Cantalao
Álvaro Solís
Universidad de Guanajuato, 2007 


 
 
 
 
 
 

cantalao.jpgDe la polisemia del libro de poesía Cantalao (Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura 2007), de Álvaro Solís, prefiero su ritmo de mar enternecido justo antes de la tormenta. Olivácea, la playa cesa sus olas y la costa parece una extensa sábana para arropar la infancia. Aunque los ribereños optan por los días de oleaje constante porque significan buen tiempo, días de verano para la libre pesca, el cultivo de la sal o, llanamente, el ocio. Tal vez por eso Emil Ciorán escribió que “sólo me siento «en mi casa» en la orilla del mar. Porque sólo sabría construirme una patria en la espuma de las olas. En el flujo y reflujo de mis pensamientos, sé muy bien que no tengo a nadie: sin país, sin continente, sin mundo. Quedé con los suspiros lúcidos de los amores fugaces en las noches que reúnen la dicha y la locura”.

La sinestesia de Ciorán (el mar es el espejo de la turbulencia humana), se activa en un poeta marítimo como Álvaro Solís cuando decide recuperar las baldosas perdidas del Cantalao de Pablo Neruda para colocar el escenario donde su poesía converse con los muertos de la casa, el amor efímero vibre de melancolía en las cosas perdidas y ahí procure la mano de los hombres aminorar su propio desasosiego. El Cantalao nerudiano tenía esa intensión: fincar frente al mar el sitio preferido de la creación poética; “la casa” del pensamiento libre que habría soñado Ciorán. Tampoco son gratuitas estas fuentes textuales, son un aviso declarado de la naturaleza melancólica de la poesía de Solís.

Por eso, en parte, la virtud estética de Cantalao es sostener su música pausada, tocar la tesitura de la melancolía (tan domeñable en Neruda, tan esencial en Ciorán) con una cuerda en pendiente de la garganta al corazón, de las gargantas a los corazones de los lectores. Los versos cimbran en lo profundo como una música ancestral, como un repetir incesante de agua y estruendo sobre la playa empedrada que el mismo mar impuso.

Esta intensidad sobre la piel del mundo podría ser la principal virtud del libro si no fuera evidente también el armazón escultural que sostiene tales construcciones poéticas, preciosas piezas de orfebrería en las que los poemas van dotados de sentido ausente de entelequias, que luego de leerlas hacen más humano el espíritu humano.

Leamos los versos con que abre el libro, dictados por una profunda intuición que pronto ha de tejer la capa asombrosa que nos envuelva en hexámetros con sinalefas, en octavas reales y en alejandrinos falsos, constantes en su repetición de retroflejos, en su modo de articular el sonido /r/, en verdad el más apropiado para contener el vértigo marino, porque es el más constante en los días de tormenta, porque es el preferido en poetas de temperamento melancólico:

Piedra sobre piedra y en medio la arcilla
que se niega a los estruendos.
Arriba rústicos maderos soportando el tejado
y más arriba la tormenta, el cielo allá afuera,
amplitud numérica los astros.

A diferencia de otros poetas de su generación, comprometidos con un performance inquebrantable, Solís requiere una lectura pausada en simpatía con el ritmo interior de su poesía, de versos de altos contrastes que con claroscuros cantan la extraña tragedia de las cosas, la misma que Pablo Neruda gustaba reproducir en sus poemas, como los siguientes:

Largo, lo que se dice hondo,
es el cauce de los ríos que no llegan al mar
y llevan en sus aguas a todos nuestros muertos.
Hondo, lo que se dice largo,
es el río que no abandona su cuenca.

O estos otros:

Apenas casa,
pero de piedra.
Afuera el mar
resistiéndose a tibias noches.

Apenas casa,
              pero con furia.

