CUENTO / junio - julio 2023 / No. 105

Voz en la nieve


Leonel Rodríguez


Cuando abrió los ojos ya había caído otra tanda de nieve. El pueblo estaba cubierto; los troncos negros, pétreos, sobresalían en la noche de luna. Con la mente despejada, reconoció el sonido de la lechuza. Entonces quiso salir.

Se cubrió; miró hacia la cabaña vecina: la vio oscura. Avanzó entre los pinos y otros árboles que llamó abedules. Iba con el pensamiento de estar a punto de emprender una excursión. El frío fuerte le encendía de plata los hombros y el pecho: agradable sensación de templanza pues portaba buen abrigo. El crujir bajo sus botas era mínimo, sabía caminar sin ruido.

La vio salir de una parte honda; apareció en la penumbra; entró en la luz bajo la luna. Primero supuso que aquello sería un zorro. Se detuvo; imaginó un lobo. ¿Se alejaría pronto al mirar la flama de la pequeña tea? Sonó otra vez. Sus botas daban pasos lentos, una pierna fuera de la nieve, la otra adentro; los muslos se marcaban bajo la tela holgada. Llamó su atención un brillo afilado entre sus cabellos: una pluma negra. Era una mujer.

Lo vio. Se había detenido.

—Creí que era una aparición —, dijo.

Su voz hablaba para ella misma.

—Soy yo. Qué noche, ¿verdad? —, dijo él, con voz que salió torpe porque tenía entumida la cara.

Ella no dijo nada. Lo miró y se fue por un sendero no muy despejado. Su falda con orillas húmedas barría la superficie como de arena. Entonces habló con voz más grande:

—A veces salgo de noche a dar un paseo, cuando todo está callado; bueno, no todo. Sé que no le parecerá extraño. Me gusta el silencio. Es musical.

Y después de un momento:

—¿Le gusta el silencio? — Volvió a mirarlo a la espera de su voz. Esta vez detuvo sus ojos en él con algo de confianza o curiosidad y él notó en ellos un chispazo. Pero no pudo hablar. La miraba a los ojos, que tenían un velo de sombra encima. Ante el silencio, ella los abrió un poco más y sonrió. Siguieron caminando. De repente, ella dijo:

—Creo que no hay historias de amor.

Otra vez el silencio del hombre. Pero no la ignoraba; captó su cabellera castaña, aunque en esa luz se veía verde; donde estaba húmeda, caoba. La pluma oscura y brillosa seguía entre sus cabellos más altos. La voz de la mujer sonó menos suave, menos resonante; sola:

—Sí. Por eso salí esta noche. Necesito entenderlo.

Pero se reanimó: «Sospecho que no existe tal historia, ¿me entiende? No sé si yo me entiendo. Es sentir el viento. Una alegría con la que vemos y tocamos las cosas. Son instantes inesperados.»

Apenas vio al hombre, cuando desvió los ojos. Él hizo un esfuerzo con su voz como de papel tieso y crujiente:

—Siga. Me interesa lo que dice. Nunca lo había visto de esa manera.

Pero no siguió. Quizá estaría cohibida por lo mucho que había revelado.

Se detuvieron en un claro. Él señaló un tronco inclinado; empujó la nieve con el antebrazo y ella se acomodó. Él se puso a limpiar un palmo de terreno para armar la leña. Entonces ella siguió:

—El paso de los días es una espera… Pero no llega cuando se le espera, ¿no cree?

El hombre la miraba al escucharla, pero después le dio la espalda para encender el fuego.

—Ha de pensar que soy una de esas personas que pasan el tiempo filosofando y quitan la tranquilidad a los demás.

Entonces a él le vino el aliento. Habló como en secreto, pero cálido ya:

—No pensaba eso. Usted da voz a este lugar. ¿Le parece bien que la interrumpa como si estuviéramos en una sala de debates? La vi venir y… no; primero la escuché. Quizá un animal. Las ramas tronaron debajo de sus botas. Usted salió de ahí. Apareció. ¿Iba a hablarle como le hablo al carnicero? Hasta me parece que sigo sin creer que estemos aquí.

Después recordaría que añadió lo primero que le vino a la mente:

—Tengo necesidad de que pueda contarme un cuento.

El silencio de ella después de escuchar y el silencio de él después de hablar eran iguales; silencio que seguía hablando y escuchando.

