Pronto serán las nueve y tocarán el timbre de la casa. Alicia irá a ver quién es y descubrirá con gran alivio, aunque lo disfrazará de sorpresa, que son sus amigos quienes vienen a invitarla a salir.

cuento-minutos-gokce.jpgEstamos sentados frente al televisor. Ésta debería ser una escena familiar, de fotografía. El padre con sus hijos durante una noche de domingo. Ya me la puedo imaginar. Yo aparezco como estoy, sentado en medio del sillón, entre mis dos hijos, con los brazos extendidos, como protegiéndolos de algo. Mi rostro aparece derrumbado por el aburrimiento, mi camisa desfajada, mis calcetines casi salidos de los pies y los zapatos, casi de improviso, al fondo, en algún rincón, donde quiera que hayan caído. Alicia, pulcra con un vestido casi nuevo, coqueto; bien sentada para no arrugarlo. Lástima que la mirada que tiene, que es preciosa, no aparezca en la foto porque está viendo el reloj y no a la cámara, donde quiera que pudiese estar. Juan, tenso, con la mirada fija en el televisor. Ya no sé si tiene los ojos puestos en la pantalla o la pantalla dentro de los párpados. Así sería nuestra foto: tres sujetos con la mirada ausente.

Falta media hora para que den las nueve de la noche del domingo. Espero que mis suegros estén despidiendo a Josefina de su casa. Espero que no la estén engordando con problemas personales que una hija no puede remediar. No entiendo cómo con tanta facilidad le divulgan cosas tan personales y luego, para colmo, guardan silencio esperando de ella una opinión o, mejor, la solución. Yo por eso prefiero irme a otro lugar los domingos. Total, también yo tengo padres a quienes ir a ver. Pero esta vez también tuve hijos para cuidar. “Cuidar”, esa fue la palabra que usó para impedirme que fuera con algún compañero, con mi hermano, con mis padres, con quien sea. “¿Quién cuidará de los niños?” Como si todavía fueran niños. Alicia ya tiene dieciséis y Juan trece.

A Alicia lo que más le interesa es cualquier cosa que la aleje de la familia. A veces nos libra con gran destreza (muy en secreto admiro su habilidad para evadir responsabilidades), siempre tiene compromisos inquebrantables que han de marcar su vida para siempre. Entonces le pide permiso a su madre para ir al cine y a mí el dinero para el boleto y las palomitas. Ella sigue pendiente del reloj. Si ahora mismo cambiara de canal a la tele no lo notaría. Sólo puede poner atención a esas dos manecillas que al señalar el numero nueve indicarán el momento de partir.

cuento-minutos-fishmonk.jpgJuan está pero no. Desde hace uno o dos años que está casi ausente. La televisión y los videojuegos le quitan mucho tiempo de su vida. A mí me preocupa, ¡pero qué puedo hacer! No tengo cara para decirle que esa pantalla le está chupando los ojos y la niñez, que tiene que hacer algo mejor. Salir, por ejemplo. Pero quién soy yo para decírselo si cada vez que no está frente a la pantalla es porque he llegado del trabajo y la sintonizo en algo que  me distraiga y me quite un poco el estrés con que me pagan. ¿Quién soy yo para él sino el oficinista del que jamás querrá seguir los pasos? La manecilla más larga ha avanzado un número. Alicia lo notó desde hace varios segundos, demasiados. Juan no. Él notará que el tiempo ha pasado cuando la película termine y sabrá entonces que es hora de otra película o cambiar de canal. Yo sólo quiero dormir un poco más de lo que duermo entre semana y que mi esposa llegue antes de que el reloj toque ese número en el círculo que Alicia tanto anhela.

Muy pocas veces me quedo con los niños. Eso nunca me lo dejará de reprochar Josefina, aunque tampoco tenga idea de qué podría hacer con ellos. El que más me lo recrimina es Juan, porque casi no me habla. No porque nos llevemos mal sino porque para cuando regreso del trabajo él está exprimiendo sus últimos comerciales del día. La otra vez intenté jugar con él y su maquinita, pero me resultó imposible acomodar tantos cuadritos en tan poco espacio. Mis dedos no fueron hechos para cubrir tantos botones. Todos los cuadritos de colores chillones caían y yo tenía que moverlos y acomodarlos para formar una barra para que entonces desaparecieran, pero es estresante. No sé cómo le puede gustar. Supongo que porque no vive de juntar cajas, papeles y oficios, como yo. Juan es quien más me recuerda mi ausencia ausentándose él de su propio cuerpo, porque ahora mismo no está con nosotros, sino resolviendo el enigma de quién puso en el edificio la bomba por la que muchos podrían morir. Es muy inteligente, siempre descubre el misterio antes que el protagonista. O bueno, es lo que Josefina me cuenta. Supongo que debería estar más tiempo con él, al menos viendo la tele.

