ENSAYO / agosto-septiembre 2022 / No. 100


Si salgo de fiesta, ¿soy un excluido?



Andrea González Medina




“No, tú no estás invitada…”. Ésa es la frase que marcó toda mi infancia y adolescencia. Siempre me costó trabajo socializar y hacer amigos; integrarme a un grupo se me hacía tremendamente difícil. Mis compañeros de clase casi nunca me permitían estar en sus reuniones. Nunca me sentí interpelada por el tipo de interacciones que generaban. Creo que la primera vez que realmente comencé a tener amigos fue durante la preparatoria. Durante esa época, tuve la oportunidad de unirme a un grupo de amigos con quienes pude salir de fiesta. A partir de entonces, la fiesta comenzó a formar parte de mi rutina cotidiana. Salir todos los fines de semana con mis amigos se convirtió en un hábito que me permitía compartir experiencias que estaban rodeadas por el consumo de alcohol y de tabaco. Considero que ésa fue la primera vez que me sentí aceptada por un grupo de personas.

Desde el punto de vista sociológico, esto me ha permitido comprender que la fiesta se encuentra inserta en elementos que integran aspectos subjetivos e interacciones sociales. Cuando se habla de fiesta, se habla de grupos sociales, es decir, la fiesta actúa como un dispositivo de integración y otorga un sentido de pertenencia. Por ende, la fiesta actúa como un mecanismo de inclusión. Sin embargo, la fiesta también puede actuar como un dispositivo de exclusión, de aislamiento. Finalmente, cuando te has encontrado en este último polo, se torna necesario buscar la pertenencia, salir y obtener el reconocimiento que adviene de dicha práctica.

Como se sabe, el reconocimiento es una categoría filosófica que hunde sus raíces en la filosofía hegeliana y que posee connotaciones importantes desde la filosofía política, en tanto que problematiza el tema de la lucha. Evidentemente, el reconocimiento plantea un matiz socioeconómico, pero también cultural. Dentro de este último eje, es necesario visibilizar las pugnas que existen dentro del problema del reconocimiento cultural, el cual envuelve problemáticas como la dominación cultural, la falta de reconocimiento y la falta de respeto según Nancy Fraser. En este punto, me gustaría tematizar a la fiesta como un mecanismo para obtener reconocimiento. Éste siempre ha sido un punto característico de la fiesta, pero que se ha incrementado con la proliferación del uso de las redes sociales. La población comparte gran parte de las actividades que realiza a tal grado que las fronteras entre la vida pública y la vida privada se han roto. En el caso de las fiestas, se visibiliza su asistencia mediante fotos e historias. Es necesario que todos vean que se tiene una vida social, que eres invitado a las reuniones y que tienes muchos amigos.

Pero pensar cómo se configura la fiesta no implica reflexionar únicamente en estos elementos subjetivos, en interacciones sociales o en las autorrepresentaciones y heterorrepresentaciones que emanan de ello. Pensar en la fiesta implica también reflexionar en aspectos de carácter económico y político, porque no debe olvidarse que nos movemos en un modo de producción estrictamente capitalista. Y tal vez, suena muy repetitivo decir que la riqueza en dicho modo de producción se mueve a partir de la mercancía, pero es necesario remarcarlo para poder pensar esta práctica tan cotidiana.

El modo de producción capitalista se configura a partir de contradicciones, y tal parece que una de las contradicciones esenciales deviene de la práctica del trabajo y el uso del tiempo libre. En el capitalismo, el tiempo libre y el ocio se perfilan como negación en aras de la productividad. Sin embargo, el tiempo libre y el ocio son permitidos siempre y cuando se inserten en los parámetros de la sociedad de consumo. Cuando se sale de fiesta, es necesario consumir bebidas alcohólicas y tabaco, entre otras cosas. Tal parece que este punto de fuga de nuestra rutina cotidiana en lo absoluto presenta una ruptura con las relaciones sociales de orden capitalista, antes bien continúan en el ámbito de su reproducción. De ahí se obtiene que ésa es la dinámica con la que se ha organizado la fiesta. Sin embargo, conviene preguntar qué es lo que sucede tras el arribo de la crisis sanitaria.

La vida social y las interacciones cotidianas se enfrentaron a una reorganización tras el advenimiento de la contingencia por el covid-19. El imperativo masificado fue el “quédate en casa”, lo que se tradujo en la instauración del distanciamiento social. El distanciamiento social se convirtió en el principal mecanismo de prevención de esparcimiento del virus. Para realizar este imperativo, las actividades cotidianas cambiaron su formato y, en este sentido, muchas actividades comenzaron a digitalizarse, tales como la educación, el trabajo, entre otras. Pero ¿qué sucedió con la fiesta?

