Hoy fue un buen día
Alba Ruth Ramírez Ceniceros
Salí de casa con las ruedas bien infladas para hacer un recorrido al mercado, pagar deberes, recoger la medicina de Morris y pasar por la tiendita de los buenos augurios para que este año pongan una ciclovía que corra de oriente a poniente y viceversa; que atraviese la ciudad y los ciclistas puedan circular tranquilamente.
Les decía: las llantas bien infladas, la cadena lubricada y el bloqueador por toda la cara, dejándola blanca para disimular la sonrisa que se produce al pedalear. Mochila en la espalda, las llaves adentro, el candado enredado en la potencia y las ilusiones en el pecho como placa identitaria.
Eran las 8 am, el cafecito estuvo bien cargado y los panqueques infladitos. ¡Va bien el día! Tomo el bulevar por el carril de baja. ¡Pero qué sensación!: el aire en la cara, los carros que se adelantan en la vía, pero se quedan atrás consumiendo gasolina y liberando ce o dos. Rebaso al colectivo y me gusta pensar que los pasajeros me notan e imaginan ir en bicla y llegar más rápido, más felices, más despiertos.
Mientras rodaba para hacer mis deberes, ningún coche se acercó a gran velocidad ni con la mínima distancia. Por eso también fue un buen día.
Fue buen día. Y es que en el camino encontré a nuevos ciclistas que sin miedo del tránsito y los peligros que conlleva se decidieron a usar la bici como medio de transporte cuando entendieron que éste no contamina ni el aire ni los oídos. Y porque, al dejar atada la bicla afuera del mercado, nadie la robó.
Fue buen día porque, afuera del servicio de cable, encontré un ciclopuerto con sombrita para dejar a Layla bien segura, y no como otras veces que la debo dejar a una cuadra o en el poste de luz del camellón. Hoy fue buen día.
Hoy fue un buen día porque pude circular en mi bici por ciclovías seguras, bien delimitadas y sin que los vehículos las invadieran como si fuesen estacionamientos.
Sin chiflidos ni palabras obscenas de parte de otros usuarios de la vía. Sin acoso callejero u opiniones sobre mi cuerpo ni obscenidades hacia mí.
Era buen día, el sol era ameno, no estaba enfurecido. La gente parecía pintada a mano y dos o tres avecillas acompañaban mi cadencia. Esta semana no hubo noticias de ciclistas atropellados. Porque el último ciclista atropellado no salió en las noticias sino hasta una semana después, cuando murió en el hospital por las heridas. Del conductor nunca se supo nada, nadie vio nada. Y como sólo era un jornalero de la caña, de esos que vienen a la ciudad por cientos y sin nombre, no se supo nada, nadie lo reclamó, nadie lo identificó.
Hoy fue un buen día, regresé a casa sana y salva.