A los tocayos
Una noche en La Ópera Entre la V cerveza y la 11ª el mundo se diluye, va perdiendo consistencia. Todo es simple y al mismo tiempo complicado, como si miraras a través del agujero que, según cuentan algunos, Pancho Villa abrió en el cielorraso de un plomazo para darle así al local (aburguesado y caro ya de entonces) su aura de tugurio legendario. A la fecha muchas cosas han cambiado: Encima de la barra, en la pantalla, parpadea el aburrido Atlante-Pumas que exhibe la miseria del sábado en la noche. ―Lo que le falta al partido es ofensiva ―masculla un diputado con licencia que cambió su curul por una mesa un poco más discreta después de ser exhibido ―en cadena nacional― recibiendo ya fuere algún soborno ya los bucales elogios ―entiéndase mamadas― de algún muchacho Ganímedes de oficio. En tanto, el cronista deportivo se desgañita narrando hazañas que sólo ven sus ojos. En vano, pues quién podría escucharlo entre el trajín de copas y de platos que amablemente prodigan los meseros donde el aire es de por sí un caliente consomé de risotadas. ―Lo que al partido le falta es delantera ―necea el ex tribuno sobándose los huevos. De veras que las cosas han cambiado: El salterio ―un clásico del lounge― repite sin cesar el loop de una rolita porfiriana. ―¡Pero qué re’ chulo es todo, viejo! ―le susurra a su ¿marido? la doñita con aires de piruja. Todo es a un tiempo sencillo y complicado (¡¿Ya lo dije?!): ¡Pos’ que traigan las otras, qué chingados! Ya llegará el momento de alzar la voz para injuriarnos en defensa del verso más jediondo de nuestro peor poema (este mismo, por ejemplo) o de escupir alguna mierda digna destos sagrados alimentos ―el maître nos ha recomendado el huachinango en salsita de cilantro. Si no nos traen pronto la cuenta en un par de horas más asistiremos a la absoluta abolición de todo posible referente ―incluidos nuestros nombres, por supuesto― Ya sólo faltaría que me pusiera yo a chillar mientras me acuerdo de aquel oscuro rinconcito de La suave patria. Un día a las carreras Como el oscuro equino que a pesar del corre y corre ignora que ha perdido esta carrera, me esfuerzo, echo los bofes, me canso, me fatigo y me extenúo …y siempre llego tarde. Cabalgo, troto, voy y vengo: hago mi lucha. Pero miro pasar a mis costados caballos más veloces, jamelgos tocados por la gracia o la ambición ―vaya a saberse. Entonces me espoleo, me fustigo, me prometo a mí mismo la corona de este derby: ¡Arre, cabrón!, tú puedes, venga, vamos: me digo esas frases lamentables que se lee en los manuales de autoayuda, y para darle a la escena intensidad me doy de azotes. Pero el mío es el suave latigazo del fuete de papel de la indulgencia. Por más que me persigo no me alcanzo, y no apuesto por mí porque en una de ésas gano.
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Víctor Cabrera (Arriaga, Chiapas, 1973) es autor del libro de fábulas y ficciones breves Episodios célebres (Instituto Mexiquense de Cultura, 2006), de la plaquette Diez sonetos (edición de autor, 2004) y del poemario Signos de traslado (Juan Pablos / Leer y Escribir, 2007). Ha colaborado en distintas publicaciones periódicas como Luvina, Alforja, Revista de la Universidad de México y Punto de partida. Fue becario, en el rubro de poesía, del programa Jóvenes Creadores, del Fonca, durante el periodo 2006-2007.
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