D trabaja en una editorial de medio pelo; está encargado de archivar y catalogar los libros publicados, un trabajo más bien tedioso. También se hace llamar escritor, pero pocos textos suyos han visto la luz. Primero, un par de cuentos impresos en una revista independiente que no pasó del cuarto número. Segundo, una muy modesta antología de cuento (un tiraje de doscientos ejemplares y una venta de setenta y cinco) publicada por una editorial también modesta. Y tercero, una mención honorífica en un concurso de la universidad, lo que le dio un espacio en las páginas del periódico de la institución. Hace veinte años, cuando vio su nombre en el índice del primer número de la revista, pensó que su carrera apenas despegaba, que le esperaba un futuro prometedor dada la premisa de haber publicado su primer cuento a tan corta edad, que lo único que tenía que hacer era seguir escribiendo como hasta ese momento y en poco tiempo se convertiría en una figura del mundo literario. Sólo es cuestión de tiempo, se dijo en aquel entonces. Hoy en día, D escribe poco. En ocasiones, algún diario importante de la ciudad le pide una reseña sobre tal o cual libro que acaba de salir al mercado. Lo hace con desgano, con una pizca de envidia imperceptible para él. En el último año, después de que su mujer lo dejó y salió del país, la producción creativa de D se limita a un cuento mal logrado, cuyo trabajo consta de dos reescrituras, ni más ni menos. Viendo cómo cambian los calendarios en la oficina de la editorial, D cada vez se hace más consciente de que las posibilidades de tener un éxito en las librerías se reducen dramáticamente, escapándose así su pretensión de fama y de acomodarse como un escritor de prestigio.

best-seller-gerard79.jpgUn día se hace el anuncio del lanzamiento de una de las mejores novelas en los últimos años. El autor es un joven universitario llamado C, sin duda una de las nuevas promesas de las letras nacionales. La gran editorial que lo ha tomado bajo su ala lo llama el pionero de una generación que apenas germina, el portador de una voz única. Pero C no teme mostrar sin reservas sus influencias, en lugar de repetir formas ya utilizadas, les rinde homenaje con un estilo personal. De inmediato, todos los ojos del mundo literario se posan sobre la nueva atracción. Como era de esperarse, el periódico donde de vez en cuando colabora D le demanda a éste que reseñe el libro a la brevedad posible. Faltando dos semanas y media para la presentación, D recibe un ejemplar.

Pasa una semana antes de que D se atreva a tocar la novela, ésta permanece sobre su escritorio, amenazadora. Cada vez que D se topa con el ejemplar se pone de mal humor, camina por el departamento, toma agua, come una galleta, se tranquiliza. Regresa al despacho, vuelve a verlo ahí acostado; la rutina se repite. Una tarde, después de un par de vueltas por la sala, a D se le ocurre una minificción y la escribe en el pizarrón del refrigerador. Es un buen pedazo de literatura, piensa D, lo mejor que he hecho en mucho tiempo. Se siente orgulloso y se felicita a sí mismo. Lleno de confianza, entra al estudio, toma el libro como si fuera un panfleto. Lee el título en voz alta. Qué mierda, dice en automático. Comienza el primer capítulo con un aire de superioridad, de prepotencia. Dos horas después, gracias a un hormigueo despiadado en sus piernas, D se percata que sigue parado en el mismo lugar, el libro todavía en las manos, los ojos todavía en las páginas.

D termina de leer la obra de C esa misma noche.

Al día siguiente, D no va a trabajar a la editorial. Llama a las nueve de la mañana para decir que está enfermo del estómago (una excusa poco original pero eficaz). No sabe cómo sentirse respecto a la novela de C. Por un lado está furioso, por otro, fascinado. Por un momento duda si la excusa que esgrimió en el trabajo era una excusa en lo absoluto. Decide desayunar algo con el fin de apaciguar sus entrañas. De pie, come un plato de cereal en la cocina mientras relee algunos pasajes. Al terminar, deja los trastes en el lavabo. Todavía está nervioso, un poco mareado. Entonces se le ocurre salir a caminar para despejarse. D deja el ejemplar sobre la mesa del comedor y sale del departamento. Detrás del edificio donde vive, hay un parque tranquilo con un quisco en el centro. D camina entre las jardineras y las mesas de piedra que tienen un tablero de ajedrez integrado a su superficie. En el recorrido hacia el quisco, su meta final, piensa en el texto que le fue exigido. Por primera vez se siente obligado a dar una reseña madura, trabajada (muy diferente a su costumbre de leer máximo un tercio del libro a reseñar y redactar una serie de juicios de valor con un fundamento raquítico). Se pregunta cómo es que C, muchacho joven, sin experiencia, pudo escribir algo tan bueno, tan sublime. La verdad es que D es un buen escritor, pero nunca ha escrito nada trascendente. Sin darse cuenta, D se sorprende recargado en el barandal del quiosco, la mirada perdida en las grietas del pavimento. Yo pude haber escrito algo así cuando era joven, se dice, con una mano en la cintura. En ese momento, D sabe qué escribirá en la reseña.

