I Las cuerdas en la tierra y en el aire Hacen música dulce; Las cuerdas, junto al río Donde se encuentran los sauces. Hay música junto al río Pues Amor ronda ahí, Pálidas flores en su manto, Hojas oscuras en su cabello. Todas tocando suavemente, Con el rostro inclinado hacia la música Y los dedos vagando Sobre el instrumento. III En la hora aquella en que todas las cosas hallan reposo, Observador solitario de los cielos, ¿Escuchas tú el viento de la noche y los suspiros De las arpas, tañendo al Amor, para que descierre Las pálidas rejas del alba? Cuando todas las cosas reposan, ¿tan solo tú Despiertas para oír vibrar las dulces arpas Delante del Amor en su camino, Y al viento nocturno que responde en antífona Hasta que la noche se ha ido? Sigan tañendo, arpas invisibles, al Amor, Cuya ruta se ilumina en el cielo En la hora aquella en que las suaves luces van y vienen, Música suave y dulce, arriba en el cielo Y abajo en la tierra. IV Cuando la tímida estrella avanza en el cielo Virginal, desconsolada, Escucha en medio de la noche embriagadora Al que junto a tu reja canta. Su canto es más dulce que el rocío Y viene a visitarte. Oh, no inclines más tu rostro al meditar Cuando él por las tardes llame. Ni te preguntes: ¿Quién puede ser este cantor Cuyo canto rodea mi corazón? Conoce así, por el canto del amante, Que soy yo el que es tu visitante. VI Quisiera en ese dulce seno estar (¡Qué dulce y bello es!) Do ningún viento burdo me visite. Por los momentos tristes de ascetismo Quisiera en ese dulce seno estar. Quisiera estar por siempre en ese corazón (¡Con suavidad llamo a su puerta y ruego!) Donde sólo la paz fuese mi herencia, El ascetismo sería mucho más dulce Si tan sólo morara por siempre en ese corazón. XI Decid adiós, adiós, adiós, Decid adiós a los días de la infancia, Pues el Amor feliz viene a cortejaros A vos y a vuestros modos infantiles
— El corpiño que os viene tan bien, La cofia sobre vuestros dorados cabellos, Cuando hayáis escuchado su nombre En los cornos de los querubines, Empezad suavemente a descubrir Vuestro seno pueril ante él Y suavemente a desatar la cofia Que es signo de virginidad. XII ¿Qué consejo ha puesto la luna encapuchada En vuestro corazón, tímida y dulce mía, Acerca del Amor en el antiguo plenilunio, La gloria y las estrellas bajo sus pies
— Un sabio que no es sino pariente y deudo Del Capuchino comediante? Créeme más bien que sabio soy A despecho de lo divino, La gloria se enciende en esos ojos Que tiemblan a la luz de la luna. ¡Mía, oh Mía! No haya más lágrimas en la luna o en la niebla Para ti, dulce sentimental. XIII Ve a buscarla con toda cortesía Y dile que ya voy, Viento de especias cuyo canto es siempre Epitalamio. Oh, date prisa sobre el oscuro monte Y sobre el mar, Porque ni mar ni tierra jamás del amor mío Me separarán. Ahora, viento, sé cortés, Te pido que ahora vayas Y entrando allá en su jardincillo Cantes en su ventana; El cantar: viento nupcial que sopla pues el Amor Está ya en el Cenit; Y pronto, pronto a tu lado, tu amor verdadero, Pronto estará ya aquí. XIV Paloma mía, mi hermosa, ¡Levántate, levántate! Pues ya el rocío nocturno yace Sobre mis labios y mis párpados. Los perfumados vientos tejen Música de suspiros: ¡Levántate, levántate Paloma mía, mi hermosa! Te espero junto al cedro, Hermana mía, mi amor. Tu pecho níveo de paloma, El mío será tu lecho. El pálido rocío yace Cual velo sobre mi frente. ¡Hermosa mía, mi dulce paloma, Levántate, levántate! XV De aquellos sueños de rocío, oh, alma mía, despierta, De aquel profundo sueño del amor, y de la muerte, Pues ¡ea! Los árboles están plagados de suspiros Cuyas hojas amonesta la mañana. Hacia levante la gradual aurora prevalece Allá donde los fuegos suaves pero ardientes surgen, Y hacen temblar todos aquellos velos De grises y áureos hilos de telaraña. Y mientras dulce, suave, secretamente, Las campanas floridas de la mañana se agitan, Y los sapientes coros de las hadas Empiezan a escucharse (¡innumerables!). XVII Porque tu voz estaba conmigo Le causé sufrimiento, Porque en mi mano sostenía Nuevamente tu mano. No hay palabra ni señal alguna Que pueda enmendar el daño— Ahora es un extraño para mí El que fuera mi amigo. XXIII Este corazón que aletea junto al mío, Es mi riqueza y mi esperanza toda, Infeliz si cosa alguna nos separa Y feliz entre un beso y otro más; Es mi esperanza y mi riqueza toda, ¡Si! Y toda mi felicidad. Porque ahí, cual en musgoso nido Donde los grajos guardan tesoros diversos, Ahí puse yo cuanto tesoro había Antes de que mis ojos hubieran aprendido a llorar. ¿Podremos ser acaso tan sabios como ellos Aunque el amor no viva más que un día? XXXIV ¡Duerme ya, oh, duerme ya, Oh, inquieto corazón! Una voz que clama “Duerme ya” Se oye en mi corazón. La voz del invierno Se oye a la puerta. Oh, duerme, pues el invierno Clama, “Ya no duermas” Mi beso dará paz al fin, Calma a tu corazón
— Ahora duerme en paz al fin, Oh, inquieto corazón. XXXVI Escucho cómo un ejército se lanza a la carga sobre los montes Y el retumbar de los caballos arrancando espuma alrededor de sus rodillas: Arrogantes, detrás de ellos se yerguen, con negras armaduras, Desdeñando las riendas, con látigos al aire, los aurigas. Ellos gritan en medio de la noche su nombre de batalla: Yo gimo en sueños al escuchar su risa enloquecida. Ellos hienden el brillo de los sueños, una flama cegadora, Tañen, tañen sobre el corazón, como sobre un yunque Vienen agitando triunfantes sus verdes y largas melenas: Salen del mar y gritan al correr por la playa. Corazón mío, ¿no tienes acaso serenidad, como para desesperar de esta manera? Amor mío, amor mío, amor mío, ¿por qué me has abandonado?
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