ENSAYO / junio-julio 2022 / No. 99

Alcances de amor y muerte





En general las noticias de la pandemia se caracterizaron por el énfasis técnico y alarmista del peligro de contagio y muerte por el covid-19. Este acento nos habló más del pánico a la convivencia que de la muerte o del cuidado de la vida en sí. Muy poco nos dijo de la violencia de las medidas del auto encierro —para quienes pudieron quedarse en la casa—, casi nada de la costosísima destrucción de cantidad de recursos económicos, políticos y simbólicos y mucho menos del amor, del amor propio, del amor recíproco a lo y a los demás.

Durante estos dos largos años de zozobra, la incertidumbre vivida hizo que la muerte estuviera tan cerca de cualquiera y, de repente, tan adentro de todos nosotros que se volvió un familiar más. De otro modo, hubo modo de que se abrieran las puertas cerradas del paraíso: tan sólo con alguna muestra de amor, al recogerse en el calor de otros, al cuidar de alguien o al darse un abrazo. Prolongar el ser individual en otras sensibilidades afianzó los vínculos conocidos.

El miedo que creció en cada casa bajo diferentes modalidades cambió las relaciones personales, familiares, vecinales. En todos lados, además, aumentó el dolor por los idos o perdidos y por las necesidades más imperiosas de amor, de cuidado, de solidaridad común. Pero, al lado de las insólitas alzas y bajas de los contagios y las muertes, junto a las guerras, crímenes organizados, destrucción ecológica, injusticia social y mucho mayores desigualdades sociales, pudieron surgir haciéndose muy evidentes unos alcances distintos, bastantes desconocidos, del amor y de la muerte.


¿Qué?, ¿ya podemos dar un adiós a ese amor y a esa muerte de la pandemia?

Claro que no, porque este amor y estas muertes planetarias fueron vividas por cada uno de nosotros. Más que dejar atrás sus sentidos y sus tristes intensidades para escaparnos de lo vivido, nos confirman los alcances eternos del amor tanto como los pesares por la muerte. Ambos: emoción sublime del amor y hecho fatal de la muerte ahora nos resultan más claramente incontrolables, casi totalmente impredecibles. Si fueron definitivamente característicos de lo experimentado colectivamente durante la pandemia, tampoco se acaban con ésta.

Si en algunos países de Europa ya se han dejado de lado las medidas anticoronavirus, en México todavía hace pocos días se reportaron 155 muertes y 3 658 nuevos contagios por covid-19,1 mientras que los datos acumulados para México2 y el mundo,3 con más de seis millones de muertes, llevan a repensar todos los ámbitos relacionales del ser humano al mostrarnos las rupturas de las redes de comunicación y de alianza que, en lo personal como en lo mundial, urgen alcanzar a elegir otro tipo de afinidades.

Si bien es cierto que, mientras se generaliza esta medida, todavía está fresca la dureza de la muerte y de la muerte del amor especialmente, no podemos despedirnos del hecho/emoción que por causa de ellos, nos posibilita vivir hen(chidos) de amor y de belleza incluso en los momentos más extremos vividos; sobre todo, durante la postpandemia que ahora mismo parece empezar a alcanzar a los sobrevivientes.

En medio de todo, si cada día hay más desesperanza por las incapacidades de la época, entre las que destacan las de muchos gobiernos, se habla más de los conflictos que de las soluciones por la paz; se reitera el odio sin contemplar la armonía, pesa más la incomprensión que el mutuo entendimiento. La intolerancia que también creció como si fuera pandemia, incluso dentro de los hogares, ciertamente aplastó muchos esfuerzos de concordia y de inclusión.

Es cierto que el panorama desalentador por tanta pérdida hace que se hable poco del amor, que ni siquiera se le tome en cuenta como energía que salva a quien sea de la devastación. La cuestión es que sin este contrapeso vital de la muerte que es el amor (aun reducido a la mera idealización del encuentro), o sea, sin amor a la vida o con tanta muerte del amor, la sociedad de hoy no parece poder alcanzar algún futuro.

Son muchos los datos que indican los avances de la destrucción planetaria, que se constata al vivir solamente de enero a abril con recursos propios y a ¡“tener” que tomar “prestados” del futuro los recursos con que vivimos de mayo a diciembre! de este año. Esto y lo que demuestra la pandemia nos dice que, si en el planeta no se cambia radicalmente el modo de organizar justamente la vida y la muerte, los expertos auguran si no la extinción de la vida total, sí rápidamente la de la especie humana, empeñada en algo así como un suicidio colectivo.


