Una antología de la poesía argentina (1970-2008)
Selección y prólogo de Jorge Fondebrider
Lom Ediciones, Santiago


 

resena-25.jpg¿Cuál es el mayor reto al que se enfrenta un antologador al preparar una recopilación de poesía?, ¿repetición, exclusión, sobreinclusión, sobreabundancia, parquedad?, ¿que se privilegien los nombres antes que las obras?, ¿acusaciones de nepotismo, compadrazgo, amiguismo? En verdad que es difícil elegir una opción ya que los casos, aunque muy similares, tienen visos de diferencia entre una antología y otra. Basta recordar, en el caso del lector mexicano, las polémicas que han desatado las muestras pretendidamente (o pretenciosamente) “abarcadoras” que, como manchones de verdor, han aparecido en las praderas del suelo nacional, desde la tan polémica y casi centenaria Antología de la poesía mexicana moderna de Jorge Cuesta, que causó ámpula en algunos sectores, pasando por la canónica y monumental Poesía en movimiento, hasta llegar a una más actual: El manantial latente. De este modo podemos ver que un rasgo común a todas las muestras ha sido el escándalo; las voces de inconformidad no demoran en estallar (a veces con razón) como nubes grises en el cielo del rencor. Quizá el gran problema de éstas, si dejamos de lado los contenidos (siempre sujetos a debate, siempre proclives a adiciones o sustracciones), sea su carácter definitivo. Y es que, quiérase o no, un trabajo de tal naturaleza arroja a la luz un canon, una muy particular visión del quehacer poético de determinada época, confinando así a diversos autores al ostracismo literario. Digamos, una antología, aunque se quiera de otra forma, siempre externa las afinidades de aquellos que se afanaron en componerla ya que, en la mayoría de los casos, es difícil hacer una escisión entre el gusto y el juicio. El acierto estribaría, en todo caso, en lograr, en la medida de lo posible, deshecerse de ese carácter petulante, de ese tufillo desagradable que es el viso definitorio e inamovible en la antología.

Una antología de la poesía argentina (1970-2008), compilada por Jorge Fondebrider, comienza sus andanzas con el pie derecho (aunque, como podremos ver en el interior de la selección, a pesar de la declaración de principios del antologador, la compilación no se salva del escarnio y la descalificación). Y lo hace desde lo particularmente pequeño (rasgo afortunado, si nos atenemos a aquella máxima que dice “como es arriba es abajo”): una palabra, un artículo. A la manera de José Moreno de Alba en su excelente ensayo El español en América en donde decide ir un tanto a contracorriente de los trabajos anteriores al utilizar la preposición en en lugar de de; y así deja atrás una discusión añeja. De la misma forma obra el antologador al hablar de Una en lugar de La, y así salva, por principio, su muestra:

El presente volumen tiene por objeto dar a conocer a un público extranjero un cuerpo significativo de poesía escrita en mi país entre la década de 1970 y los primeros años del nuevo milenio. Se titula Una antología de la poesía argentina porque entiendo es una de las tantas muestras que sería posible hacer sobre lo que vienen escribiendo algunos poetas nacidos entre 1940 y 1976. Imagino que, de haber sido otro el responsable de la tarea, la selección de los nombres y los poemas habría podido ser otra […].


De este modo, al hacer visible su “toque personal” dentro de la muestra, el autor deja lugar para la duda razonable, para el aspecto de falibilidad, para así eliminar el viso, tan fastidioso y pedante, de la piedra inamovible; es decir que no erige como monumento su compilación, ya que si bien la muestra reunida por alguien más no hubiera sido “tan diferente que muchos de los autores y los textos aquí representados no hubieran sido de la partida”, habría lugar para otros decires, otras visiones de la poesía, otras formas de dejar constancia del trabajo expresivo.

Por tanto, Una antología de la poesía argentina (1970-2008) se presenta ante los lectores como una de las posibles lecturas (la de un poeta contemporáneo de muchos de los incluidos, consciente de los debates, los pleitos, los lugares comunes, los logros y los descalabros de la creación de ese territorio específico del cono sur) que se pueden hacer del panorama poético de una parcela geográfica y de un momento (aunque largo, momento con sus determinantes especiales) específico en la historia de la poesía en lengua española.

