(1)
La Tierra es un poco más que azul.
Bajo esa transparencia la náusea se redime,
se convoca a los excesos y el hábito sucumbe.
Será tal vez que hemos llegado a otras cimas,
otros climas cobran vida,
otra vida se mueve en las alturas,
las alturas sucumben como peces.
Desde esas nubes todo es más azul.
Todo equívoco renace.
Las nubes nunca tomarán las formas de los sueños,
a menos que sean los de un vetusto infante.
(3)
Los cielos viven lo que el hombre intuye.
Anónimo del siglo VII
Los cielos son los cielos
y nombrar la claridad es un abismo
que prefiero evadir
igual que a un horizonte de aves,
igual que el despertar de la cera,
diferente al calentamiento global
y al ayuno de las calamidades.
El cielo será los cielos
y un túnel está cayendo
gota a gota su amplitud,
su eco se achica en la fila
de sopesar la fuerza de los astros,
de transpirar la lectura del Chilam Balam,
de decantar la voz que no es la mía
y es de todos los que no asisten
a la sublevación y al cubículo
donde la sangre cohabita cúbica(mente)
con el raciocinio y la piedra.
(5)
Por ser sombra untada en la carne
he sido demasiado fuente
y he alcanzado la longeva velocidad
de los sueños despostillados.
Por ser carne perpetuada en la sombra
sólo me remito a la ceniza del agua,
al diáfano dolor de la derrota
que está por ser más
una viga en el ojo de Dios
que un centenario en la bolsa del menesteroso.
Por haber sido y para ser
la sangre me limita
pero permanece intacta la distancia
entre el aire y los esquemas espectrales.
(10)
La tregua nunca ha sido mi pan preferido,
pero en estos momentos en que el mundo
se nos cae como una sandía
y golpea el corazón y la conciencia,
el ostracismo es secundario
y el egoísmo es un animal putrefacto,
y es preferible por nuestro bien
voltear alrededor y vernos desde esa perspectiva,
desde la indefensibilidad.
Después del 11 de septiembre
el todopoderoso ha muerto,
ya ratificó Katrina.
(15)
Ha sido tropezar con el ayuno y el estropicio
que se concentra en el semáforo inalámbrico.
Con estrías de la voz y el gazapo inerte,
estricto es el congal, la lámpara, la calle alada
y helada es la circunstancia de los transeúntes
y por si acaso, acoso o acuso
de la verdad a la gracia
no para hundirme, sino para levantarle
el vestido a la belleza
y sentármela en las piernas como Rimbaud,
ése estridente seminarista del trueque en África.
(17)
Un tiempo diferencial se mimetiza,
se sustrae de la glorieta
donde ha crecido la velocidad
espontánea del ser,
del pensamiento que cae como un kilo de algodón,
como la sombra del agravio
insostenido por el reino de la sangre.
Pasa un clima que ensordece
los pasos y la mirada del camino.
Se avanza pero las piernas
no responden al llamado que hurta
el corazón de lo esporádico
y estamos ciertos
que el viaje es una ramificación del espíritu,
que ejerce tensión en el espacio.
(18)
Hay una integración de los despojos,
de las sucesivas interpretaciones del asco,
del porvenir que está pariendo moscas
en los acercamientos del habla y la cordura.
Hay un crepúsculo que no se rinde
y que escrupulosamente ya partió
dejando en sus huellas como una luz
el remordimiento,
el alza en el costo de los enseres espirituales
y una torpe directriz en la resistencia
del caparazón de las tortugas.
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Alejandro Mitre (Guadalajara, Jalisco, 1980) ha colaborado en las revistas: Metrópolis, Letrambulario, La Gaceta, Periódico de Poesía, Ventana Interior, Letras en Rebeldía, Azul@rte, La Casa del Tiempo, E. Poéticas y en el Blog: Mis poetas contemporáneos. Está incluido en el Panorama de poesía mexicana (Los Acúfenos, 2009). Es autor de los poemarios Diáspora de la mansedumbre (Edición de autor, 2007) y Anatema del crepúsculo (de próxima publicación).
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