ATALANTE / abril-mayo 2023 / No. 104
 

Huesera, de Michelle Garza Cervera




Huesera
Michelle Garza Cervera
México-Perú, 2022, 93 min.


 
Huesos quebradizos en las manos nerviosas y en las ávidas bocas de los comensales que mastican tendones. Muebles y pesadillas frágilmente óseas. Ramas que, como fémures rotos y fosilizados, miran el paso de una masa fracturada de mujeres. Manos hueseras ansiosas, crujientes todo el tiempo, por la espera de que las cosas salgan bien; que resulten como todos esperan sin importar aquello que hay detrás del dolor de la muchacha que siente que se está partiendo en dos. Huesos vivientes y deseosos de quebrarse y de quebrar cuando salen a cazar, nocturnos, a la joven encapsulada en una prisión recién pintada y luminosa en que grita por sus dos mitades. Gigantescas y ubicuas patas de huesos que, como la imagen altísima de una bendición que aplasta, son la trampa maldita en que una familia, y tantas otras más, arroja a las mujeres que cree suyas para tronarles los pies y que ya no puedan caminar por sí mismas. Hueseras.

La noticia del primer embarazo de Valeria (Natalia Solián) conforta su matrimonio con Raúl (Alfonso Dosal) y colma de expectativas, y también de recelos, a otras mujeres de su entorno. Su anhelo de concebir ha estado acompañado de acciones cotidianas, como un peregrinaje y una celebración del día de las madres, que han ido quedando atrás ante escenarios menos comunes. La gestación avanza saludablemente hasta que la joven mira, sin testigos, el suicidio de una mujer adulta y su aparente conversión siniestra. El incidente desata la ansiedad de la joven pues se convence de que es perseguida por una entidad de huesos quebradizos. Sus visiones exasperan a su esposo y provocan discusiones familiares. Mientras confecciona la cuna para el bebé, la carpintera rememora el pasado y sale de su hogar para encontrarse con Octavia (Mayra Batalla), una amistad de adolescencia, y para recibir apoyo de unas chamanas que alguna vez ayudaron a su tía Isabel (Mercedes Hernández).

Antes de su estreno mundial en la edición 2022 del Festival de Cine de Tribeca, en el cual recibió dos reconocimientos (Best New Narrative Director y Nora Ephron Award), Huesera comenzó como un texto de diez páginas que obtuvo apoyo de un fondo estatal. El argumento fue reescrito trece veces, con la colaboración de Abia Castillo, porque sus autoras buscaron integrar un repertorio de experiencias personales con los hallazgos de su investigación sobre las expectativas familiares de la maternidad. El objetivo era filmar una película de horror que desafiara algunos de los estereotipos de la mujer presentes en su esquema. El resultado: una ópera prima que consigue una compleja y equilibrada convivencia entre motivos clásicos del terror y un conjunto de elementos subversivos con los que su directora, Michelle Garza Cervera (Ciudad de México, 1987), entrega una producción enteramente situada en las tendencias contemporáneas del género.

En el inicio de Huesera, Valeria asciende a un santuario en la montaña de la Virgen de Guadalupe. Mediante el uso narrativo de la escala, un plano evidencia la magnitud de la imagen religiosa frente a la pequeñez de las creyentes. Allí comienza una exploración de las condiciones aterradoras que subyacen a las situaciones comunes: la joven, encauzada hasta allí por su madre y acompañada por su tía, mira desde abajo, rodeada de ramaje, el descomunal volumen de un ideal que espera por ella. La bendición que recibe allí mismo no tarda en difuminarse cinematográficamente en una silueta de fuego anticipadora de circunstancias que traerá un eventual embarazo.

El primer largometraje de la realizadora egresada del CCC presenta un diseño de producción, a cargo de Ana J. Bellido, que parece, en principio, de un filme de terror convencional. Hay motivos como el doble (espejos, ventanas, sombras), el espacio doméstico y lo monstruoso. No obstante, la iconografía emblemática se entreteje con elementos escénicos que desafían la configuración habitual del género. La película ensambla su mirada desde el punto de vista de una mujer (Valeria), el sonido es realista y cotidiano, y la identidad que se bifurca articula una experiencia de horror corporal (el llamado body horror) que fluctúa entre la protagonista y el monstruo en una lucha contra las imposturas que vienen con la maternidad antes que con la gestación. Huesera cuenta un relato desde su base genérica, la cual es la pérdida de la gestión sobre el cuerpo propio, para conducirnos a la experiencia de un encapsulamiento doméstico.

El horror en lo cotidiano. En un diálogo acaso innecesario, por explicativo, una chamana revela a Valeria que las perturbaciones ocurrieron porque está capturada por una araña que es madre y depredadora; un ser cuya morada también es una reclusión. Aunque sirva de guía al espectador, la elocuencia de este parlamento redunda temáticamente dado lo que dice está articulado de una manera perturbadora en el entramado cinematográfico con todo y una telaraña develada explícitamente por un desenfoque. La diversidad de ángulos, sobrencuadres y reflejos contribuye a mostrar las sensaciones del encierro en emanaciones que evocan la trampa en espacios domésticos (muebles), públicos (puentes) y naturales (ramas y cuerpos). La mujer embarazada es la mujer cautiva en el entramado social en la que la manifestación más aterradora, porque está normalizada, es la impostura de la maternidad. Esto no significa que la visualidad ideada por la realizadora y por la cámara de Nur Rubio Sherwell se oponga a la potencia maternal, sino que muestra los efectos de una posibilidad natural regida por ideales y mandatos que son el síntoma metonímico de la pulsión del sistema familiar por controlar a las mujeres.

