Tomar en cuenta las posibilidades de la propia escritura. Alzar la mano para decir algo. Decirlo bien. Escupir una hoja en blanco no sirve para nada. Tal vez libere tensión. Declararle la guerra a la página en blanco no sirve para nada. Quién es el lector, qué es lo que quiere decir. Por qué opina eso. Quién cree que soy. Soy el lector.

enayo-sinceridad2.jpgLa sinceridad. Se ha hablado mucho de la sinceridad. Como dando el sabinazo hay quien opina que la mentira flagrante es la mejor forma de decir la verdad. Yo opino que la mejor forma de decir la verdad es decir la verdad. Sólo que sublimar la verdad es una forma de ser neurótico y ser neurótico es una forma verdadera de ser. Por otra parte ser esquizofrénico también lo es.

Hay una especie de espacio vacío. Dentro de él se va tejiendo la posibilidad de decir. Tal vez poniendo suficiente atención podríamos escuchar el eco de nuestras propias palabras. Antes de que estén ahí y sean patentes ocupan un lugar previo. Existen como en un espejo sordo y se van afinando hasta hacerse audibles. Antes de su forma precaria y sorda las palabras provienen de un sitio recóndito tan dentro de nosotros. La realidad las interviene y las interrumpe y las muestra. Y una especie de mancha amorfa hecha de todos los colores juntos es el caldo de todas las palabras.

Imagino ahora un pequeño texto de Borges en el que se expone una forma de demostrar la existencia de Dios. Cualquiera puede cerrar los ojos y ver una parvada de pájaros saltando hacia el aire en actitud de vuelo. Como si detuviéramos la película vemos una cierta cantidad de pájaros emprendiendo su ensayo-sinceridad3.jpgdanza. Sabemos que son más de diez y menos de cien (no recuerdo las cifras de Borges). Sabemos esto pero seríamos incapaces de contarlos. No podemos decir exactamente cuántos pájaros soñamos. Sin embargo esos pájaros (estamos seguros) son más de diez y menos de cien. ¿Por qué? porque alguien puede contarlos: Dios. Sabemos que hay una cierta cantidad de pájaros y esto es posible sólo si Él sabe exactamente cuántos pájaros hay.

Eso qué tiene que ver. Pues que así más o menos imagino la sinceridad en el lenguaje. Esa gran mancha uniforme que contiene todos los colores padece de ser materia prima para todas las palabras que soy capaz de enunciar pero no contiene ninguna. Puedo incluso declarar que hay un paso entre esa gran mancha y el primer reflejo que dará después un enunciado o una declaración.

¿Dónde están las comas?

Tal vez ahí esté la sinceridad. En la gran mancha. Después tenemos las palabras. Después tenemos el tránsito estructurado que es susceptible de alcanzarse. Digo sólo lo que es asible. Lo que tiene escucha. Ese escucha es en la mayoría de los casos yo mismo. La razón no es la megalomanía sino el hecho de que soy quien pasa más tiempo conmigo.

Y eso genera un problema más para la sinceridad. Que yo estoy demasiado lleno de mí mismo como para decirme algo. Todo lo paso por los filtros de lo que considero decible y lo hago mucho antes de que esto se convierta en palabras. Digamos que la mancha que tiene todos los colores por no tener ninguno específico me entrega siempre el color preciso. Me entrega ese que soy yo cuando sigo siendo yo el que habla.

El inconsciente está aplacado. Freud declara a un inconsciente. Y comienza una especie de juicio. Una especie de novela policiaca en donde siempre estamos buscando al criminal. A aquel que urdió ese plan oscuro con el fin de bestializarnos, de sodomizarnos, de incestuarnos, de autoeyacularnos, de ensuciarnos, de menstruacionarnos, de. Freud se lleva las palmas. Lo alabamos, lo humanizamos, lo enaltecemos, lo doctorjekileamos, lo desmisterhaideamos, lo reconstruimos, lo desgenteisamos.

En la novela policiaca Freud es el doctor detective que encontró al culpable. El problema es que no encontró nada. Encontró la máscara. La forma de la máscara bajo la cual cada quién tiene su asesino, su nombre propio, su forma de estar tan más consigo mismo. Su misántropo, su monstruo, su. En el mejor de los casos encontró la máscara. Entonces parece que ya sabemos quién mató a Laura Palmer. Sólo tenemos que pagar cierta cantidad de sesiones con Herr Doctor y decir con cara de introspección Lo tengo, Eureka. Demuestre usted sorpresa. Llore.

Ahí las comas.


ensayo-sinceridad.jpg En el paso de ese caldo sordo al lenguaje se hace la trampa. Se hace la prestidigitación. Cuántas cosas tienen que pasar para que digamos lo que decimos. La parte más inteligente de uno mismo es la que se dice una mentira. A lo mejor no se ha leído a Freud pero el Herr Doctor está en el ambiente. Como no se necesita a un burgués lector de Marx para que se mencione al autor y el primero haga una mueca. Puede ser una mueca mental. No se necesita a un sacerdote lector de Nietzsche para que. Etcétera. Ahí está. Uno sabe por qué.

Y entonces llegado al diván resulta que el inconsciente sabe más de Freud de lo que gusta declarar. Y de pronto zaz. Resulta que no hay sorpresa. No hay solución. No hay nada de nada. Aún no se sabe cuántos pájaros poblaban el árbol. Tampoco hay dios. Se puede llegar y decir La carga simbólica fálica del bastón de mi sueño tiene una connotación de poder que revela mi búsqueda de una autoridad paterna patente y prístina que… O No puedo tocar las líneas de la loseta porque mi pie representa un falo y las líneas una vagina lo que supondría un coito que he querido desviar por estar enamorado de mi madre en actitud edípica férrea; evito así el sexo por representar la relación que mantienen mis padres y que no me es dable buscar entre mi madre y yo.

Y así cumplo como bueno chico con lo que el Herr Doctor espera de mí. Soy un buen chico. Lo he ganado. Está de mi parte. Ojalá todos sus pacientes fueran como yo. Qué chico listo. Se va a sobreponer. Es un neurótico férreo pero de buena casta. Yo quiero ser como él cuando sea grande. Estrellita en la frente y saludos a tu mami con la que quieres follar. Paleta por si te dolió.

Freud ridículamente reducido a una mentada de madre. Literalmente. Ya llevó incluso Octavio Paz a la mamacita mexicana al chingado terreno del freudianismo identitario de la postrevolución priísta.

Me gustaría poder levantar la mano esgrimiendo mi pluma fálica y escribir algo. Escribirlo bien. Me gustaría también escupir la hoja en blanco. Quiero saber quién cree este texto que soy. Quién crees que soy.

 

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Ilustraciones:
Mano escribiendo tomada del blog:
http://entredulcineayquijote.blogspot.mx/2011_02_01_archive.html
Parvada de HiveMind en Flickr:
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Máscara tomada del blog:
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Víctor Mantilla (Ciudad de México, 1982). Estudia Filosofía en la UNAM. Ha participado en los talleres de creación literaria de Alicia Reyes, Enrique González Rojo y Beatriz Espejo. Ha publicado en revistas como Molino de Letras, Alternativa de Baja California Sur, Literal, y en el periódico El Financiero. Participó como investigador en la Hora Nacional, en la Guía literaria del Centro Histórico (INBA) y en el libro El ocaso del Porfiriato (Fondo de Cultura Económica, 2011). Trabaja como editor en el Museo Nacional de Arte.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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