CUENTO / agosto-septiembre 2022 / No. 100

Algo fuera de aquí



Eduardo Cerdán


A G., para y con ella

¿Y Alma?, pregunta su primo, pero la voz se pierde en el aire denso que se respira dentro de la casa, se mezcla con la nube de humo amargo, con el viento soba tu cabello, y muy pronto es como si la pregunta de César, el primo, nunca se hubiera pronunciado —algo fuera de aquí— porque la bocina cubre todo con dejamo’ el miedo en la gaveta, y luego ya me ha pasao que me han ilusionao…, coreado entre berridos, ...y ya me ha pasao que me han abandonao, gritado al unísono por cinco bocas que activarían cualquiera de los alcoholímetros que ahora mismo —hoy se bebe, hoy se gasta—, a las 2:32 de este 12 noviembre de 2021, están prestos a detectar conductores ebrios en el retén de la carretera Xalapa-Coatepec, ubicado a escasos kilómetros de este Airbnb, la misma casa donde César preguntó hace más de una hora por su prima Alma, quien sigue sin estar a la vista, pero ahora, a juzgar por la indiferencia que muestran los otros cinco que dormirán aquí, eso es lo menos importante.

Lo que importa es que David, el novio de Sara, le apareció en Bumble a Pepe. En este momento, en la cocina, Sara llora y grita y manotea frente a David, quien con los ojos vidriosos, enrojecidos por tantas horas de fumes, niega todo e intenta abrazarla. Pepe observa desde la sala, sentado en el sillón de una plaza, algo incómodo por lo que acaba de desatar, y César, que ya no parece preocupado por el paradero de su prima, se besa con Elena en el sillón de dos. Luisa, la mejor amiga de Alma, duerme con su perra Manchas al lado, ambas echadas sobre los tres cojines del sillón más amplio, y si no fuera por el volumen altísimo de la bocina —ahora todo cambió, le toca a ella— todo mundo escucharía que Luisa ronca ruidosamente, como alguien que ha trabajado una larga jornada y ahora debe descansar.

La alberca fue determinante para elegir la renta de este lugar. Nadie se detuvo a pensar que las horas en que podrían usarla, en pleno noviembre coatepecano, serían escasas. Lo importante era trascender las pedas virtuales, tristes en cuanto dejaron de ser novedad, y verse por fin. Check-in: dos de la tarde. Muchas nubes, sol tímido, viento frío, cervezas a la orilla de la alberca, carnes asadas. Antes de las 7:30, todo mundo ya estaba afuera de la piscina, los seis cuerpos de 19 años envueltos en sus toallas. Los unía el vértigo que dan los espacios liminares, el mareo de habitar lo insólito. Pero al mismo tiempo, y por primera vez en este dilatado confinamiento, tenían un atisbo de la vida anterior, como si no hubiera pasado nada, como si en el último año y medio no hubieran acumulado varios familiares muertos, padres recién divorciados, afectos en pausa, tropezadas carreras universitarias a medio hacer. Los seis, que cursaron la preparatoria juntos en Xalapa, donde aún viven, se enclaustraron con rigurosidad desde la semana anterior, sin tener contacto con nadie, y llegaron aquí con pruebas negativas en mano, porque todos coinciden en que les daría terror cargar sobre sí las muertes de sus familiares más viejos, los que prácticamente han dejado de vivir mientras no haya vacuna o tratamiento.

Cualquier cosa que te vincule con la vida, cualquier promesa de contacto físico, resulta urgente e impostergable cuando piensas que el fin del mundo se puede rozar con las yemas. Por eso César, que fantaseaba con Elena desde hacía mucho, se animó a actuar, envalentonado por las porras de su prima Alma y también por el six que había bebido y ya empezaba a hacer efecto. Elena le respondió sin mucho entusiasmo, es cierto, pero al menos no tuvo ningún asomo de molestia, pues antes, mientras asaba las carnes, César le había parecido atractivo, casi guapo, a lo mejor porque el ejercicio en casa le había sentado bien o porque Elena, como decía Pepe, ya estaba urgida y con telarañas allá abajo. Sara y David, que sí se habían visto varias veces en los últimos meses, disfrutaban estar lejos de las miradas censoras de sus padres. Pepe ejercía de mal tercio porque estaba a la zaga de un momento a solas con Sara, lo que tuvo lugar horas después, cuando todos ya estaban dentro de la casa, secos y vueltos a vestir, y fue entonces cuando Pepe le contó a Sara que el viernes, así empezó su narración, el viernes estaba yo harta de los rufianes de Grindr, mana, y por eso y porque soy una desocupada me abrí una cuenta en Bumble para platicar con alguien, hombre, mujer o quimera, y no porque me haya vuelto hetera sino porque sólo quería platicar, ¿sí me entiendes?, o sea, conocer gente sin recibir la foto de ningún viejo churpio, de ningún pito gris, y en una de ésas vi a David, amiga, sí, la eterna condena de que nos guste la verga, hermana, porque va pegada a perros como éste, que sí era David, te lo juro, porque su perfil, hasta le saqué captura, mira, me aparecía con la palomita de verificado. Alma y Luisa, que seguramente son mejores amigas porque una está en las antípodas de la otra, son dos tipos opuestos de borracha: la primera es la que tiende a ponerse impertinente, la que grita y arrastra las palabras y propone besos de tres; la segunda, en cambio, bultea a las cuatro cervezas. Ésta, Luisa, ha adquirido una extraña fijación: a raíz de la pandemia se ha obsesionado con su perra Manchas, que según ella envejece demasiado rápido, casi a cada minuto, frente a sus ojos, así que prefiere no perderla de vista y llevarla consigo si sale. Por eso Manchas es la séptima huésped, y ahora duerme en este Airbnb, junto a la dueña, en el sillón más amplio de la sala. No vuelvas a mí aunque te quiero, canta la bocina.

