La colonia San Rafael. Mis pies y mi camino. El rostro de la joven de lentes. Está de moda el armazón negro, y a veces la moda no se equivoca para atinar en el tiempo, para atinar a la belleza. A veces. Maquillada, sí. Sobre-maquillada, tal vez. Sólo un poco diría yo. Buenos días, digo yo, pero al joven que atiende la cafetería. ¿Ésta es la carta?, Así es, Bien, llevaré el americano, ¿el cargado equivaldrá a dos tazas?, Más o menos, ¿Sería más?, No no, como a dos tazas, Gracias. Me doy vuelta y en contra esquina, otra vez ella. Si supiera. Si supiera que la estoy mirando. Si supiera que no se ve tan sensual fumando, que ese cigarrillo desentona con todo el cuadro. A lo mejor es porque es de mañana. No se me antoja el tabaco, no se me antoja verla fumar. ¿Para llevar?, Sí por favor, para llevar. Tengo el café ya en mis manos, huele bien la recarga. Dieciséis pesos por favor, Aquí tienes, ¿No tienes los seis?, Mmm... No, no los tengo, déjame ver... No no, Entonces espérame... El cigarro de la joven continúa abrazándola con su humo. Recuerdo que antes de entrar a la cafetería, los lentes me brillaron desde ahí. En el puesto de revistas compró el cigarro suelto. Cruzó la calle y yo entré a la cafetería. Ahora está en la esquina de su cuento-esquina-crunchc.jpgescuela. El joven me devuelve los cuatro pesos. Gracias, Hasta luego. Me toca cruzar la calle, primero una, luego la otra. La luz roja detiene los autos, la mirada de los conductores se fija en ésta y forma una estela invisible. Atravieso la estela formando otra, una línea recta de mi mirada hacia los lentes. Camino veloz y los lentes miran hacia otro punto. Fumando. Tal vez disimulando. Simulando que no me ven. Que no ven que los veo. Detrás del armazón negro, dos ojos. Marrones. Bella, sí. No me detengo, la luz cambió de color. Piso la banqueta. Me queda menos tiempo. Un pequeño grano en la mejilla. Ahora entiendo el maquillaje. No voltean los ojos, no voltean los lentes. Huelo el cigarro, Camel. Por alguna razón aumento la velocidad. Otro puesto de revistas. ¿Por qué no lo compró ahí? Un puesto de tamales. ¿Sí era bella? Un nuevo semáforo. ¿Por qué no le hablé? Un sobre bajo mi brazo y un café cargado en mi mano. No me di cuenta pero ya había cruzado San Cosme. La colonia Santa María la Ribera. Mis pies y mi camino. El cabello de la chica de azul...


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Carlos Pérez Ochoa (Ciudad de México, 1986) estudió psicología en la Universidad del Valle de México. Actualmente cursa la maestría en estrategias de reeducación en el Centro Cultural Itaca.

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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