RESEÑA / febrro-marzo 2023 / No. 103

Desierto sonoro de Valeria Luiselli



Desierto sonoro
Valeria Luiselli (traducción de Daniel Saldaña París y la autora)
México, Sexto Piso, 2019, 458 pp.

 




Lo desértico evoca la soledad, la aridez, el páramo, la desorientación. La sonoridad como calificativo de ese despoblado nos parece imposible a menos que lo situemos en un mundo surreal o literario. Desierto sonoro (2019) se orquesta a través del entrecruzamiento de tres líneas narrativas que revelan tres realidades de nuestro tiempo dentro de un automóvil en movimiento. Las voces internas de cada miembro de la familia, cada uno con su ruta y con su brújula interior, hacen de un viaje en carretera toda una aventura multidimensional y polifónica.

En los últimos años, el nombre de la escritora mexicana Valeria Luiselli ha resonado en nuestras lecturas y noticias sobre la literatura contemporánea. Una de sus últimas hazañas en la odisea de la escritura narrativa es Desierto sonoro. Un aspecto se hace controversial entre las tertulias que mantenemos sus lectores y demuestra las antípodas de la concepción de la identidad lingüística: el que se haya escrito, originalmente, en inglés (Lost Children Archive) y luego se haya sometido a traducción por cuenta propia y al lado de Daniel Saldaña París. Más allá de una mera aspiración norteamericana, como afirmaban algunos, esta decisión pudo deberse a distintos factores: que Luiselli ha residido en Nueva York desde 2008, que obtuvo su doctorado en literatura comparada por parte de la Universidad de Columbia y, más probablemente, por la beca MacArthur que le fue concedida en 2019 para incentivar su creatividad. Sea lo que sea, defiendo la tesis de que las escritoras y los escritores tienen plena libertad de crear en el idioma que prefieran, declarando la literatura como un tesoro universal, proclive de traducirse en el número de lenguas que sean necesarias para superar las fronteras geográficas y lingüísticas.

La novela narra la aventura en carretera de una familia compuesta, formada por un padre estadounidense y su hijo, y una madre mexicana y su hija. A pesar de poderse considerar una familia posmoderna, en la historia, destaca lo rudimentario. El padre es descrito como un “documentólogo” y la madre como una “documentalista” de sonidos; quehaceres parecidos a la bibliotecología y a la alquimia, respectivamente, y que los colocan en polos opuestos irreconciliables al momento de entender e interpretar el mundo que escuchan. La familia ambienta su viaje con música de la radio FM, audiolibros y sonidos documentados con una grabadora. En la lectura ni siquiera hallamos la mención del GPS, del Waze o de Google Maps; el matrimonio prefiere los mapas, ilegibles quizá para muchos de nosotros, mientras los niños se inclinan por escuchar narraciones antes que entretenerse con smartphones y tabletas digitales. Son disonancias que sintonizan con la peculiaridad del viaje.

El road trip propuesto va desde Nueva York hasta Arizona, pero como todo relato de esta naturaleza, el camino tiene preparadas algunas peripecias que lo volverán multidimensional. Desierto sonoro se divide en cuatro partes y siete capítulos correspondientes al número de cajas de mudanza que descansan en la cajuela del automóvil. Cada una archiva objetos imprescindibles que determinan las personalidades y los destinos de cada personaje. El contenido de las cajas se revela en la primera página de la sección respectiva, fungiendo como precuela de lo que encontraremos en el capítulo y como conciencia personal del viaje. Lo multidimensional del viaje, en efecto, inicia en las voces internas de cada miembro de la familia; cada uno con su punto de partida y de llegada. Se trata de una travesía mayoritariamente en movimiento que sólo pausa en moteles precedidos por la desolación y la ausencia que recuerda historias de terror.

Tres historias componen la novela: la de la crisis del matrimonio, cuya presencia condiciona sensaciones de pérdida e inestabilidad durante el camino; la de la apachería como obsesión del padre y motivo inicial del viaje, y la de los niños migrantes, que se atraviesa como circunstancia y de inmediato se vuelve tema central. Nos narran la madre, el niño y una tercera persona que cuenta las “Elegías de los niños perdidos”, metarrelato fantasmal de la historia. En las primeras páginas de la novela, la madre menciona “que todas las historias comienzan y terminan con un desplazamiento, que todas las historias son en el fondo una historia de traslado”. Y en esta historia múltiple somos testigos de los desplazamientos, fortuitos y planeados, que desencadenan el clímax, el punto de intersección en que las tres líneas narrativas se encuentran: el extravío de los propios hijos que, empachados de historias de apachería y migración, saldrán en búsqueda de aventura. 

Respecto al recurso más revelador de la novela, la narradora considera la intertextualidad “como procedimiento compositivo”, lo que en la novela cobra función nuclear al constituir una especie de collage estructurador: notas, citas, canciones, libros, autores, recortes, grabaciones, recuerdos, fotografías. Todo está ahí para archivarse y documentarse, para crear encuentros y desencuentros entre voces que circundan la obra en forma de susurros fantasmales. Y es que ésta es la impresión que provocan las voces narrativas, cuya presencia transcurre la mayor parte en la conciencia del personaje que narra: una ilusión de eco desolador ante la terrible realidad que asoma. El sonido comienza protagonizando la historia a través de todos los implementos mencionados, pero será la sonoridad en decrescendo la que la concluirá en Echo Canyon, el destino mitificado durante el road trip familiar, la obsesión de toda la familia. Echo Canyon se convierte en el lugar último y fortuito, en el lugar final de la nada, donde lo desértico, eso inmenso, árido y desolado, puede resonar en forma de ecos. Y recuérdese: los ecos no son más que repeticiones destinadas a la desaparición.


 
Lilian Michelle Medina (Ciudad de México, 1994). Escritora, correctora de estilo e investigadora literaria. Es licenciada en Letras Hispánicas por la UAM. Como creadora, ha publicado poesía, ensayo creativo y cuento en revistas culturales nacionales e internacionales. Formó parte de la primera generación del Diplomado en Escritura Creativa y Crítica Literaria de la UNAM. Ofrece servicios online de redacción, corrección y asesorías académicas en @medulaverbal. Actualmente, es ayudante en el Sistema Nacional de Investigadores y jefa de redacción de Mood Magazine.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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