El volumen, como nos advierte su autor, “se publica en Chile para un público más amplio que el meramente argentino”. De ahí el carácter abarcador de la obra, ya que pretende mostrar a un público determinado (si no del todo ajeno sí un tanto distante del paisaje poético argentino) sus “flores” verbales. Si bien es un acierto que una antología aspire a abarcar buena parte de la producción (en este caso nacional) para el consumo interno, lo es también si tiene como fin el poner al día al lector extranjero con respecto al trabajo de los vates de Argentina. De tal modo que Fondebrider se toma muy en serio la tarea de vendedor de bienes raíces y muestra hogares particulares de formas que, si bien se insertan en el conjunto urbano de la villa léxica y poética argentina, funcionan igualmente en otros climas lingüísticos. Y es que si la antología tiene como fin ser una ventana para que el vecino chileno eche un vistazo a la casa argentina, los vecinos de cuadras más alejadas (mexicanos en este caso) podrán mirar con azoro los interiores de esas habitaciones, a veces distorsionadas por cristales no tan cristalinos o espejos que alteran el objeto que pretenden refractar. Es de encomiar la labor del compilador al acompañar el volumen con un texto sesudo y exaustivo sobre los orígenes y la evolución de la poesía argentina, desde el modernismo hasta la generación denominada los “Perritos de ceniza”. Así, el antologador va repasando los diversos accidentes y alteraciones en la historia de la poesía argentina y se los va mostrando al lector como si se repasaran cuadros de distintos estilos sobre las paredes de la casa, o como fotografías de familia que en ocasiones adornan los muros y en otras muestran al pariente incómodo retratado como de soslayo en algún conjunto genealógico.

No puedo dejar de señalar algunos aspectos que me parecen malogrados en la muestra: primero, el abundante número de autores incluidos (poco más de medio centenar). Aunque otorga un panorama aceptable que arroja diversos exponentes, pertenecientes a distintos grupos y cultivadores de diferentes poéticas, la sobre abundancia dificulta un poco la lectura. Digamos que tanto follaje, en lugar de brindar sombra benéfica, en ocasiones, ensombrece. Aunado a lo anterior, el espacio dispuesto para cada autor es muy aleatorio ya que mientras algunos gozan de amplitud de páginas, otros (a veces con propuestas más interesantes) se ven condenados a la parquedad de un par planas.1

Por otro lado, hay un excesivo número de errores editoriales, lo que hace que se pierda muchísimo, tanto en el carácter objetual del libro como en la claridad semántica de ciertos poemas, ya que se puede pensar, por momentos, que dichos errores son propuestas formales del propio autor, lo que arroja lecturas confusas e incomprensibles, si no erróneas, de algunas piezas.

Sin embargo, sigo ponderando el espíritu de Fondebrider de alargarnos una muestra con pretensiones literarias en el mejor sentido de la palabra, una muestra que deja de lado el carácter inamovible y permite al lector sacar sus propias conclusiones. A fin de cuentas los lectores, como el tiempo, rescatarán en su memoria un puñado de versos. Eso es a lo que más y mejor se puede (y se debería) aspirar.
 
 
 

1Una botonadura de muestra: Mientras que Samuel Bossini, Rogelio Ramos Signes, Martín Gambarotta, Hugo Diz, Laura Wittner o Beatriz Vignoli tienen dos, tres, máximo cuatro planas con, a mi parecer, propuestas más que interesantes, D.G. Helder, Marta Rosenber, Diana Bellessi o Néstor Perlongher ocupan once, trece y hasta quince páginas con propuestas que no superan las anteriores, proporcionalmente según su número de planas.

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Luis Paniagua Hernández (San Pablo Pejo, Guanajuato, 1979) es poeta y ensayista. Estudió Literatura en la UNAM. En el año 2000 obtuvo el primer lugar de poesía en el concurso José Emilio Pacheco, en 2004 el premio en el mismo rubro en el concurso de Punto de partida y en 2008 el primer lugar en el certamen Décima Muerte. Ha sido incluido en las antologías Crimen confeso (2003), Un orbe más ancho. Cuarenta poetas jóvenes de México (2005), Los mejores poemas mexicanos (2006), Anuario de poesía mexicana (2007 y 2008) y La luz que va dando nombre. Veinte años de la poesía última en México: 1965-1985 (2007). Es coautor de los libros colectivos Espacio en disidencia (2005) y Al frío de los cuatro vientos (2006). Ediciones de Punto de partida publicó su primer poemario: Los pasos del visitante (2006).

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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