Imagen: silencio que arma desperdicios, tus venas

Alguna vez jugamos a no ver, a cegar el paso para avivar el desperdicio de oscuridad que nos habita, y aun así, tenemos miedo de ser una imagen en cruce de calles, un aleteo fulminante, de no ver el desperdicio que fluye sin aroma cada vez que se carcajea en oscuridades la noche. Se debe huir de la calle vacía porque la doble visión del andar se vuelca en el deseo de la memoria.


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Sombra: línea, curva muda del alma

Simultánea. Al paso y sin detenerme.  Enana ante la oscura luz de la tarde, gigante ante el descenso del día. Cuánta mudez y cuánta absurda compañía, de nada sirve ir al paso, darle un nombre al boceto ambulante que me socorre.  
He robado mi sombra. Llegué escondida en el sigilo de las calles, me di a la fuga, y esperé hasta quedar vacía. Es extraño y simple recurrir al reflejo y no verse, buscar en otros, pertenencia, palabras cursis que hablen del alma.



Lluvia: escándalo resbaloso, ventana dilatada por las nubes

Yo, como siempre, dejo que vuelvas como siempre, profundizo en el pretexto escandaloso húmedo e insípido de la lluvia, en lo que detiene y da motivos de ausencia. Éste es un recurrir constante, difuso e implacable, que aterriza en la gota que no sé cómo, se dilató.


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Nostalgia: gesto que platica con el fruto de tu conciencia

Duele, es una dolencia que respira el olor y el sabor de vaivén que arrastra la palabra. Duele y es temporal, igual a aquel hastío que la humedad deja en los huesos, cada vez que se deja caer el agua. Este incurable fastidio le da cobijo a la viajera que en el pesimismo del mal tiempo se distrae con la nostalgia, con los nudos memorables de la espera, del silencio compartido, con la reseca manía de crear humedades cuando ya el espíritu que la anima se ha ido. Duele vivir así, con la imagen cursi del regreso, con lo incurable. Y cuando ya todo es manía debo recurrir a la elocuencia del presente para no hablar de lo que fue.   



Oscuridad: no ve cadencias, no disfruta de sus cobardes poemas

Yo reanimo la huella que alguna vez se fragmentó en la intemperie de mis recorridos y a tientas camino, llevo en mano la mudez opaca del recuerdo, la ciudad que me perfora y me hunde con la extrañeza del viento. Sin remedio retorno al sitio de la búsqueda, camino, desciendo y digo al paso que soy parte del ambiente, no del olvido.


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Parque: recuerdo de la última visita de tu inocencia

Las casualidades enmudecen frente al paisaje. He vuelto con el descenso de la hojarasca entre el espontáneo reflejo de las aves. Cómo se vive de nuevo sin hablar de lo que está más allá de un instante, cómo logro desandar mis pasos para volver desnuda, sin el gigante ropaje de mis recuerdos. Tengo miedo de lo estático, de jugar en el parque disuelto en mi memoria. Todo es un escenario a la deriva, una caída constante que se memoriza bajo la premisa del regreso. 



Viento: desierto de niebla que observa columnas de incienso, el suicidio de su esencia

Del viento depende este vacío. Las rutas están perdidas, llenas de pedazos de memoria. Nada puede ser quietud. Detrás se esconden las danzas viejas de mis sentidos, enormes columnas invisibles, movimientos tatuados en mi cuerpo. Lo que tenga que decir ya brilla entre las rutas disueltas por el tiempo. Nada se pronuncia sin retorno, nada llega de repente y la sorpresa que azota ventanales no es más que el golpe sordo de un pensamiento vacío.



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Estatua: derrumbe asfixiado por su memoria

La palabra no se entierra, vive cobijada entre muros, se sobresalta frente al derrumbe de la memoria. Nada es ajeno a esta monótona felicidad, veo pasar la ausencia de todo y de todo colmo a esta asfixia lenta. Podría desenterrarme, descubrirme en la desdicha del horizonte, correr hasta despedazar mis deseos, pero esta condición, esta constante manía de erguirme es lo que sostiene mis olvidos… imagino paisajes nuevos, soy una mentira que espera siempre con el disfraz del viento.



Atardecer: veo cómo se devora la imagen del hechizo que aspira naufragios cómo me absorbe el ensayo que me juzga y rodea presagios

Suficiente es el tiempo que ahora llega para aniquilar las cosas dulces del pasado y  limpiar con fastuosos silencios lo que resta del día. Y es que no hay razón para no hacer nada en la hora en que los relojes atraviesan con tanta valentía, desdichas falsas, naufragios vivos; en la hora en que juego a sobrellevar fulminantes despedidas.
Una procesión invisible se destiende sobre mí, trae ofrendas del amanecer, esperanzas del mediodía, reminiscencias en este atardecer, y un puñado inmenso de palabras para darle socorro al diluvio nocturno que se avecina.



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Verano: donde la luz desgracia la agonía de las sombras

Aún no desaparecen los espacios reservados para mi sombra. No hay límites para darse al resguardo, no hay espasmo iluminado que no logre desterrarme. En estos días maquillados por los elogios del futuro el verano fue una premonición, un desecho húmedo que se filtró en las estaciones del vacío.



Silencio: susurros susurran seis veces su suerte yo susurro siete veces mudo su muerte

Soñé con el silencio. Al despertar pude crear lo creado por el olvido. Resumí en gestos toda la memoria de mis sentidos.



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Paisaje: tú estático te maravillas de mí, yo no sé cómo maravillarme en ti

Estoy en medio del paisaje, en los límites de una imagen vestida de aromas, de palabras, de caricias atraídas por la imaginación del silencio. Vivo en inmensidades: ropajes estrechos que se forman con el suspiro de mis recuerdos. He vaciado de mis ojos todos los horizontes posibles, y me distraigo en cada pausa que hace el viento para no caer en la tregua que minuto a minuto despojan los árboles quietos.


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Alejandra Villarreal (Reynosa, México, 1973) es licenciada en Letras Españolas con una especialidad en Artes por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Ha publicado en diversos sitios de la red. Se dedica a impartir talleres literarios, pertenece al colectivo Métafora, fundado desde el año 2000 en Monterrey, Nuevo León.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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