Traducción de Martha Celis

Un día Lisandro, joven amoroso
llevado de una pasión impaciente,
a Cloris sorprendió, doncella amada,
quien no pudiera ya más defenderse.
En favor de su amor conspiró todo:
el astro que dorado colma el día,
en su carro tirado por el fuego,
en la mar por entonces descendía;
no dejaba otra luz que guiara al mundo
que los brillantes ojos de la ninfa.

En solitario prado, silenciosa,
con una languidez encantadora
la dulce ninfa admite el forcejeo,
y mientras, se resiste suavemente;
sus manos de repente el pecho encuentran
mas no con intenciones de alejarlo,
más hacia ella se inclinan a atraerlo:
mientras él yace a sus pies tembloroso,
es en vano mostrar más resistencia:
le falta fuerza para decir – ¡basta!

Ojos brillantes y a un tiempo severos,
do amor y pena luchan confundidos,
renuevan el vigor del fiel Lisandro;
clama ella murmurándole al oído:
“Detente ahora en tus vanos deseos,
si no, voy a gritar. ¿Qué hacer? mi honra
preciada a ti ni a nadie entregar debo.
Aléjate o arráncame la vida,
que ya en su mayor parte yo te diera
cuando mi tierno corazón ganaste.


Él, sin embargo, tan capaz de amar
cuan poco acostumbrado a temer, besa
su dulce boca, el pelo, el lungo cuello:
hace rendir cada bendito instante;
enciende cada roce un nuevo anhelo:
posa su mano ardiente y temblorosa
sobre su níveo e inflamado pecho,
mientras ella, jadeante entre sus brazos,
yace desprotegida cual botín,
cual si fuera el trofeo del enemigo.

Y sin temor alguno, sin respeto,
busca él ya aquel objeto del deseo
(su amor no admitirá modestia alguna);
no poco a poco avanza
hasta que osada mano se apodera
del altar do los dioses del amor inmolan:
trono terrible, paraíso en donde
se apacigua la furia y el enojo;
fuente do todas las delicias fluyen,
donde reposo encuentra el universo.

Sus cuerpos, cual sus almas se entretejen
al encontrarse sus húmedos labios;
ambos se tienden sobre el suave musgo,
fuera de sí se encuentran, liberados.
Ya medio muerta y sin aliento yace;
húmeda luz despiden ya sus ojos
como la que divide el día y la noche:
astros fugaces cuyo fuego expira;
no hay más señal de vida en su persona:
entrecortado aliento y no más resta.

Contempla él cómo yace ahí tendida,
contempla su desnudo pecho enhiesto;
delgado y suave manto que dibuja
formas para el amor y el jugueteo;
ya abandonados orgullo y vergüenza,
reparte Cloris sus más dulces gozos
y ofrece su inocencia virginal
como víctima al fuego del amor;
pero el pastor enajenado yace
incapaz de efectuar el sacrificio.

Presto ya a saborear mil dulces gozos,
el infeliz doncel, sobreexcitado,
el placer velo trocado en dolores:
placer que amor en demasía destruye:
dejando aparte las deseosas prendas,
el cielo ante sus ojos quedó abierto.
Loco por poseerla se lanzara
sobre la bella doncella indefensa.
Envidioso Cupido la potencia
le arranca, mas ¡dejándole el deseo!

Ese pilar de la Madre Natura
(sin cuyo auxilio no puede dar vida)
carece ahora de vitalidad;
sus nervios laxos el desmayo invade:
en vano intenta el joven iracundo
recuperar su fugaz entusiasmo;
motricidad no engendra el movimiento.
El exceso de amor, amor traiciona:
vano es su esfuerzo, cual vanas sus órdenes:
el insensible llora entre sus manos.

Durante la amorosa y cruel batalla
donde se ensañan el amor y el hado,
Lisandro, el pobre, sufre y desespera
y a la razón renuncia con empeño;
todo el enardecido y brioso fuego
que debiera inflamar partes más nobles,
sólo sirvió para aumentar la afrenta
sin dejar chispas para el nuevo anhelo:
toda su bella desnudez no aplaca
esa vergüenza que su amor corrompe.

Cloris se recupera ya del trance
que el amor y el deseo confeccionaran;
posa ahora su mano timorata
(o es quizás el azar quien la conduce)
sobre ese dios potente que el poeta
loa en sus odas, fabuloso Príapo:
mas nunca retirara la zagala,
al recoger por la colina helechos,
tan ágilmente sus delgados dedos
al hallar una sierpe entre el follaje,

como alejó su mano en ese instante,
al encontrar al dios de sus anhelos
de sus tremendos fuegos desarmado
y frío cual flor cubierta de rocío.
¿quién puede imaginar la confusión
de la ninfa, el desdén y la vergüenza?
La sangre abandonó zonas más bajas
para ruborizarle las mejillas;
se aleja de los brazos de Lisandro
mientras lo deja exánime en el prado.

Como relámpago huye por el bosque,
como antes Dafne por el dios de Delfos;
no deja huella que ojos seguir puedan
por el camino que la hierba cubre.
Los vientos que jugaban con sus ropas
y que retozan entre sus cabellos,
en la doncella que huye, presto encuentran
todo lo bello por dioses creado.
Venus ante su amor asesinado,
de aquel monte fatídico se aleja.

El resquemor de la ninfa pudiera
sólo yo imaginar o lamentar,
mas sólo aquellos que en su hado influyeron
conocen de Lisandro las desgracias.
Ya sus lamentos se alzan cual tormentas
y ni los dioses a su furia escapan;
maldice a las estrellas, al destino
pero más los encantos de la moza
cuya dulce influencia embrujadora
de la impotencia al Orcus lo condena.


Leer The Disappointment aquí.

 


 

Aphra Behn (Wye, Kent, 1640-Londres, 1689). Escritora y espía. Fue la primera escritora profesional de la literatura inglesa. Trabajó como espía para el rey Carlos II, en Amberes en 1666 durante la guerra con Holanda (1665-1667), bajo el nombre falso de Astrea. Es autora de los libros Las Cortesanas Fingidas (1666), La madeja (1667), Poems on Several Occasions (1680), Golpe de suerte (1686), El Emperador de la Luna (1687), Oroonoko o El esclavo real (1688), Las fábulas del deseo y otros poemas (1689), entre otros.


Martha Celis Mendoza (Ciudad de México, 1972). Estudió en la Escuela Superior de Música del INBA. Es egresada de la licenciatura en Letras Inglesas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Dirigió el taller de teatro y apreciación literaria The Fellowship of the Bard, fue participante del Shakespeare Project Mexico de The Anglo Mexican Foundation. Ha merecido el segundo lugar en Traducción Literaria (2007) y el primer premio en Crónica (2009) en el concurso de la revista Punto de partida. Estudia la Maestría en Traducción en el Colegio de México.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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