En ese momento, él le confió algo acerca del porqué de su estancia en el pueblo. Las pocas palabras que había hablado lo animaron como un buen trago de algo caliente. Estaba despierto. Ella no lo miró cuando dijo:

—Esta noche es como un sueño. Usted dijo eso, ¿verdad? Entonces usted viene en las noches y prepara una fogata. Es una imagen que habla como un cuento. ¿Trajo café? Se sonríe; sí trajo. Te brillan los dientes.

El cambio les dio risa; después ella dijo:

—Dime. ¿A qué vienes en la noche con una carga de leña y café?

—Me gusta. Aquí imagino que algo extraordinario está a punto de suceder.

—¿Y sucede?

—Siempre. Una vez vi a una lechuza en un árbol. Su plumaje se parecía a la ceniza blanca, esa que es muy suave. Se posó cerca de mí; pensé que iba a hablar. Giró su cuello, me miró con las bolas negras de sus ojos. Pero no habló; se fue volando.

—Yo nunca había hablado en el bosque, hasta ahora. No sé si soy como la lechuza. A mí me pareció que tú esperabas algo.

Lo que él dijo entonces salió de su boca como si nada:

—De repente, estuvimos aquí y aquí se convirtió en el mundo.

Ninguno mostró reacción, pero se callaron, como que se hicieron más grandes o más pequeños dentro del bosque. Estaban mirando el fuego y las sombras que se movían alrededor de la pequeña hoguera, en la nieve pedregosa. Se dieron cuenta de que se había detenido el viento.

—¿Siempre hablas así?

—¡No! Parece que no necesito beber para embriagarme.

Él dibujaba en la nieve con la punta de una rama. Sus ojos hacia el suelo, sonriente. Luego alzó la cara hacia ella; quizá este gesto impulsó que ella dijera:

—Nuestras voces se parecen a esta fogata que se quema entre la nieve.

Miraron el fuego.

—No hay que apresurarlo.

Comenzó el regreso hacia el pueblo. Ella iba adelante. A los pocos pasos los envolvió el frío de la oscuridad. Conocían el camino; cruzaban sin tropezar bordeando concavidades y salientes del terreno. Todos sus pasos crujían con ruido desordenado, descanso para los oídos.

Entonces ella se detuvo. Se dio la media vuelta. Aparecieron las espesas volutas de su aliento, y esto impresionó al hombre; no dejó de ir, creyó que entraba en una sombra fría y de inmediato tibia, un cuerpo. En la breve confusión de no tumbarla, hubo un susurro. Entonces se supieron solos, como que se despertaron en la soledad tranquila de los árboles, mirando en la oscuridad, sin necesidad de palabra alguna.

Abrió los ojos porque quería decir algo; no entendía qué. Se levantó de su asiento y abrió la cortina: un rectángulo vertical a la vez oscuro y traslúcido. Sintió alivio al percibir el espacio, la tenue visión amarillenta de sus brazos y allá afuera, en el boulevard, el camellón de olivos negros bien crecidos, debajo de ellos eran sombras y motas de penumbra. En una diagonal que se alejaba, el camino de asfalto estaba vacío. La recta sólida de la banqueta le ayudó a evocar sus pasos ahí, la sensación de pisar el pasto duro y ver su ventana desde la calle. Una vez, otra noche, desde esta ventana había visto pasar un gato. Iba junto a la banqueta, casi rozándola con su costado. Movía cada una de sus patas con justeza suficiente, un par a la vez, la cola erguida, su movimiento se parecía a la quietud. Desde su atalaya, no apartó los ojos hasta que ya no pudo seguirlo.

Ahora regresó al sillón; se vistió la bata de tela delgada como si tuviera frío, y dejó los ojos recargados en la pared, enfrente, donde la sombra y la luz no eran muy distintas una de la otra. Vio.

Vio que aparecía la cara suave, su tez entre ensombrecida y dorada, como desde lejos. Al ver su andar se reanimó su corazón. Se vio descender los escalones ruidosamente, llegar a la calle poco antes de que aquel andar dejara atrás esta morada. Ese cuerpo, esa alma lenta, la desconocida cara nueva, se ha acercado y se detiene. En sus ojos no está la persona, no hay un recuerdo, ninguna marca de algo interrumpido. Están ahí; se miran.

El silencio de la aparición fue como si dijera: «cuéntame tu sueño».


Leonel Rodríguez (Sinaloa, 1978).  En 2003 y 2008 sus libros de poemas Tu piel paciente y Dolor de nombre obtuvieron el Premio Interamericano de Poesía Novachiste y Premio Clemencia Isaura, respectivamente. Algunos de sus poemas, ensayos y narraciones, se han publicado en revistas fisicas y digitales.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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