Tarjetas de navidad en los pasillos Los pasillos luminosos en el reflejo del pulso cotidiano, de esas pequeñas ruedas, donde el sonido de los ecos de los villancicos retumba en los oídos, de esas marchitas hojas, de las ilusiones fragmentadas en cuotas. El baile, de esa María Piedad de una historia en que las piernas se encogen, por las luces de las monedas que se entierran en los caminos de los árboles secos por el sol. Las miradas de los niños por el correr, de esos cuentos en movimiento, como las tarjetas de navidad que giran en la bolsa de valores, por el rostro de un santo. El aroma del pan recién horneado y el aliento de esos chicos vietnamitas. Es sentir los ecos, ecos del culto dominical, por las oraciones de fin de mes. Es el Padre que entra por los pasillos de un cine y evoca esa Rosa Púrpura del Cairo, por el resplandor de ese anuncio del payaso del tío Sam. La cocinilla coarta ese pedazo de sueños de los quince minutos de fama, por las páginas de ese guión cinematográfico que se evapora como los helados, los volantes, las bolsas y la mirada severa de la caja registradora. La vida es una peregrinación, entre galletas de la buena fortuna, bebidas perdidas en el desierto, muñecas pitonisas, empanadas que dibujan el monte un anciano que evoca esos días de campo. Perfume baratos para apaliar la tristeza, de los años perdidos. Los pasillos luminosos son el reflejo de nuestro espejo diario, al final del pasillo el letrero dice: STORE OF LIFE LITTLE El rinoceronte Hace un milenio que bajamos al borde del barro, donde vimos a un enorme rinoceronte prehistórico enjaulado entre hojas quebradizas, con el cuerno al cielo como el filo del cuchillo que corta al mundo en dos mitades. La humedad de su cuerpo, cayó como granizos durante el temporal en el campo asoleado de la ira. Los pescadores observaban a la monumental bestia abrirse como redes en el infinito, donde los pequeños entes anidaban en el interior de interminables líneas del camino de la podredumbre, que surcan los ejércitos invisibles, y todo descendió entre el campo ardiente de las descendencias. Diario de motocicleta Es el ondular de un pequeño felino, sobre la espalda del actor. Los ecos de las barriadas, los juegos de los grifos, en los callejones de ilusiones. Las calles tibias, el almacén del barrio, del circo ambulante de las calles de Buenos Aires. Los anuncios del teatro con el salto de los saltimbanquis. Es construir la cartografía de los versos de una ciudadela furiosa, en el laberinto, de ese eje que provocó, las miles de revoluciones, en el corazón de una doncella de hierro. Los caminos de un desierto por la vértebra de Fuster. Reviviendo el sonido de la Poderosa, en el brillo de esos ríos, que divide las manos carcomidas por las grietas de una damisela siniestra. ¡Fuster! ¡Fuster! ¡Fuster!, el grito de las hierbas, por el rostro de esos vuelos altiplánicos. El descender de los virus de la portada de un diario, tapizado por bueyes. Las cocinerías, los mercados, el aroma de las frituras y el reflejo de Fuster de las crónicas de esos diarios de motocicleta. Es el silencio de los reflectores de la alfombra roja, el vértigo entró por tu ventana, en la mirada de las luces de la vieja sala de teatro.
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Marietta Morales Rodríguez (Antofagasta, Chile, 1973) es escritora, gestora cultural y colaboradora de la revista Cinosargo. Ganadora de la beca de creación literaria del Consejo de la Lectura y el Libro 2001 y coordinadora de Descentralización Poética en Antofagasta. Ha publicado el poemario Cartas abiertas a Serguei (2000) y El rudo alacrán de doble aliento (2008). Ha participado en diversos encuentros literarios en Chile, Argentina, Perú y Ecuador. Es editora de Ediciones Bruni.
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