Después del día económico, D regresa a la editorial con nuevos bríos. Nunca había estado tan interesado en su trabajo. Por supuesto, lleva la novela de C consigo para hojearla en los ratos libres, pero tiene cuidado de no mostrar ninguna expresión en la cara mientras la lee en público. best-seller-lusi.jpgD se sumerge en sus actividades y permanece en la oficina hasta quedarse solo. Para el final del día ha leído el libro una vez más. Ya es entrada la noche cuando sale de la editorial. El compañero que usualmente le da un aventón a casa duerme plácidamente en su propia cama. D decide caminar, al cabo que su departamento no queda a más de una hora de distancia, y espera que en el trayecto pueda parar un taxi. En el regreso hay un edificio sobre el cual un espectacular anuncia la novela. Una imagen de siete metros de C se yergue enmarcada por el cielo nocturno. Es un chico bien parecido, piensa D, no sólo produce material de calidad, también es bueno como imagen comercial. Yo tampoco estoy tan mal, se dice, un escritor maduro es muy atractivo. Tras cuarenta y cinco minutos de caminata, D llega a su casa.

La presentación del libro de C se lleva a cabo en uno de los centros culturales más concurridos de la ciudad. C recibe elogios y felicitaciones; todos quieren un pedazo de su talento. D asiste con entusiasmo. Sin embargo él no se acerca a C, sólo se limita a observarlo desde el fondo del salón. D sabe que no será reconocido en ese lugar, empezando porque la atención de los comensales no está dirigida a su persona y terminando por el simple hecho de que nadie en ese círculo conoce su nombre y mucho menos su físico. Esta condición, lejos de molestarlo, agrada a D. Él sabe que pertenece a ese ámbito, pero el resto de la gente lo ignora, se siente como un detective secreto, aunque más acertado sería decir como un asesino. Se mueve con libertad entre las mesas pobladas de copas de vino tinto y charolas con canapés. Por su parte, C se desenvuelve con soltura ante un público que se rinde a sus pies. Otros escritores de fama y renombre le dan la bienvenida al gremio con un par de palmadas suaves en la mejilla o la espalda, tomando el papel de mentores que ven a un prometedor, pero al mismo tiempo peligroso, discípulo. A C parece no importarle la actitud de sus colegas, está dispuesto a aceptarla y, hasta cierto punto, disfrutarla por esta noche.

Después de hacer un par de rondas por cada cúmulo de personas en el salón, el agente literario de C le aconseja sentarse a autografiar ejemplares. Accede con gusto. D ve la oportunidad de acercarse a C. El primero sabe que le será muy difícil al segundo recordar cada uno de los rostros en la fila; tiene que firmar tantas páginas legales que para la trigésima lo único que hará será garabatear su nombre y poner la fecha. Al principio, la cola avanza muy lentamente; C no tiene ningún problema en dedicar el libro a las personas de hasta adelante. Sin embargo la velocidad aumenta al cabo de media hora; C despacha con más rapidez, con menos atención en cada admirador. A medida que su turno se acerca, D siente que la decisión y la fuerza que requiere para hacer lo planeado se drenan de su cuerpo. Busca refugio en las páginas de la novela, a modo de calmante. Para cuando se encuentra cara a cara con C, está tranquilo y centrado. D pone su ejemplar sobre la mesa y lo desliza con firmeza, sin titubear. C, con la mirada fija en lo que hace, traza, en efecto, su firma y la fecha. Aquí tiene, dice C. Gracias, dice D. Diez personas después, la fila termina.

best-seller-typofi.jpgA la mañana siguiente sale publicada la reseña de D. En ella se acusa a C de plagio. Mediante un tono de ira contenida, D despotrica contra la editorial, las imprentas, los agentes, los críticos, los escritores famosos y los no famosos, las instituciones culturales del país, los lectores, los no lectores, el gobierno, las librerías y, por supuesto, contra C. Con todas y cada una de las cabezas de títere en la mano, D extiende un reto a las autoridades y exige que se le haga justicia al verdadero autor del libro, él mismo.

