ENSAYO / agosto-septiembre 2022 / No. 100


La nostálgica celebración del porvenir



Ulises Flores Hernández




Lo que pasó, está pasando ahora.
Octavio Paz, La hija de Rappaccini

Nuestra manera de celebrar define la persona que somos. En un festejo ponemos nuestra personalidad, y en el proceso ofrecemos nuestro cariño a las personas que nos rodean en la reunión. Pero, aún más importante, planear o asistir a una celebración nos permite compartir una parte de nuestro ser y transformarlo en un recuerdo amoroso.

Desde cumpleaños, aniversarios, reencuentros y festejos, las celebraciones nos forjan, pues en ellas encontramos la cofradía en el otro yo de la reunión. Es por ello que en su concepción y formación, no hay festejos singulares, sino plurales.

La anatomía de una celebración obedece a una receta no inmodificable, pero sí rescatable: elegir el día adecuado es vital, pues en esa piedra se edificará la iglesia de la celebración. Las festividades entre semana quedan medianamente condenadas por la disponibilidad de los asistentes, quienes se sienten más cómodos aterrizando el festejo en el fin de semana, empezando algunas veces, para los impacientes, desde el jueves.

A esto se suma la temática en cuestión: cumpleaños, bautizos, invitación sentimental con fines amorosos, todo es parte de la ecuación que tomará forma una vez iniciado el desarrollo de la temática.

Sumado a eso, la celebración en sí puede verse modificada, e incluso transformada, por la hora de inicio. Una fiesta, por muy infantil que pueda ser, se mide no por los obsequios o el tamaño del pastel, sino por el tiempo en que tardan en aparecer las bebidas "para adultos". Si éstas son minoría, el festejo es exclusivamente infantil, y la hora a concluir es temprana. Pero si aparecen en todo momento, y en mayoría, conforme avanza la noche la fiesta tendrá una doble temática: la primera mitad es para los niños, y la conclusión es para el mundo adulto.

Todos estos convencionalismos son aceptados por el dibujo de la sociedad mexicana, quien, sin tregua ni perdón, se volvió experta de la celebración sin importar la hora de inicio, término o temática en cuestión. Todo sirve como pretexto para evocar nuestras tentaciones más preciadas. En otras palabras: yo vine porque me invitaron… Pero no conozco al cumpleañero.

En este ambiente de cofradía y reunión, la pandemia nos obligó a revalorar los festejos. Un duro golpe para algo a lo que virtualmente estábamos acostumbrados todo el tiempo. Por muy pequeños que estos fueran, éramos parte de un círculo de la festividad, desde el pastel en familia hasta la portentosa celebración en un "salón".

No es lo mismo festejar que estar. La diferencia en estas palabras se volvió fundamental para entender que la cercanía en las celebraciones no es la misma sin el tacto de las manos o del caluroso abrazo.

La virtualidad, que ofrecía opciones para suplir el ambiente académico y laboral, quedó obsoleta para fomentar la cercanía humana; en cambio, nos ofrecía una mirada robótica y sintética. Estas limitaciones trajeron consigo una reflexión pertinente: ¿de qué manera ofreceríamos nuestro cariño respetando la sana distancia?

El no estar, que de manera definitiva se entiende como sinónimo de desinterés, en la nueva realidad pandémica se transformó en símbolo del cariño y del cuidado del otro. No voy porque te puedo contagiar. No voy porque te quiero. El diálogo del desprecio se convirtió en el de la prevención y el cariño.

A partir de entonces la revalorización del cariño y las festividades cambió no sólo en un país, sino en el mundo. Ante este escenario el mexicano se las ingenió para que el sacrificio fuera menor en un ambiente de incertidumbre y miedo. La cofradía de un hogar, que de pronto se convirtió en nuestro espacio vital de resguardo, albergó un momento decisivo para la raza humana: sobrevivir. No había espacio para las celebraciones en un ambiente de mortandad.

El ser humano, como especie, intentó que la fiesta nunca terminara, pero las limitaciones estaban presentes. Nadie podía ignorar los detalles a considerar al momento de festejar. De pronto, realizar un festejo se convirtió en símbolo de la nula solidaridad con el otro. El festejo quedó condenado ante el cuidado de todos. Esto dio forma a una nueva manera de ver y entender el mundo, y con ello, las celebraciones.

Al volver a la antigua normalidad poco a poco, las fiestas se multiplicaron, los encuentros se suscitaron sin pretexto alguno, y los amores florecieron después del letargo del encierro. Amores cuidados con esmero y dedicación por dos personas que, pese a todo, se entendieron y lucharon por un ideal que compartieron. El noble ideal que albergaba la promesa de un día volverse a encontrar. De volverse a festejar.

El festejo, que nace del corazón y que lucha por encontrarse con el reflejo de la celebración, se alimentó de la promesa de volvernos a reunir; fue un paliativo que hizo más digerible la espera de continuar las celebraciones de la manera en la que tanto estábamos acostumbrados. Tras un largo tiempo, los reencuentros se suscitaron. Todos parecen conducirse por el camino de la celebración, con la misma felicidad que las abejas al polen. Ya no nos vemos a través de las pantallas, sino de las ventanas de nuestros hogares y, en el mejor de los casos, a través de nuestros corazones.

Conforme pase el tiempo, los recuerdos que poseemos de estas celebraciones pandémicas formarán parte de la sobremesa de las celebraciones del porvenir. Los sucesos que ocurrieron en la pandemia, las personas que conocimos y dejamos atrás, los festejos, las reuniones improvisadas, ahora pertenecen al baúl de los recuerdos, en cuyo interior resguarda un momento, una ilusión, la idea de que nada permanece, todo cambia, y las celebraciones se transforman para crear una nueva versión de nosotros mismos, al tiempo que renovamos la idea de lo que significa estar juntos.



Ulises Flores Hernández (Ciudad de México, 1996). Estudiante de Comunicación y Periodismo en la FES Aragón. Ha ganado concursos de crítica cinematográfica, reseña y cuento. Ha publicado artículos, crónica y ensayo en la revista Punto de partida, Celuloide Digital, y Blog Universo de Letras UNAM. Fue beneficiario del Fonca (2018-2019). Instagram: fm_luder96

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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