Uno de los aportes de Huesera es que su tema audiovisual más significativo (la mujer dual de huesos crujientes) sitúa su propuesta en la tendencia contemporánea del terror que lo considera como una expresión artística (elevated horror o art horror) porque desarrolla tanto un giro de la mirada de género como una aproximación al universo del folk horror (las chamanas y el simbolismo de sus espacios). La clave reside en que el leitmotiv audible, que no es otro sino el tronar de huesos humanos (y a ratos animales), tiene su correspondencia en la imagen desde el despliegue corporal de Natalia Solián quien, de hecho, consigue una expresión que podría ser vista como un estudio de contorsiones de dedos, brazos y espalda, inicialmente esporádicas, que desembocan en una coreografía colectiva y actual. Además de lo anterior, la bifurcación audiovisiva dispone, a su vez, de su proyección en una serie de dobles (Valeria-Huesera; bendición-maldición; esposo-amiga; madre, hermana y suegra-tía y chamanas) que crean un conflicto entre subordinación y emancipación. Los personajes secundarios también siguen esta lógica y construyen consistentemente la tensión entre el control y la autonomía al grado de que, en los momentos límite de la joven embarazada, vemos un plano en que suegra, esposa y médico son como una red que la rodea mientras decide por ella con tal de preservar el cuerpo, que no la salud emocional, de la futura madre.

Si bien Huesera dispone de imágenes capaces de sorprender fuera de los parámetros habituales del terror como la secuencia del toquín punk, es evidente que la producción merecedora del premio a la Mejor Película Iberoamericana del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges fue ideada desde un diseño sonoro que, con el trabajo de Christian Giraud, buscó coincidir con el propósito de desmontar estereotipos. Descubrimos una sonoridad original, poco común en el medio local, porque hace convivir el sonido doméstico con el que proviene de la subjetividad de Valeria y con la presencia constante de ambientes acústicos fuera del campo visual. Esta dimensión de la película es un vaivén del presente al pasado, aporta un signo del dilema de Valeria con canciones de punk rock ("No me gusta la domesticación") y entrega una masa orgánica, análoga a la masa de cuerpos femeninos rotos, que aterra con el efecto insistente, como campanilla, del crujir de huesos que se proyecta simbólicamente en los sonidos comunes de un hogar. El encapsulamiento doméstico es un shock sonoro que explora los propios recursos del cine para despojarlo de la convencionalidad del mismo modo en que substrae a Valeria, la joven carpintera, exbajista y autónoma sexualmente, del estereotipo.

Por su enfoque temático, Huesera podría constituir una relectura de lo maternal en el cine y, por tanto, el punto de partida para una reflexión sociológica: advierte, quizás, que la familia y su espacio doméstico representan la estructura que hace falta cambiar en favor de una sociedad que permita más autonomía a las mujeres, pero también es la estructura más difícil de trastocar porque, para ello, hay que actuar al interior de los hogares. En entrevistas con distintos proyectos (ZoomF7 y Letterboxd), Michelle Garza Cervera afirmó que la finalidad era "retar el estatus quo" de modo que, al investigar el tema del núcleo familiar, encontró el problema de la maternidad como un concepto que no corresponde con la persona real que implica cada mujer. En ese sentido, a nivel formal y temático, Huesera convive con el horror corporal reciente (Babadok, Titane, Así como en el cielo, entre otras) mientras que sus significados implícitos se aproximan más al cine que recrea las estructuras de control sobre la mujer (Corsage, El amor según Dalva, Women Talking). No obstante, su conexión con la mentalidad, el léxico, los espacios y los rituales de una localidad concreta (Ciudad de México) propician que este filme se sitúe en aquello que Jon Towlson denominó como horror subversivo, pues ofrece una experiencia de shock que, como argumenta en el libro Subversive horror cinema (2014), suele aparecer en este tipo de cine cuando las sociedades viven momentos de crisis ideológica. Y es que, en una época de cuestionamiento de modelos convencionales de familia, ¿qué puede resultar más subversivo que la imagen de una bendición bajo la fe guadalupana que actúa como si fuera una maldición que una mujer debe exorcizar? Como el manto sagrado que cede al fuego.


 



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Rodrigo Martínez Martínez. Es docente, investigador y editor. Ha impartido asignaturas, cursos y módulos de cine y de análisis audiovisual en la UNAM, la UAM, la UACM y en la escuela de cine Arte7. Ha participado en coloquios, encuentros y congresos ALED, AMIC, SEPANCINE y SUAC, así como en las dos primeras ediciones del Encuentro Internacional de Investigadores de Cine Mexicano e Iberoamericano de la Cineteca Nacional. Colabora periódicamente con las revistas Icónica y F.I.L.M.E. Sus líneas de trabajo son cultura, poética y sociología del cine. Es autor del libro Cine y forma. Fundamentos para conjeturar la visualidad fílmica (UAM-C, Filmoteca UNAM, 2019) y ha publicado capítulos de análisis cinematográfico en Cine digital y teoría del autor. Reflexiones semióticas y estéticas de la autoría en la era de Emmanuel Lubezki (2019), Fragmentario de la comunicación rupestre V. Arte y comunicación (2022) y Miradas transdisciplinarias. Nuevos acercamientos al arte cinematográfico (2023). Letterboxd: Rodrigo.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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