Un hombre serio
Director: Joel Coen y Ethan Coen (Estados Unidos, 2009)


Buscando a Eric
Director: Ken Loach (Gran Bretaña, 2009)



 


Un hombre serio
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hombreserio-cartel.jpgUn joven que realiza su bar mitzvah bajo la influencia de una droga, una cacería de judíos a campo abierto y un rabino que cita a Jefferson Airplane son imágenes que sólo pueden hallarse en un cine como el de Joel y Ethan Coen. La filmografía de los hermanos de Minnesota, que se concentra en los absurdos de la condición humana, es una de las más diversas del cine contemporáneo. Cada una de sus películas es una evolución temática o estilística: su sello es el humor con seriedad, pero su universo cambia de manera consistente. Un hombre serio continúa por la senda humorística que recuperó la divertida Quémese después de leerse (2008), pero representa una nueva aportación a su estilo fílmico. Ahora se trata de la evocación de una época como pretexto para plasmar la idea de incertidumbre.

Mientras el profesor de física Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg en una curiosa semejanza con el John Turturro de Barton Fink) espera que el comité académico lo nombre catedrático, su esposa (Sari Lennick tan fría como Tilda Swinton en Quémese después de leerse) confiesa que quiere divorciarse a través de un ritual judío que le permitirá casarse con un vecino viudo: Sy Ableman (Fred Melamed convincente en unas cuantas escenas). El tío Arthur (Richard Kind sólido) vive en casa del matrimonio porque no tiene empleo y para poder drenarse todos los días un quiste sebáceo de la cabeza. También están los dos hijos adolescentes: Danny, quien siempre asedia a su padre para pedirle que corrija la recepción del televisor, y Sarah, quien acostumbra robar dinero de la billetera paterna. Al entorno familiar le siguen algunos infortunios: el padre de un alumno extranjero que buscó sobornarlo amenaza con acusarlo de corrupción si no acepta el trato; una compañía de discos le cobra por un pedido que él no contrató la universidad donde trabaja recibe cartas que lo acusan. En esta vorágine de incidentes, el docente se instala en un hotel con su hermano al tiempo que visita rabinos en busca de consejos.

Un hombre serio comienza con un cuento hablado en yiddish y con apariencia de pintura renacentista. Un matrimonio judío recibe a un rabino que el marido supone vivo, pero del que la esposa tiene noticia de que está muerto. Para la mujer se trata de un dybbuk, o bien, un alma en pena poseída por un demonio. Su esposo piensa lo contrario y lo recibe con calidez. Convencida de que se trata de una artimaña, ella inserta un cuchillo en el pecho del visitante quien no deja de hablar a pesar de que su herida sangra. El anciano sale de la casa y se pierde entre la nieve. Este relato funciona como un prólogo; es un anuncio de lo que sobreviene; una brújula que indica la desventura del profesor Larry Gopnik: un hombre serio que sólo trata de entender los incidentes que ensombrecen su vida.

hombreserio-02.jpgA diferencia de Quémese después de leerse y El gran Lebowski (1998), la decimocuarta realización de los Coen no pone el humor al servicio del absurdo. Esta comedia, que no es pura como Educando a Arizona (1987), aborda el principio de incertidumbre. Larry es un hombre trabajador, sencillo y honesto. Se trata de un buen judío; de un hombre serio. No es un personaje obsesionado con las posibilidades que ofrece el dinero, como Jerry Lundegaard (William H. Macy), el protagonista de la magistral Fargo (1996), o el Llewelyn Moss (Josh Brolin) de Sin lugar para los débiles (2007). Tampoco es un hombre fanatizado por fijaciones sobre sí mismo como ocurre con casi todos los pícaros y tontos de Quémese después de leerse, ni pasa por una crisis profesional como el escritor de Barton Fink. No es más que un profesor de física cuya única ambición es convertirse en catedrático, actuar con racionalidad y cumplir con su religión. El sinsentido de ciertas actitudes humanas no tiene lugar en esta figura que, sin embargo, descubre que cada situación anómala que enfrenta es como una cadena que conduce a la fatalidad.