Tras una breve negociación —no hay condón, pero por suerte no es día fértil, pero de todos modos acabas afuera, pero conste que no vamos a pegarnos nada—, César y Elena ya se han mudado al cuarto del primero; Sara y David siguen gritando cosas ininteligibles en la cocina; y Pepe, que tiene el pelo sahumado y se mira introspectivo, pachequísimo, no tardará en dormirse: se ha cambiado al sillón de dos cojines y tiene un mal viaje en este preciso momento. Desde que soltó la bomba, Pepe no ha dejado de pensar que habría sido mejor decirle todo a Sara antes de venir, o después, o no decirle y… Pero nada de eso importa ahora. Y hoy que has vuelto, ya ves, sólo hay nada, se oye, porque en esta playlist, preparada con sumo empeño por los seis, las canciones dolidas han reclamado su protagonismo.

Hace rato, mientras César seguía en su intento de encontrar en la boca de Elena la respuesta a las grandes preguntas del universo, volvió a acordarse de su prima. Recordó que la última vez que supo de ella fue justo antes de que todos subieran a los cuartos para bañarse, cuando Alma gritó que dónde chingada madre habían dejado su encendedor, el que compró en el Fasti, y Luisa, que ni siquiera alcanzó a bañarse, que apenas si alcanzó a ponerse ropa interior limpia antes de bultear en el sillón, le dijo a su mejor amiga que el encendedor se había quedado afuera, en una de las tumbonas. Y entonces César, todavía con la lengua y las manos ocupadas en sendos movimientos circulares, se ofreció a sí mismo la siguiente explicación: su prima, hasta el culo de borracha a esas alturas, seguramente salió por el encendedor y luego se fue a su cuarto, donde se dio un toque que la relajó y la mandó a dormir, para fortuna de todos, porque cuando se pone de veras anal, malacopa, Alma deja de tener gracia y se vuelve violenta e insoportable. Así pasaron las cosas, se convenció César, y partió con Elena rumbo a su cuarto.

En medio de su separación inminente, Sara y David pondrán una pausa a la pelea, apagarán la bocina —yo sé qué no has querido hacer llorar a un gato herido— y subirán las escaleras para palpar sus cuerpos por última vez, con urgencia —todo aquí ocurre en esos términos, ya se dijo— y resignación. César y Elena, también en la planta alta, ya estarán dormidos para entonces, desnudos, henchidos de sosiego, satisfechos por confirmar que aún hay mundo. Luisa y Manchas seguirán soñando en el sillón grande, y Pepe tendrá una pesadilla.

Poco antes del amanecer, Manchas se despertará y brincará al piso para gruñir, con el pelo erizado, hacia la puerta corrediza de vidrio, la que da a la alberca. En el duermevela, a Luisa le parecerá oír golpecitos en el cristal y también la voz de su mejor amiga, algo fuera de aquí. Le parecerá oír que Alma pregunta por qué no le abren, a gritos, desesperada, ajena a la evidencia de que allá, a unos metros, su cuerpo bocabajo ya habrá empezado el camino de la hinchazón. Pepe, entretanto, seguirá en su asfixia onírica: en el sueño, su abuela que acaba de morir lo abraza y lo acuna y, aunque al principio él siente alivio por el tacto de su piel, pronto se da cuenta de que son los brazos de un cadáver los que lo aprisionan. La angustia lo hará quejarse a ratos, quedito, como si fuera un niño de pecho, pero a la luz de los gritos horrorizados que se oirán en cuanto todos vean lo que pasó en la alberca, de las patrullas que vendrán enseguida para atender a la ahogada, eso es lo menos importante.





Eduardo Cerdán (Xalapa, Veracruz, 1995). Narrador y editor. Estudió la maestría en Literatura Comparada en la UNAM, donde ha impartido clases, y también ha sido profesor en la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana. Es autor de los libros de cuentos Pasos en la casa vacía (2019) y Los niños volvieron de noche (2021), así como de la compilación La lectura al centro. 55 autobiografías lectoras (2022). Ha colaborado en los suplementos de El Universal, La Jornada, Milenio y El Nacional, en revistas como Nexos, Letras Libres y Literal. Latin American Voices, y en antologías publicadas por la UV, la BUAP, la UNAM, Ediciones Cal y Arena, Nitro/Press y Sussex Press. Fue becario del programa PECDA del FONCA en 2021, así como del programa de verano de la Fundación para las Letras Mexicanas y la UV en 2015, año en que obtuvo el segundo Premio Nacional de Relato Sergio Pitol. Textos suyos se han traducido al inglés y al francés.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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