Ha terminado la primera de las jornadas por el Día del Libro que la Universidad de Ciudad Juárez organiza. Reviso los apuntes del taller que debo dar la tarde siguiente y elaboro un pequeño guión para el encuentro-entrevista con las personas de una organización civil interesada en abrir una pequeña biblioteca para niños en Lomas de Poleo, una de las zonas más marginadas de Juárez, hogar de muchas de las mujeres que han sido asesinadas y cuyos cuerpos ―cuando aparecen― brotan desperdigados y mutilados entre las arenas del desierto.

Me acompaña en la habitación del hotel, el zapping de una televisión con cable, esa ventaja que, junto con las camas tendidas, hacen parecer más divertida la vida fuera de casa. Espero un rato antes de salir a buscar la famosa noche juarense, las chelas de a peso, los tacos de arrachera, la frontera, pues. Sigue el paseo por los canales, en realidad la televisión de paga sólo extiende de treinta segundos a minuto y medio la ruleta de canales, los que nacimos después de 1980 no podemos permanecer en un canal más de cuatro o cinco segundos, a menos que el mundo se acabe y lo estén televisando.

De pronto, en dos sintonías seguidas, el hasta ahora desconocido secretario de salud habla desde Los Pinos al país entero: se suspenden las clases desde preescolar hasta universidad en la Ciudad y el Estado de México, ante un brote de influenza. Después los balazos de siempre. No se me ocurre llamar a casa, seguro han visto el aviso y en la escuela de mi hermano no se rigen, del todo, por normas oficiales; obvio el telefonazo y salgo en busca de cerveza, aquí la noche es joven, apenas darán las diez.

Hasta la ventana de mi habitación llega el mensaje de un enorme anuncio pintado con cal en las faldas de un cerro, “Ciudad Juárez: la verdad está en la Biblia, LEELA” (sic). En unas horas debo participar en un foro sobre la lectura, mi intervención se debe centrar en los jóvenes, el monumental letrero hace tambalear mis argumentos, no conozco a profundidad el contexto cultural de Juárez, pero si con esta publicidad tampoco se lee como en el resto del país, algo no marcha bien.

Desayuno, en periódicos y noticieros locales la noticia es la cancelación de la gira presidencial por Ciudad Juárez, una emergencia médica en la Ciudad de México le ha obligado a cambiar su agenda, comentan. Apuro la taza de café tras unos desabridos chilaquiles. Ya en la habitación monitoreo los canales nacionales, Carlitos Loret de Mola hace gala de su más adusto gesto, aquel que le conocimos durante el conflicto postelectoral de 2006 y que utiliza en cada entrevista a Ebrard. Ahora lo usa para enseñar a la audiencia a estornudar en el ángulo interior del codo. La doctora Diane Pérez habla a cuadro sobre la gripe, su tono de infomercial le quita cualquier seriedad al asunto.

Si no hubiera muerto hace doce años, Fidel Velázquez estaría cumpliendo ciento nueve años. También es aniversario de mi abuela, a quien telefoneo para enterarme que mis primos más pequeños se durmieron antes de escuchar la orden de no ir a clases, sus voces se oyen a través del teléfono, desayunan con la televisión a todo volumen. Mi abuela me dice que están bien, que ella está muy contenta porque a su edad ya no se cumplen años, le creo, hace años que está igual, ninguna dolencia, ninguna cana (es tramposa y se pinta el cabello) y, lo más importante en este momento, ninguna gripe.

En mi casa también desayunan, mi madre me informa que mi hermano va llegando a la casa, aún no pasan de las nueve y ya fue y regresó del norte chilango hasta los rumbos de la Ciudad Universitaria, algo le dice a mi mamá quien apura mi saludo para luego colgar. Con la tranquilidad de las risas familiares me dirijo al lobby del hotel, donde ya me esperan para llevarme a la biblioteca en la que se llevará a cabo el foro.

La capital mexicana se diluye en la mañana juarense, mis anfitriones están contentos por la cancelación de la visita presidencial, hacen comentarios sobre el sitio que se vive en la ciudad cuando suceden dichos actos. No lo imagino, en las calles hay más militares y policías fuertemente armados que en cualquier desfile patrio, al menos eso me parece. El foro sobre la lectura resulta divertido, lo aplaudo. Luego la visita a Lomas de Poleo y Anapra, conozco un nuevo nivel para mi azoro, mi capacidad de sorpresa da un gran salto y de pronto me encuentro en un sitio que sólo existía en documentales dolorosos.