Desde su debut con Sangre simple (1984), los hermanos Coen mostraron un cuidado especial en la puesta en escena. Su trayectoria posterior demuestra que tal interés se debe a que el ambiente de sus películas, cuando no es todo un personaje (como el paisaje nevado y punzante de Fargo), resulta un elemento que determina el comportamiento de los protagonistas. El pretexto de Un hombre serio es la crónica de un lugar en una época específica. Se trata del Minneapolis de 1967: vecindarios soleados al estilo de la gloriosa posguerra, semejantes a los que muestra Revolutionary Road (Sam Mendes, 2008), con jardines al frente y enormes antenas; el habla coloquial puritana de la gente (“whoopsie-doopsie” en lugar de “sexo”); el sonido de Jefferson Airplane; la importancia del televisor en hogares de familias con dos hijos. Características todas que denotan el aletargamiento de una comunidad que someterá su destino a un fenómeno climático que es una metáfora de la fatalidad.

hombreserio-03.jpgAunque se trata de una comedia que simula simplicidad, Un hombre serio es el resultado de una cinematografía rica en recursos expresivos. Las secuencias fundamentales emplean todas las posibilidades del vocabulario fílmico. Tanto la trama como el lenguaje visual siguen una misma ruta. Los encuadres establecen el desorden emocional o la degradación moral de los personajes. Los cortes son precisos y directos. Las escenas transcurren vertiginosamente. No pierden sentido, ni ritmo. Conforman una maquinaria narrativa que hace un uso impecable de la elipsis. Tal es el caso, por ejemplo, de una secuencia narrada por uno de los personajes al mismo tiempo que por la cámara. Un relato dentro de otro relato donde se sabe que un dentista judío descubrió un mensaje de ayuda la dentadura de un paciente y trató de descifrarlo, sin éxito, hasta con la ayuda de rabinos. Esta técnica tan sofisticada no es un espectáculo vacío porque alimenta el tema de fondo con una dinámica visual contrastante. Cada elemento está justificado. La aparente exageración humorística, que algunos críticos creyeron producto de la frialdad o del cinismo, no es sino una máscara para la fatalidad que ronda la vida de Larry Gopnik. El desencanto de este personaje es ideal para un cinta neorrealista, pero los Coen buscaron un código visual que modificara la percepción sobre su infortunio. Es verdad que la comicidad del relato, que es una versión desatada y con formato de caricatura del llamado humor judío, es burlona, pero no es efímera. Los autores abordaron un tema difícil con un estilo que lo hiciera soportable. Si el argumento bordea la noción de incertidumbre, el estilo visual lo hace con la idea de percepción. La tragedia de Larry Gopnik, quizás como cualquier otra, es inexplicable. No queda más remedio que aceptarla. El epígrafe de la cinta es explícito: “Receive with simplicity every thing that happens to you (acepta con humildad todo lo que te suceda)”.

Después de que el hijo de Larry Gopnik celebra su bar mitzvah, debe presentarse ante el rabino que su padre ha buscado por semanas para recibir consejos. El anciano mira al joven antes de citar una línea incompleta de Jefferson Airplane: “When the truth is found to be lies and all the joys within you dies..." (Cuando se descubre que la verdad es mentira y que la alegría en ti muere…). Se trata de la canción “Somebody to love”, que musicaliza los créditos y que acompaña al joven Danny en varias de sus aventuras. Esta pieza sirve como concepto de fondo. No explica la película, pero orienta su interpretación y muestra que el cine de los Coen puede simplificarse en un proceso de reinvención constante de una fórmula propia que consiste en aplicar un tono burlón y una técnica brillante, que aprovecha todas las posibilidades del lenguaje del cine, para plasmar temas ambiciosos o ideas.

No cabe duda de que el cine de Joel y Ethan Coen tiene un sentido sociológico. Sus piezas maestras, Fargo y Sin lugar para los débiles, poseen una agudeza poco común en la industria contemporánea. Quémese después de leerse comparte esta cualidad dado que se trata de una farsa que, amén de la exageración de su estilo, no deja de ser un acercamiento a la inseguridad política y social de la actualidad. Un hombre serio es comicidad total, pero también contiene una reflexión profunda. Es la crónica de una época como semblanza de una idea. Los directores dejaron de explotar el tema del absurdo humano para concentrarse en la incertidumbre de la existencia. El resultado es una nueva evolución en un cine que siempre busca transgredir e innovar. Hacia el final de Un hombre serio, hay un momento de perplejidad que aniquila el humor al instante cuando un poderoso tornado se impone en la pantalla para señalar al espectador que nadie puede evadir, ni mucho menos explicar, la condición trágica y fugaz de ser humano.