Alicia sonríe a escondidas porque oculta que les ha pedido a sus amigos armar un teatrito justo a las nueve para que yo la deje salir. No paso mucho tiempo con ella, pero la conozco lo suficiente como para descifrar su insistencia en mirar el reloj. Claro, si estuviera su madre otra cosa sería. Cenaríamos a punto de las diez para luego todos irnos a dormir. Porque su madre y yo tendremos una semana difícil, y luego otra y otra. Ellos tienen sus propias obligaciones y no deben desatenderlas por desvelarse. Además, cuando se desvelan no se levantan temprano y yo llego tarde por llevarlos a la escuela y Josefina se desespera y se irrita y se enoja con todos.

El reloj ya casi llega al momento indicado. Son las ocho con cuarenta y cinco. Cuando la manecilla larga llegue al número doce, a la hora exacta, tocarán el timbre. Juan no lo percibirá y Alicia, muy acomedida, irá a ver quién es. Ya lo veo: descubrirá con sorpresa que son algunos de sus amigos (tal vez entre ellos su novio secreto) y les preguntará qué hacen tan noche, los forzará a seguir el juego e inventarán algo insólito, algún evento que definirá la brecha generacional que terminará dejándome muy detrás de la zanja. Ella me mirará con ternura y me extenderá la mano para que yo le dé todo el dinero que pueda darle, que sabe, apenas será lo suficiente. Yo le preguntaré, aún con el dinero en la mano, a qué hora llegará, a dónde va y con quién. Ella me hará saber lo absurdo de mis preguntas con un simple parpadeo. Quizás entre su mejor amiga (su novio secreto permanecerá a la distancia, esperando el momento de sonreírme si es necesario), me platicará de una sarta de cosas que no entiendo ni quiero. Le suplicaré llegue temprano, pero no me escuchará porque para ese momento ella estará del otro lado de la puerta, libre. Entonces me quedaré con Juan fingiendo ver la tele. Será mi turno de mirar impaciente el reloj, ahora más deseoso de que quede congelado durante un largo suspiro para que Josefina no llegue y no me mire con sus ojos de fastidio cuando sepa que he dejado salir a la niña.

cuento-minutos-lusi.jpgDiez para la nueve. Todo podría salvarse si Josefina llegara justo en este momento. Algo así como el héroe que desconecta la bomba un segundo antes de estallar, como Juan lo ha predicho. Si ella llega todo será distinto. No cenaría, me iría a dormir tranquilamente. Temprano, sobre todo. Ella se las arreglaría como lo hace siempre para que los niños se vayan a la cama. Probablemente toquen la puerta y Alicia, ya con pijama, desde la oscura ventana de su cuarto miraría a sus amigos alejarse, porque ella “ya está descansando”. Con Juan, Josefina sería más indulgente. Le permitiría ver el final de la película y luego a descansar.

Tal vez me estoy equivocando. Quizás Alicia no me esté preparando ninguna trampa. Josefina me lo ha dicho cien veces: “Tú siempre ves moros con tranchete.” Es posible que esté esperando un programa especial o la llamada anónima de todas las noches con quien habla durante horas.

Ahora se me antoja tomar un poco de ron, escuchar un disco y esperar a que Josefina llegue. La sentaría en mis piernas. No le preguntaría cómo le fue. Tan sólo la besaría, le desabrocharía un botón de la blusa y… Seguramente ella se levantaría escandalizada para ver si los niños ya están dormidos y bien tapados. Me explicaría que está muy cansada, que sus padres la estuvieron utilizando para mandarse indirectas. Ellos son así. Mañana lunes harán lo que todos los lunes y luego, lo de los martes. Josefina aún no comprende que los domingos les toca pelear.

Son las nueve en punto. Pasan unos segundos. Segundos en los que el desconcierto mina el rostro de Alicia. Juan está a la orilla de los créditos y Josefina probablemente muy lejos de aquí. Suena el timbre. Alicia está sorprendida. Se levanta inmediatamente para ver quién es. Juan está muy atareado buscando otro programa en la televisión.

Ilustraciones:
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Sergio Loo (Ciudad de México, 1982) es autor de Claveles automáticos (2006) y Sus brazos labios en mi boca rodando (2007). Coeditor de Oráculo. Revista de Poesía.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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