Pero si he dicho Pablo Neruda, el poeta chileno Ramón Cote, al leer a Álvaro Solís, añadió a Saint-John Perse, a Odiseas Elytis, a Derek Walcott y Luis Cernuda. No hay un poeta que en la actitud final, agónica, de su poesía no quiera ser sus epígonos. Pero se trata de sus propios epígonos, de su Neruda personal, de su Saint-John Perse personal. Un autor de Estravagario pero nacido en Tabasco; un autor de Elogios, nacido también en Tabasco. En fin, poetas con los que se reconoce, dialoga y establece así su tradición personal, que no puede ser sino el frontispicio donde aspira a colocar su propia voz caudalosa.

Contrario a lo que el amor propio destrozaría de un poeta, banalmente ufanado por su amor propio, Solís no carece ni de orgullo ni de desparpajo para reconocer esas lecturas como personales. Sin contratiempos ni pudor, Cantalao toma por asalto la tradición que le pertenece. Por eso, a veces los “Elogios para una infancia”, de Perse, se nos filtran entre sus versos, lo mismo que sucede con “Barcarola”, de Neruda:

El principio yace en la oscuridad
palamareas
(en realidad: calles, casas con chimenea, volutas de cigarro fugándose)
lenguaje de ramas en la orilla del tiempo
esquirlas hundiéndose en el mar
con vanos que disgregan el color del viento
claridad que dispersa la plaza
y a todo Cantalao      Todo
lugar     nombre

La marisma abre su embarcadero al amanecer
leves tamborazos que sacuden la playa
emergen de un pueblo sin lugar sobre la tierra

Recuerdo que leí en una página de internet un ataque contra la poesía de Álvaro Solís, en el que lo tildaban de plagiario. El autor de las agresiones, anónimo hasta donde sé, no cesaba en su empeño de endilgarle a Solís el que su poesía tuviera reminiscencias marinas de otros poetas marinos, como si las aguas templadas del mar del sur no fueran las mismas y distintas aguas insondables del Pacífico, o las frías costas del mar del Norte, o las terribles del mar Rojo. Álvaro respondió que la poesía que él leía era suya, y que aspiraba con sus versos a dialogar con su tradición para hacerla propia, y que frente a las ínfulas del ingenuo que pretende ser original, optaba por la humildad de quien sigue las lecciones aprendidas por sus ancestros.

Tal vez por eso sea tan plena la escritura sobre un monolito como Cantalao, una ciudad más literaria que real, creación de uno de los más feraces poetas de la lengua castellana. Cantalao habría sido edificada para Álvaro Solís como Álvaro Solís escribió Cantalao, para que tengan cabida todos los tremendos autores que acompañan y nutren su poesía tremendista. Nada es más honesto que esto, podría decir el poeta: escribo sobre el monumento el monumento de la poesía a la que pertenezco, su nombre es Cantalao y éstas son sus baldosas melódicas, sus paredes líricas y su mar sempiterno donde estallan las voces de toda la poesía.

El sitio de Cantalao, uno de los cismáticos en la obra de Solís, también eclosiona la lírica de quienes comparten un compromiso decidido por la poesía mexicana. Al lado de él, como en una fotografía de grupo de la nueva poesía mexicana, aparecen los libros de Jair Cortés, Alí Calderón, Federico Vite y Luis Felipe Fabre, que están dispuestos a fecundar la fecunda tradición poética mexicana.

 

 


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Carlos Ramírez Vuelvas (Colima, Colima, 1981) es egresado de la licenciatura en Letras y Periodismo de la Universidad de Colima y de la maestría en Letras Mexicanas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado el cuaderno de poesía Calíope (2001), el libro Brazo de sol (2002), con el cual mereció el Premio Estatal de Poesía, además de Cuadernos de la lengua y el viento (2007), en coautoría con Avelino Gómez Guzmán. Algunos de sus poemas se incluyen en las antologías: Los extremos que se tocan (2004), Un orbe más ancho. Cuarenta poetas jóvenes de México (2005) y La luz que va dando nombre (2007), así como  el cuaderno de viñetas Ruleta Rusa.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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