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Buscando a Eric
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eric-cartel.jpgTras el fracaso de su segundo matrimonio, Eric Bishop (Steve Evets) comprende que aún está enamorado de Lily (Stephanie Bishop), su primera mujer, a quien perdió treinta años atrás. Ignorado por los dos hijastros adolescentes que debe criar, el partidario del Manchester United y admirador del exfutbolista Eric Cantona, decide terminar con su infelicidad luego de encontrarse con un mentor inesperado que le enseña la posibilidad de enmendar los errores del pasado. Reconocido como autor de dramas sobre obreros y desahuciados, el cineasta británico Ken Loach (Nuneaton, Warwickshire, 1936) reinventa su cine con Buscando a Eric. En esta película abandona la denuncia social y adopta un realismo mágico humorístico para contar una anécdota amena, futbolera y conmovedora que es idealización de la clase trabajadora, ensayo sobre el compañerismo y la familia, y parodia de los libros de superación.

Eric Bishop es un cartero que ha perdido el sentido del humor. A pesar de su afición al futbol y de la camaradería de sus colegas, un asunto del pasado dificulta su felicidad. Sus hijastros tampoco lo respetan. Uno de ellos está metido con una pandilla local. El otro no acepta su autoridad. El dilema de este personaje, que encarna nuevamente al obrero pintoresco e incomprendido del universo fílmico de Loach, es que debe afrontar sus equivocaciones para corregir una ruta que lo puede conducir al fracaso. Con esta cinta, el realizador de Kes (1969) ya no aborda la alienación de la sociedad y de la familia con su habitual realismo denunciante, sino que elabora una comedia cinematográficamente contemporánea, pero de raigambre clásica, que plasma la idea de la amistad como la vía para sobreponerse al desequilibrio personal y social.

Loach ha recurrido al humor en películas como Rif Raff (1990), Lloviendo piedras (1993) y Mi nombre es Joe (1998), pero Buscando a Eric es su única realización inscrita casi de lleno en el temperamento de la comicidad y es, al mismo tiempo, una expresión muy personal de este género. Se trata de un relato que reúne convenciones que van de la comedia disparatada (la llamada screwball comedy) al realismo mágico, y del drama realista a la parodia de géneros no cinematográficos como los libros de superación. En contraste con producciones anteriores, esta pieza no es una plasmación de la desesperanza. El efecto de exclusión que padecen los personajes de aquellas cintas es sustituido por la idea de confianza. El director de Tierra y libertad (1995) no niega las fallas del sistema social, pero confirma que los marginados pueden sobreponerse a esas condiciones. Eric es un héroe cómico, pero también es un signo de las consecuencias de un régimen de vida en que los individuos actúan bajo presión. La ruptura con su primera mujer, factor que condiciona la personalidad del protagonista, se debió en parte a las condenas de su padre, figura rígida y ortodoxa que representa el poder institucional.

eric-01.jpgBuscando a Eric idealiza a la clase trabajadora porque la dibuja como un grupo capaz de transformar su propia realidad. La película transcurre en dos tipos de escenarios: espacios íntimos y espacios públicos. Los primeros definen el estado anímico de los personajes mientras que los otros muestran su manera de actuar; es decir, sus decisiones de vida. El ídolo de Eric Bishop es Eric Cantona. En su habitación tiene un cartel del goleador del Manchester United en la década de 1990. En un gesto de realismo mágico, Loach explora la interioridad de su protagonista cuando el atleta aparece en carne y hueso ante el desventurado cartero y comienza a sostener charlas con él. Salvo en una secuencia, el deportista sólo aparece en espacios cerrados e íntimos, y poco iluminados. Aquí está el sentido del título de la película: el personaje cómico se busca a sí mismo y habla con su héroe deportivo para dialogar consigo mismo. Este gesto al estilo de Michael Gondry (¿Quién quiere ser John Malkovich?, La ciencia del sueño) o Charlie Kaufman (Nueva York en escena) satiriza los libros de superación personal. Los consejos de Cantona simulan el lenguaje de dichos textos y los desvirtúan con ironía para enaltecer la capacidad de la clase trabajadora de criticar sus elecciones equivocadas y de corregir sus yerros. Para el británico, cualquier individuo, sin que importe su origen o su educación, y sin necesidad de recurrir al mercado de las falsas fórmulas del éxito, es capaz de tener confianza en sí mismo, de saber que debe afrontar riesgos para realizar sus propósitos y de hallar medios para enmendar sus errores.

