Reivindicación de la soledad: alegato sobre dos ruedas
Armando García
El ser humano es social por naturaleza. No se puede entender la evolución de la humanidad si no es a partir de su existencia en sociedad. Pero es en sociedad que muchas veces la soledad se patologiza. “Deberías buscar una pareja, ¿no quieres?”. “¿Por qué no te has casado?”. “¿Qué vas a hacer ahora que te has divorciado?”. “¿En verdad no deseas tener hijos?”. Preguntas comunes que reflejan un espíritu normativo —“el deber ser”— al que correspondería, precisamente, adaptarse al vivir en sociedad. Este fenómeno de patologizar también se padece en otras esferas, como usar la bicicleta en una sociedad dominada por el automóvil, vehículo individualista por antonomasia.
Siempre he sido un ciclista solitario, aunque empecé a considerarme a conciencia como tal hace unos 17 años. A partir de entonces creo que para poder vivir en sociedad me ha resultado necesario aprender a estar conmigo mismo: saber convivir conmigo, en soledad, permite un autorreconocimiento en un tiempo y un espacio dados, algo que también da el rodar en bicicleta. A partir de esta identificación propia, se puede tener la capacidad de reconocer a los otros y, por lo tanto, saber relacionarse en sociedad.
Cada quien tiene su proceso en ese aprender a convivir consigo mismo. No es un camino acabado porque el tiempo y el espacio no son fijos, y cada momento de nuestras vidas debemos saber reconocernos en la soledad. Así como cada quien tiene su progreso al respecto, existen muchas formas de llevar a cabo la exploración del aislamiento social. No son siempre excluyentes y, de hecho, hacer uso de dos o más caminos puede ser una mejor manera de aprehender —sí, con h intermedia, de hacer tuya, interiorizar y por lo tanto saber valorar— tu soledad.
A lo largo de diferentes momentos de mi vida, algunos que parecen efímeros y otros más duraderos, las dos mejores formas para reconocerme en soledad han sido leyendo un libro o pedaleando una bicicleta. Cada una a su manera me han permitido sostener un diálogo conmigo. Parafraseando a George Steiner sobre los lugares felices: son ahí donde es posible tomar un buen café leyendo un buen libro. Yo agregaría que es ahí donde también puedo llegar en bicicleta. Lamentablemente, todavía no he encontrado la forma de combinarlas. Tal vez el día que tenga la capacidad de realizarlas al mismo tiempo habré alcanzado la plenitud afirmativa de la soledad.