Definitivamente, las fiestas y las reuniones, en general, comenzaron a ser prohibidas. Desde la lógica del Gobierno, la fiesta comenzó a ser vista como un potencial foco de infección. La crisis sanitaria y la lógica prohibicionista que investía provocó que la fiesta comenzara a percibirse como algo negativo. Así, a causa del esparcimiento del virus, las fiestas se concibieron como un medio de propagación del mismo. Y esta perspectiva emanada del Gobierno fue adoptada por la población. Era muy común escuchar que los mayores contagios no se daban al realizar actividades laborales o indispensables para la reproducción cotidiana, sino durante las fiestas y las reuniones familiares. Sin embargo, sería necesario un estudio minucioso para poder constatar dicha tesis.

Gran parte de la literatura emanada de la coyuntura de la pandemia coincidió en el hecho de que la enfermedad se convirtió en el enemigo ideal y, con ello, cualquier persona que la portara. A partir de esto, surgieron una serie de manifiestos y decretos en nombre de la salud pública y nuestro país no fue la excepción. Definitivamente, una de las grandes lecciones que dejó la pandemia ha sido la necesidad de continuar con la discusión sobre la biopolítica. Hoy más que nunca se torna forzoso preguntar cómo se regula la vida de los individuos.

En este escenario es donde emerge la figura de un individuo muy particular: el covidiota. Las personas que organizaban y asistían a fiestas comenzaron a ser vistas como un enemigo que se debía atacar. Las personas que se reunían pese a las prohibiciones empezaron a ser criticadas y criminalizadas. Representaban la desobediencia y la indisciplina. Recuerdo que alguna vez me reuní con mis amigos y subí una foto a Instagram. Uno de ellos me dijo: “Deja de subir eso. ¿Qué quieres? ¿Que todo el mundo nos vea como covidiotas?”. Y así es como me llama la atención el surgimiento de un proceso inverso. Tal parece que, en este punto, la fiesta dejó de ser un mecanismo de inclusión para convertirse en un mecanismo de exclusión. Las personas que asistían a las fiestas adquirieron una figura negativa y comenzaron a ser señaladas por la sociedad. En algún momento sentí ese señalamiento e incluso comencé con un proceso de aislamiento por miedo al contagio, pero en mayor medida por miedo a la exclusión social y la criminalización.

Pero este proceso inverso no es algo gratuito. Este proceso vino acompañado del agudizamiento del imperativo de la productividad. Más allá de tematizar desde la categoría de la autoexplotación, pues eso invisibiliza el gran poder de la clase capitalista, es necesario señalar que la sociedad basada en la productividad obliga al individuo a entrar dentro de este círculo vicioso que niega el ocio. Durante la cuarentena, el “quédate en casa” fue acompañado del incremento de la productividad, pues se podían encontrar en internet invitaciones a talleres, a conferencias, a cursos en línea, a publicar, a aprender un idioma, a hacer ejercicio, entre otras. Así, pueden observarse dos figuras antitéticas: el covidiota inconsciente, improductivo y propagador del virus; y el productivo maximizando y capitalizando el tiempo que tiene a causa del confinamiento. Es curioso que, en aras del imperativo de la salud pública, esta serie de restricciones, además de agudizar la contradicción trabajo/ocio, se hayan convertido en un mecanismo de supresión de libertades, de supresión de las garantías individuales y de supresión, incluso, de los derechos humanos, porque, claro, la lógica prohibicionista atentó en cierto modo contra la libertad de asociación y al derecho al ocio, en suma, contra lo colectivo.

Evidentemente, la nueva normalidad y la necesidad de reactivación económica han provocado que nuevamente se salga de fiesta. A poco más de dos años del inicio de la contingencia sanitaria, donde se han suministrado vacunas y donde se pretende una reactivación de las actividades, sobre todo ligada al espectro económico, lo cierto es que esta “nueva normalidad” modificó la forma de vincularnos. Definitivamente, las medidas sanitarias marcan un punto de inflexión en la forma de manifestación de la fiesta. Sin embargo, a poco más de dos años, sigo con miedo de contagiarme y experimentar los efectos secundarios de este virus, sigo sin acostumbrarme a las restricciones sanitarias. A poco más de dos años, el aislamiento ha desencadenado en mí cierta apatía y aversión por las reuniones familiares y de amigos generando una autoexclusión. A poco más de dos años, la fiesta no se realiza como antes, no se habita como se habitaba.



Andrea González Medina (Puebla, Puebla, 1993). Es licenciada en Sociología y maestra en Filosofía por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Docente de Ciencias Humanas y Sociales e Idiomas en la Universidad Mesoamericana y en el área de CEU de la Facultad de Lenguas-BUAP. Sus líneas de investigación son alrededor de nociones de género y trabajo. Cuenta con certificaciones en francés (DELF B2), portugués (CELPE-BRAS B2) y alemán (ÖSD B1). Ha presentado ponencias a nivel nacional e internacional en lugares como Alemania, Uruguay, Costa Rica y Colombia, y recientemente en el II Congreso de Sociología Marxista Latinoamericana, en Ecuador, y el VI Congreso Estatal de Economía Feminista en Valencia, España. Su publicación más reciente es el capítulo “La lucha por el reconocimiento del trabajo doméstico: un problema de justicia social” en el libro Lo vital y lo virtual. Reflexiones filosóficas sobre la cotidianidad en el mundo contemporáneo (BUAP, 2021).

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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