El resto de la tarde lo paso viendo libros infantiles, hablando de Amos Comenius y su Orbis Sensualium Pictus, del libro álbum y escuchando las experiencias de las asistentes al taller que me llevó al Paso del Norte.

Para cuando llego al hotel, la bandeja de entrada de mi correo electrónico rebosa de información sobre la influenza, por el mensajero dos amigos me envían insistentemente las recomendaciones de higiene y piden encarecidamente que las envíe a todos mis contactos. Ya a estas horas se ha decretado el cierre de todas las escuelas del país y en todos los noticiarios hay médicos contradiciéndose. Me alegro por uno de los correos recibidos, una amiga ha pospuesto su fiesta programada para esta noche, la podré acompañar cuando esto termine. Opto por un canal de películas y un anuncio de una olla para cocinar como Míster T, mientras bromeo con un amigo en la red “la ciudad está viviendo su película futurista y yo tan lejos, carajo”.

En el aeropuerto de Ciudad Juárez sólo se hacen revisiones de migración, de aduanas y el filtro de seguridad que incluye quitarse el cinturón y decir tu lugar de residencia: nada de tapabocas, nada de médicos tomando temperatura. Lamento mi mala suerte al ver a tantos niños correteando y gritando por la sala de espera, si no fuera por el ipod el vuelo se perfilaría como un martirio de poco más de dos horas.

Al abordar el avión, varios pasajeros preguntan por los tapabocas, las amables sobrecargos ―¿por qué siempre son amables los sobrecargos?― contestan que quizá llegando al Distrito Federal nos sean otorgados dichos trapos del alivio. Mientras ajusto el cinturón de seguridad, escucho la conversación que por celular sostiene uno de mis vecinos, su cuerpo alto y bien dado, norteño al fin, contrasta con una voz de tiple que se achica aún más con la angustia que le imprime a sus palabras “es que estoy muy asustado, mi amor, por favor compra tapabocas para ti y para los niños, yo ya traigo uno, pero por favor, no lleves a los niños al aeropuerto”.

La terminal 2 del aeropuerto chilango no termina de ser el patio trasero del aeropuerto verdadero, le falta algo de ruido, de maletas yendo, personas con letreros esperando a un desconocido. Hoy también le faltan tapabocas, puestos de higiene y médicos haciendo cuestionarios como se decía iba a haber. A estas horas de la media tarde luce casi tan desolado como el de Tuxtla Gutiérrez o el de La Habana. Todo es tan normal que nadie se inmuta porque abrazo y saludo de beso a una querida amiga a quien encuentro a la espera de su esposo, otro querido amigo. 

Me encuentro con mi familia en un extraño sitio de la Colonia Roma, comemos mientras mi hermano se queja de la aburrida noche del viernes, me dice que hoy tampoco hay nada planeado, que han cancelado o, en el mejor caso, pospuesto más fiestas. Vamos a la casa a pasar el resto de la tarde. Después de varias llamadas y visitas al correo electrónico conseguimos algo que hacer en la noche: ver una película de los hermanos Marx en el departamento de un amigo junto a la Plaza Garibaldi, en fin, es eso o Desmadrugados con Jaitovich y faltaban, aún, once días. 



Luis Téllez-Tejeda (Naucalpan, México, 1983) es poeta, cronista y editor. Estudia Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado poesía en los libros colectivos Crimen confeso (Daga, 2003), Espacio en disidencia (Praxis, 2005), Al frío de los cuatro vientos (Instituto Mexiquense de Cultura, 2006) y Los mejores poemas mexicanos (Joaquín Mortiz/FLM, 2006); en las revistas Viento en vela, Literal Punto de partida; en el suplemento cultural Arena y el periódico Unomásuno. Ha publicado reseñas y artículos en Libros de México, El bibliotecario, Solario y Punto de partida. Es editor del boletín sobre literatura infantil-juvenil y promoción de lectura Puntos y líneas, coordina el área de publicaciones del capítulo México del International Board on Books for Young People. Imparte talleres de creación literaria para niños de poblaciones vulnerables dentro del programa Alas y Raíces del Conaculta.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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