Al otro lado
Heriberto Yépez
Planeta, 2008


portada-alotrolado-yepez.jpgEn el pasado, diversos autores mexicanos incursionaron en la novela “Polvo” y no la hicieron; otros profesaron con la “Piedra” y fracasaron; hoy, Heriberto Yépez se avienta con la novela “Phoco” y ha pegado con tubo. Al otro lado (Planeta, 2008) es una obra adictiva. Las instrucciones para entrarle son simples, acercarle la flama de las pupilas e inhalar los humazos hasta el disloque, el desquicie total, la disloqueada.

En septiembre de 2007, Yépez nos había dejado pendejos con la publicación del libro de ensayos El Imperio de la Neomemoria. Exactamente un año después nos la ha vuelto a aplicar con Al otro lado, la historia del phoco, la droga que aturde a Tiburón, el protagonista, la síntesis del “crico”, el “piedro”, el “basuco”, el “baserolo”. Todo en uno. Un nuevo principio. Un nuevo verbo: phoquear.

El loop de las fronteras es la combustión. El tiempo ha demostrado que el polvo “maldito” nada tiene de perverso; por el contrario, es un juego de niños, como comer galletas de animalitos o beber leche Nido primera etapa. Con el polvo a veces se gana lucidez, energía, inteligencia, pero la combustión inutiliza, minimiza, destruye, seca. El phoco es la representación ideal de la frontera ya que en ella, como en la combustión, los jodidos siempre pierden.

Así como hace algunos años asistimos al fenómeno de la transculturación, experimentada primero por las ciudades fronterizas y luego extendida a toda la nación, ahora vivimos la “fronterización” del país. “Fronterización” porque antes la violencia y el narco eran privativos de las borders. Sin embargo, en la actualidad la frontera se está extendiendo. Por poner un ejemplo, una ciudad insignificante y provinciana como Torreón, antes desterrada del mapa mediático, la semana del 10 al 16 de febrero de 2009  registró 31 ejecutados debido a enfrentamientos entre el narco y distintas organizaciones policiacas. Antes era necesario viajar a Tijuana o Ciudad Juárez para experimentar el terror. En nuestros días, Durango, Chihuahua, Coahuila, Zacatecas, etcétera, viven en un constante toque de queda tácito. La frontera viaja. 

Al otro lado desmiente la propaganda política que asegura que estamos en una guerra contra el narcotráfico. Cuál guerra, si mientras que en el sexenio de Fox el sesenta por ciento de la cocaína que se consumía en Estados Unidos pasaba por aduanas mexicanas, en el mandato de Calderón el noventa por ciento de la coca que consumen los gringos pasa por nuestras garitas. La corrupción y las negociaciones con el narco han aumentado escandalosamente. Por qué no decir la verdad. No estamos en una guerra contra el negocio de la droga, estamos en contra de algunos cárteles.      

Yépez pone el dedo en la llaga al respecto. A través de Tiburón, su personaje principal, nos plantea la siguiente reflexión: en un presente donde se destinan millones de pesos para combatir el narcotráfico, ¿alguien se ha preocupado por los adictos? La droga que se vende en las calles, como cristal, piedra o crack, es un producto elaborado a base de hidratos de coca, raticida líquido y agua de acumulador. El contacto prolongado con este veneno trae como resultado la muerte en vida. Y es éste el limbo que el sistema político mexicano está diseñando para su población.

Los adictos son, en su mayoría, morros entre los 14 y los 24 años. Edad comprendida también por los cárteles para reclutar personal. Aquellos que no encuentran la muerte en ajustes de cuentas son consumidos por la combustión. Algunos se rehabilitan, pero de nada sirve, pues quedan inservibles para cualquier actividad que no sea mendigar. Basta caminar por cualquier periferia de las ciudades del norte para toparse con ellos. ¿Y con consentimiento de quién pueden llegar a los laboratorios clandestinos los tambos de raticida, las armas que utiliza el narco, si no de las autoridades? Por eso el mismo Yépez ha decretado la muerte de la cultura mexicana y pugna por su desaparición.

Jamás el Estado Mexicano va a frenar la producción de droga. ¿Por qué? Porque este país ha sido construido por el crack, base, piedra, roca o cristal, dependiendo de cómo se le llame en cada región. Nuestras carreteras, edificios, complejos habitacionales son levantados por un ejercito de adictos. Este país está construido con la cultura de la droga. Por eso no importa que en unos años los trabajadores se conviertan en pepenadores. Nacerán otros adictos que remplazarán las bajas y a base de fumar en foco, en pipa, en aluminio, en antena, sostendrán esta gran farsa tan rentable.

Ciudad de Paso, la border ficcionada en Al otro lado, un alter ego de Tijuana,es también un resumen de todas las fronteras. Las que se hicieron grandotas y las que se hicieron chiquitas. La realidad fronteriza es un inmenso mostrador vertical de tres mil kilómetros. El mundo entero se rige por el intercambio entre clientes y despachadores. Todo lo que sucede en la realidad pasa por un mostrador. A través del muro fronterizo, Estados Unidos nos llena de desperdicios. Toda la mierda, la basura y los desechos tóxicos gringos están enterrados en ciudades aledañas al río Bravo.

Pero también nos provee de un sueño incierto: cruzar al otro lado. Un sueño que también acaricia Tiburón. El título de la novela de Yépez no podría ser más acertado. Nos hace preguntarnos, ¿cruzar al otro lado de qué?, si la cultura mexicana ya está al otro lado. Vivimos into the other side todo el tiempo. Al otro lado de la economía. Al otro lado de la postnacionalidad. En una Gringolandia que nunca alcanzaremos; sin embargo, la tenemos perfectamente diseñada y memorizada en nuestras mentes. Sabemos con exactitud lo que haremos al pisar la tierra prometida, aunque en el fondo reconocemos que jamás sucederá, que jamás cruzaremos. Pero qué importa. Todo está ya al otro lado.

Qué pertinente resulta la publicación de Al otro lado. Su contenido refuerza la idea de que urge una legalización de las drogas. Un control sobre los materiales que se emplean para fabricar el crack.  

Yépez es un prestidigitador privilegiado. Al otro lado es una novela de más de trescientas páginas que se lee en un día. Nadie debe perdérsela.


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Carlos Velázquez (Torreón, Coahuila, 1978) es autor de los libros de cuentos Cuco Sánchez Blues (Icocult/Conaculta, 2004) y La Biblia Vaquera (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2008). Ha sido antologado en Anuario de poesía mexicana 2007 (Fondo de Cultura Económica, 2008). Becario del Fonca en el Programa Jóvenes Creadores durante el periodo 2004-2005. Premio Nacional de Cuento Magdalena Mondragón 2005. Recibió mención honorífica en el Premio Estatal de la Juventud 2006.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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