La noticia pasa desapercibida por un par de días, como era de esperarse. Al tercer día aparece en televisión y es en ese momento que D empieza a recibir un gran número de llamadas preguntando por lo ocurrido. Tanto los medios escritos como los audiovisuales piden a D una entrevista con el fin de aclarar los hechos. D da gusto a cada reportero. Diciendo casi lo mismo en cada interrogatorio, D reitera su denuncia aumentando el tono de indignación. Los medios también buscan las palabras de C, quien, de una manera menos sanguínea, exige pruebas contundentes que demuestren su culpabilidad. Con gusto, D abre los archivos de la editorial donde trabaja y muestra el registro de la publicación de su libro, elaborado, de acuerdo con los catálogos, veinte años antes que la novela de C. A estas alturas, D dice sentirse profundamente ofendido y también declara que el libro de C es en un noventa por ciento igual al suyo, el cual posee un título menos pretencioso y más acertado, según D. Inicia una guerra de declaraciones entre ambos escritores. Por supuesto, los nombres de D y C aparecen en todas las secciones culturales de los periódicos y las cápsulas informativas de las televisoras locales. La novela se vende con éxito, un fenómeno que no se veía en varias décadas.

Pero C no está conforme con la prueba presentada por D, entonces pide que el libro de D sea rastreado hasta encontrar un ejemplar. La búsqueda se lleva a cabo en cada librería del país, sobre todo en las de viejo, donde las autoridades ponen la mayor parte de sus esperanzas. D aprovecha la oportunidad para criticar el sistema editorial de la nación, argumentando que se basa en la ley de la oferta y la demanda. El problema es que los libros no son otro producto por completo materialista, dice D, sino que son el resultado de la creatividad y el espíritu humano, por lo que no deben ser retirados del alcance de la gente por el simple hecho de que no se vende un determinado número de ejemplares en un determinado lapso de tiempo. Los lectores concuerdan letra por letra. Poco a poco, la figura de D como un nuevo gurú de las letras comienza a tomar forma. Se le pregunta si posee algún ejemplar o el manuscrito de su novela. He buscado por cada rincón de mi casa, dice D, pero por desgracia no he encontrado nada; mi ex esposa debió llevárselo consigo cuando se fue al extranjero. C va perdiendo terreno en la batalla; de manera gradual, decide mantenerse al margen en el intercambio de declaraciones.

El libro también es buscado en los almacenes de la editorial donde trabaja D, pero no es encontrado. De nuevo el descontento de D hacia la ineficacia de la empresa se hace público. Por otro lado, la modesta antología de cuentos publicada por D hace quince años se vuelve un best-seller: Los ciento veinticinco ejemplares restantes de la primera impresión vuelan de las librerías donde estaban arrumbados y se hace una reimpresión, ahora con un tiraje diez veces mayor. D se hace de fama y prestigio.

Un par de meses después de la presentación de la novela, un periódico descubre y publica que no es la primera vez en la carrera de C que ha cometido plagio. De acuerdo con la noticia, C extrajo ciertos fragmentos de una página de Internet y los utilizó como suyos para un ensayo en el tercer semestre de la licenciatura, lo que le costó una calificación reprobatoria en dicha clase. La reputación de C se va por el drenaje. Evaluando la situación, la gran editorial decide hacer un trato con ambos escritores. Primero, piden a C que se disculpe públicamente y que acepte el cargo; a cambio le ofrecen no llevar a término las investigaciones y, considerando las pruebas, no multarlo. Y segundo, ofrecen a D un contrato para publicar el libro con su nombre y con las correcciones que él considere necesarias. D y C aceptan las condiciones de la editorial. Todos los ejemplares del libro de C son retirados de las librerías y sustituidos a la brevedad por el libro de D, el cual es, casi en su totalidad, el mismo libro, pero con un título distinto.

La carrera de D despega. C no escribe nunca más.

Al cabo de unos años, D es una figura del mundo de las letras. Es columnista en un número considerable de periódicos y dueño de la revista literaria más vendida en el país, ya no trabaja en la editorial mediana. Su antología de cuentos va por la octava reimpresión y la novela por la décimo cuarta. No ha escrito nada de ficción en mucho tiempo. Sin embargo, después de una gran cantidad de peticiones por parte de la editorial (con la que ahora tiene un contrato multimillonario) y del público lector, D se decide a publicar algo. La editorial hace un evento enorme para la presentación: el libro más esperado de los últimos años, dice el eslogan. Todo el mundo acude y adquiere la novela.

Al día siguiente, en una reseña de su libro, D es acusado de plagio.


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David Pruneda Sentíes (Ciudad de México, 1985) cursó la carrera de Letras Inglesas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado cuento en las revistas Punto de partida y Textofilia, y en la antología de jóvenes narradores Desde las islas, publicada por la Facultad de Filosofía y Letras. En 2005, recibió el tercer lugar en el certamen de cuento del 8° Festival Universitario de Día de Muertos (Diles que no me maten: a 50 años de Pedro Páramo). Obtuvo mención honorífica en cuento en dos emisiones consecutivas del Concurso de Punto de partida. Fue finalista en el primer concurso-taller en línea Ca­za de Letras (2007) con el seudónimo de Kusco.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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