Los limones eran del tamaño de un melón. Cayeron, todos, sobre mi cabeza. También me cubrieron el cuerpo. Las orejas quedaron asomadas al cielo. Mi madre lloraba encerrada en su recámara. La culpa no le dejaba ni tomar un baño. Ella insistió tanto a mi padre en que quería un árbol de limones. Pero no cualquier árbol, el de los limones que crecen del tamaño de un melón. A mí me gustaba el agua de limón helada. Con uno solo alcanzaba para la que tomábamos durante dos días. La bebíamos con un poco de azúcar. El fin de semana, hasta dos o tres jarras.
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Mi madre me acostaba bajo el árbol sobre una manta. La sombra cubría todo el jardín. Huíamos del sol que nos calentaba la cabeza. Pero yo me quedaba dormido bajo el árbol, con el viento que mecía sus hojas. Mi madre dormía la siesta dentro de la casa y se asomaba por la ventana de vez en cuando para mirarme descansar boca arriba.

Mi madre no se recostaba a mi lado porque los pastos le picaban la piel. Se dejaba roja de tanto rascarse. Yo veía animalitos voladores que subían por las ramas. Los gusanos también se asomaban por los espacios de tierra húmeda. A mí se me trepaban las hormigas a los pies. Por la noche mi mamá me sumergía en la tina para que los cadáveres flotaran en el agua jabonosa. Las patas y las alas se pegaban en las orillas del mosaico.

Una tarde de verano uno de los limones me cayó en el pie. Se abrió y soltó el jugo, que me escurrió por los dedos. Recuerdo que lo tomé y lo probé, pero la punzada del ácido en la mandíbula me hizo enojar. Los pájaros se lo comieron y sólo dejaron la cáscara picoteada.

Mi madre se subía a la escalera de la cocina para desprender los limones. Los enjuagaba y los acomodaba en canastas de mimbre que le regalaba a mis tías. Había tantos limones que a veces mi madre se los regalaba a las señoras de la colonia.

Un domingo por la tarde, yo jugaba con los caracoles del tronco. Mi madre preparaba el baño con agua tibia. Se acercaba la noche. El cielo se cubría de nubes grises a punto de llover. El viento golpeaba las ventanas. Los cables de luz se balanceaban y los árboles se mecían de un lado a otro. El aire me empujaba como torbellino, pero me sostenía con fuerza de una de las ramas. Mi cuerpo volaba y yo reía, pero mi madre, desde la puerta, tomaba el faldón que se le subía hasta la cintura y me gritaba con voz de angustia: "Ven a la casa que la tina está lista." El cabello giraba con el aire.

limonero_gnmills.jpgEl árbol se sacudió tan fuerte que pensé que saldríamos volando con las raíces y todo. De pronto, el viento sopló en direcciones opuestas al mismo tiempo. Lo agitó con tal fuerza que los limones se soltaron de las ramas y me sepultaron en el pasto. Mi madre me quitó los limones del cuerpo con ambas manos. Me tomó en sus brazos y me llevó al interior de la casa. Empapado en jugo de limón y en las lágrimas de mi madre, no pude abrir los ojos por el ardor. Apreté los párpados y sólo veía luces de colores que se movían por el negro infinito. Las ventanas no dejaban de azotarse.

Mi madre, en medio del llanto, me tumbó en el sofá de la sala, desde donde se extendía el ventanal que daba al jardín. Miré que aún se sostenía el árbol, ya sin limones. Ella se dirigió a la cocina para llamar a mi padre a gritos por la bocina. Escuché la cascada que descendía por las escaleras. Era el agua de la tina que se escurrió por el filo de la puerta. Inundó la sala y se escapó hasta el jardín. El nivel del agua subió cada vez más. Los limones flotaron como barcos que naufragaban. El aire los movía de un lado a otro. Chocaban con las piedras, chocaban entre sí, se detenían en el tronco y giraban sobre su propio eje. Miré las corrientes por la ventana y salí nadando al jardín. El agua me llegaba a la cintura. Comenzó la lluvia. Las gotas ondeaban en el lodazal que ahora era un gran charco. Los limones permanecían en la superficie como si hubieran caído desde las nubes. Aún no veía con claridad. Abría los ojos lo más que podía, pero sólo enfocaba manchas verdes y agua ondulante. El reflejo de los faroles me cegaba. La vista se me nublaba cada vez más. Movía los limones con las manos y las piernas extendidas. Me sentía en el mar. Como cuando papá me llevó hasta lo hondo el día que conocí la playa. Me dejaba llevar por el agua. Rozaba las frutas con las palmas. Mis rodillas tocaban el pasto que se movía como algas marinas. Me hacía cosquillas en las plantas de los pies.

limonero_srbichara.jpgEl cielo se oscureció y la lluvia se alejó. Los colores se difuminaron en el agua. Los pies helados se inmovilizaron con los truenos que partieron a los limones en dos. Mi cuerpo flotaba en el jardín, las gotas caían sobre mis párpados cerrados. Soñé que nadaba dentro de la jarra de limones. Soñé que bebía toda el agua agria y opaca que se mezclaba con las gotas de sangre que escurrían de mi frente. Tomé un baño de jugo de limón, de gotas de granizo y lodo. Los gusanos tocaban mis talones, jugaban con ellos. Las hormigas subían por mis piernas como de costumbre, pero ahora eran muchas más. Los insectos se trepaban a mi cuerpo para alcanzar a respirar en la superficie. Mi padre podó el árbol. Lo desbarató con odio en cachos pequeños. Después lo golpeó hasta hacerlo astillas. Quedó un tronquito que se elevaba del suelo. El pasto se secó y se lo llevó el aire. La tierra deshidratada se escondió entre las grietas. Ya no había limones, ni pastos, ni agua a cántaros. Mi madre ya no se asomaba por la ventana para mirarme, se quedaba en cama. Lloraba por horas. Ya no preparaba limonada.

Yo me sentaba en el tronquito árido, tranquilamente. Recibía los rayos de sol. No sentía ganas de tomar agua de limón. No tenía sed, no tenía calor. Me sentaba a mirar mi jardín desértico, ahí, en el banquillo de madera que mi padre me construyó con el árbol de limones que amargó a mamá.


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Ilustración:
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srbichara: www.sxc.hu

Georgina Espinosa Gaubeca (Ciudad de México, 1983). Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y complementó su formación en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Barcelona. Actualmente es editora del portal de noticias de Prodigy MSN y trabajó en la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM. Ha publicado en diversos medios periodísticos y publicitarios, y fue redactora de la revista Conozca más. Lleva el blog: www.nostalgiadora.blogspot.com

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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