunciados. Entre ellos aquellos que anoté en la libreta de mi cuerpo: “La historia de amor que viví con Ulises me obliga a calzar los botines que él me regaló.” / “Los botines que me regaló Ulises son parte de la historia de amor que debo recordar a todas horas del invierno y a cada segundo de la primavera.” / ”La historia está en los pasos, en los caminos que recorro como sobreviviente del naufragio.” / “La historia son los zapatos que confeccionó Ulises en los días del ocaso.”

Creí que Circe y los zapatos eran mis fuentes primarias para escribir la historia de la ausencia. Creí que los zapatos eran la única fuente primaria para andar por la ciudad – texto / ciudad – camino a los corazones rotos.

Mi cuerpo acaso era entonces también un documento. Quizá un diario en el que de a poco el frío de la angustia había hecho proliferar hongos que hacían que el texto se opacara, se hiciera incomprensible. Exactamente había dejado de comprender la historia porque la había asumido como mandato para recorrer, con los botines negros, aquellas calles cuya historia se volvía cada vez más incomprensible.

Tal vez no sistematicé los recorridos, tal vez porque creí que los zapatos eran el único vestigio para no olvidar que durante siete años al lado de Ulises quise conquistar los mares.

Tal vez ahora, en el presente, que en apariencia es la contraparte de la historia, yo necesitaba nuevas fuentes, nuevos documentos. Tal vez había llegado la hora de enfrentar la ciudad mediante pasos quizá riesgosos pero no pesados, quizá sinuosos, pero ágiles.

El invierno había llegado a la ciudad y bien recordaba las palabras de Certau: “La historia hace hablar al cuerpo que calla.” Eso era, los nombres que creí haberles dado a las avenidas habían desaparecido inmediatamente. Porque yo misma había borrado mis escritos, porque yo misma a pesar de tener presente el anhelo de viajar a los mares, había permanecido inmóvil, con los zapatos puestos. Porque en realidad a causa de mis pasos lentos, tímidos y negros no me había atrevido a entrar al templo en el que pudiera hallar las otras fuentes que me permitieran completar mi historia.

cuento-zapatos2.jpgHabía llegado el momento de continuar la historia. No es que deseara deshacerme de Ulises, pero supe que en su tumba, aun sin mis pasos podían florecer los mares. Había llegado el momento de desnudar mis pies, las botas que confeccionó Ulises el día del ocaso serán parte del archivo de mi vida. Era hora de escribir mi nombre completo ECRIC EPOLENEP y de calzar los zapatos que confeccioné con los colores de un barco.

Había llegado el momento de proseguir la escritura de la otra historia, aquella que, como sobreviviente del naufragio, seguía habitando en mi cuerpo.

 

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Rocío García Rey (Ciudad de México, 1971). Es maestra en Estudios Latinoamericanos y doctorante en Letras Latinoamericanas en la FFyL-UNAM. Es autora del libro La otra mujer zurda (Verso Destierro, 2010). Escribe cuento y poesía y algunos de sus trabajos han aparecido en El Búho, La Jornada Semanal, FEM, entre otras publicaciones periódicas.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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