Contrario a lo que podría parecer, Buscando a Eric no es una lección de moral ni de ética. No se trata tampoco de una apología acrítica donde reina la esperanza. En películas como Lady bird, Lady Bird (1994) y Pan y rosas (2001), Loach mostró situaciones dramáticas que rondaban la total desilusión. Otras producciones, como El viento que agita la cebada (2006), bordean la tragedia al aproximarse a la violencia de la guerra. Las desdichas de Eric Bishop no tienen categoría de fatalidad como en aquellas producciones, pero tampoco implican una exaltación desmedida de la felicidad. Loach es un cineasta serio; un heredero del realismo británico y de la tradición del free cinema. Hay una secuencia que transforma el concepto de la película. El cartero invita a su primera mujer y a su hija a comer en casa. Mientras departen la policía ingresa con violencia al comedor y detiene a toda la familia. Esta escena tiene estilo hiperrealista. El ruido y la velocidad de las acciones son perturbadores. La armonía se desmorona y el personaje se instala en una situación de total tensión. Sabe que el incidente se debe a la relación de uno de sus hijastros con el líder de una pandilla y que dicha situación puede arruinar su reconciliación con Lily. El equilibrio entre el registro cómico y el dramático da profundidad a una cinta con la que el director de Agenda oculta (1990) aspiró a realizar algo más que una comedia familiar sobre la superación de un individuo ordinario.

eric-03.jpgLa originalidad de Buscando a Eric se debe a que Loach aprovecha la plataforma de la comedia para reflexionar. El cineasta propone que la realización de los individuos no es una cuestión posible únicamente a través de la voluntad individual. El trabajo en equipo es necesario. La idea fundamental de la película es que el fútbol, el amor, la familia y la felicidad son actos de amistad. No son disputas de poder ni sociedades de dominio. Eric Bishop y Eric Cantona dialogan en lo alto de un edificio departamental. El cartero trata de adivinar cuál fue el momento más feliz del futbolista. Está seguro de que se trata de un gol glorioso, de una exaltación de su individualidad y de su genio. Pero no es así. El francés tiene en su memoria un acto que le resulta más significativo. Su recuerdo pertenece a una decisión que implicó camaradería con sus colegas de profesión para cumplir un propósito que, en el futbol, sólo puede ser colectivo: el gol. En la mirada de Loach, todos los afectos son un juego de conjunto. La amistad y el cariño son rostros de la solidaridad. Y sólo es posible desafiar las desventuras cuando se cuenta con un carácter firme y con la lealtad de amigos o familiares.

Antes de confrontar la prueba final, Eric Bishop recibe un consejo de su ídolo: “para sorprender a los demás primero debes sorprenderte a ti mismo”. Con su vigésimo sexta película, es posible que Ken Loach se haya sorprendido. No se trata de su mejor realización, pero sí representa un episodio memorable en su trayectoria. Buscando a Eric es la película típica de un veterano, pero también es un trabajo que sorprende. Posee la firmeza narrativa y la precisa dirección de actores existentes en otras películas de este autor. Exhibe riqueza audiovisual porque se nutre de tradiciones narrativas diversas y de material de archivo para lograr un montaje rítmico, como un buen juego de futbol. Pero lo más relevante es que es una cinta transformadora de la estética de un cineasta que tiene ya un universo definido de temas y personajes. A partir de la variación de una fórmula del cine de Hollywood, Loach entrega una historia amena y profunda que además de su mirada a las relaciones humanas arroja reflexiones hermosas como el hecho de que a veces los recuerdos más bellos son los más difíciles de enfrentar.

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Rodrigo Martínez (Ciudad de México, 1982) es comunicólogo por la UNAM. Ha publicado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho, Viento en vela, La revista y Periódico de poesía (versión digital). En 2004, obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Universitario Agustín Yáñez convocado por la revista Tierra adentro y el Conaculta. Ganó el premio de cuento del Concurso 35 de Punto de partida (2004) y, un año después, recibió el de crónica del mismo certamen. Coordina el Área de Publicaciones Digitales de la Dirección de Literatura de la UNAM y es profesor de asignatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.).


 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

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