Plenilunio
Antonio Muñoz Molina
Puntodelectura, 1997



portada-plenilunio.jpgUna niña de nueve años es encontrada muerta en un parque de las afueras de alguna ciudad española. Su boca y sus ojos están tan abiertos que dan la impresión de seguir gritando. El asesino ha dejado huellas digitales, manchas de sangre, colillas de cigarro, cabellos, pero si en la comisaría no tienen contra qué compararlos no sirven para nada. La única búsqueda que puede hacer el inspector es la de una mirada; alguien que ha cometido un crimen tan atroz debe conservar algún rastro de crueldad en los ojos, no puede tener una mirada común, no puede parecer inocente.

Por muchos años, la narrativa policiaca fue considerada un género menor dentro de la  literatura, un entretenimiento cuyo fin último parecía, incluso, moralista: el crimen, cualquier cirmen, va en contra del orden de una sociedad, sin embargo, el orden debe restituirse y el que se atrevió a quebrarlo será castigado. El detective era con frecuencia un hombre frío y sumamente inteligente que podía resolver cualquier caso a partir de la observación minuciosa de la cotidianidad. No obstante, ahora es imposible negar que hay obras inscritas dentro del género policiaco que han alcanzado valores estéticos importantes, que van más allá de la historia del crimen y la investigación y hablan de la literatura y de la sociedad en la que se crearon.

Plenilunio, de Antonio Muñoz Molina, es una de estas obras. No se le puede reducir a una novela policiaca; aun si el objetivo final es encontrar a un asesino y castigarlo, la narración del escritor español va mucho más allá. La intriga del crimen es el punto de partida para que el lector se acerque a la historia de España, a los vicios de la sociedad y las obsesiones de los hombres. Es una ventana a las vidas de los personajes, a sus mentes.

El narrador se acerca a cada uno de los personajes, de alguna manera se impregna de su voz, pero sin eliminar la distancia; permite que se tenga la impresión de estar en sus mentes, de escuchar sus terrores y encontrar sus pasiones, hasta las más oscuras, las que no se pueden intuir en el rostro. Finalmente, los ojos no reflejan el alma, la cara oculta casi siempre lo más terrible de la personalidad de los hombres. Gracias al narrador conocemos al inspector, podemos saber qué clase de hombre es, por qué se comporta como lo hace, cuáles son sus miedos, en quién confía. Detrás del hombre aparentemente frío que tiene que atrapar al asesino hay otro que es capaz de amar y de afrontar las consecuencias de sus actos. Los otros personajes van desfilando junto con sus vidas a través de la novela; los padres de la víctima que sufren su ausencia y se culpan por ella, la maestra que desea salir de esa ciudad en la que sólo ha encontrado penas, el médico forense que entiende mejor a los muertos que a los vivos y también, de repente, nos encontramos muy cerca de la mente del asesino, de su odio contra el mundo, de su impotencia y su ira incontenibles.

España ha marcado a los personajes, en gran parte se puede decir que actuaron de determinada manera empujados por sus circunstancias históricas. Los escritores españoles contemporáneos ya no son los que heredaron el miedo a hablar de la historia de su país, comprenden que ha sido difícil, pero que el silencio no borra las heridas del pasado. Podemos encontrar en Plenilunio una metáfora de que el pasado vuelve cuando se esconde, cuando no se ha logrado darle un sentido que enriquezca el presente y marque una guía para el futuro. Muñoz Molina nos ofrece con esta novela una amplia visión de la España contemporánea.



Mariana Hernández Cruz (Distrito Federal, 1984) estudia la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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