Lista para la aventura
Epifanía Martínez
Leí por ahí que los ciclistas son una especie de aprendices de suicida y, quizás, un gran número de personas concuerda con la idea pues, aunque no queramos mirar, las noticias que engrosan las cifras de accidentes letales aparecen de pronto al compás de las pantallas de nuestros teléfonos. Por esa razón, puede ser lógico desistir de usar la bicicleta, sobre todo si en ella se ha sufrido una aparatosa caída.
Sin embargo, después de semejante tragedia, dejar de usar la bici no es una opción convincente. Retomar el pedaleo no es tan difícil una vez que el cuerpo empieza a recomponerse —ojalá todos tuvieran esa suerte—. Lo difícil es escapar de las voces que alientan a dejar el “peligroso” artefacto olvidado en el rincón más invisible de la casa, aunque habría que comprender su insistencia, sobre todo si los dueños de esas voces te miraron rota. Tal vez quede escucharles, pues su miedo es más cercano al amor que al control ejercido sobre una. Se debe tomar en cuenta que sólo quienes no han tenido la fortuna de usar una bicicleta se atreverían a alentar su desuso. Entonces, con firmeza, se necesita decir que andar en bicicleta es un acto incomprendido que celebra la vida.
Al retomar el pedaleo se hace presente una emoción familiar, una especie de amor a la vida que va creciendo conforme avanzas. A pesar del viento que se cuela por las fisuras aún frescas de tus huesos y te recuerda el dolor de la convalecencia, con cada pedaleo vas reconociendo tu cuerpo y la fuerza que radica en él; aceptas su fragilidad y el riesgo latente de que cualquier instante puede ser tu último suspiro. Quizás la conciencia de ese riesgo hace que suicidas y ciclistas se parezcan tanto, pues a pesar del miedo sigues avanzando, apropiándote del territorio, disponiéndote para la aventura.