Alcances de amor y muerte

En efecto, la actual crisis de la salud planetaria, también profunda crisis financiera global, hace evidente que no se visualiza un futuro. Si otras épocas, culturas, civilizaciones decayeron, el hecho es que ahora no hay indicios de qué pudiera sustituir a lo que existe y nos abraza hasta empezar a asfixiarnos. Esto, más allá de la socialización campante que aun limitada no ha podido dejar de ser propiciada por tremenda privatización de ventajas, beneficios, rentas y ganancias aparejadas con la pandemia.

En este contexto, sin desestimar lo destructivo, el daño se agrava aún más al contemplar el hecho de que los vínculos humanos, sean individuales o colectivos, en la urgencia del aquí y el ahora, renuncian al largo plazo. Gozo inmediato, desdén por las emociones, pequeñas muertes fugaces que se ocultan en el desamor de la pandemia como en la insensibilidad y brutalidad del egoísmo, hacen que las relaciones íntimas como las relaciones sociales tiendan a experimentar la brevedad antes que el compromiso.

No es exactamente que se prefiera la irresponsabilidad y la irracionalidad de los desencuentros, con la crudeza del covid-19 simplemente se ha dejado atrás el “hasta que la muerte nos separe”. Es posible que haya más uniones libres, pero también muchas más separaciones y muchas más personas solas, muy solas. Es posible que sí, que ya dejamos atrás los vinculantes de la prepandemia y que también puede ser evidente cuán atrás quedaron los acuerdos de la vida cotidiana que la pandemia nos obligó a reemplazar tan amenazadoramente.

Intenciones solidarias, desinteresadas y otros propósitos que, en medio del caos, aumentaron la desconfianza y el vacío por la falta de afectos francos y sin condiciones parecerían ser temas más bien personales, pero en realidad, ahora que parece ir quedando atrás la pandemia, son efecto de las bruscas reorientaciones de los vínculos humanos a la gran escala que la proximidad de la muerte por el covid-19 ha intensificado.

Aunque se ama y se muerte como se puede, después de la pandemia el presente de lo vivido y de lo perdido será una memoria de las que difícilmente se olvidan. Así como la muerte terminó por imponer sus nuevas facetas, tan intensamente colectivas al impedir hasta los velorios, el aumento del desamor no ha podido dejar de ser una presencia que impide toda resistencia y que somete a quien sea. Estos sentidos que reducen amores y muertes no han excluido otras vivencias que los afianzan.

En medio de toda esta inestabilidad provocada por muertes y desamor, subyace el hecho de que no han sido ni son incólumes. Tecnologías, medicina, hospitales, personal médico y hospitalario, algunas medidas gubernamentales, incluso algunos mercados de la salud comprueban la emergencia de un sentido de defensa común que ha sido alimentado por las prácticas de cuidado y solidaridad entre grandes poblaciones del mundo.


La inteligencia y creatividad colectivas residen en el amor y en la muerte

Los alcances de las bendiciones del amor y de los temores a la muerte cambiaron. Por todo lo que ha pasado variaron sus extremos y polaridades. La vida desde el amor, tan exaltada como desde la muerte, posiblemente cobró mayores intensidades. Más allá de lo que parecería una lucha interminable entre la vida y la muerte, del amor y la muerte del amor, ahora, ya saliendo de la pandemia, nos encontramos con otras dimensiones de la crónica de las sensibilidades exacerbadas por la que hemos pasado. Mirar al pasado es distinto que tenerlo como presente.

¿Cuándo habrán cambiado las cosas? Sólo sabemos que han cambiado, el tiempo dirá. Que se ha revalorado la muerte, no hay duda, que los acuerdos y vinculantes son distintos también es evidente. Tampoco puede dudarse de que ha estado presente un amor intensificado, caleidoscópico. En lo notable como en lo deleznable los humanos fuimos más en la pandemia que antes. Ahora, tal vez, con la urgencia de la salvación del planeta y lo que se logró, se pueda poner freno al tren de vida destructivo, al menos eso podría quererse.

Quizá un alcance del amor redescubierto en estos tiempos aciagos nos puede hacer volver a confiar porque no son pocos los ejemplos que nos hablan de las personas resistiendo a la adversidad del covid-19, con toda su voluntad de emancipación, con su manera de amar. La cercanía de la muerte, el toque fatal que con cada fallecimiento nos cimbró a todos, se ha vuelto en otros, nuevos, motivos para recobrar la fortaleza y el ánimo de seguir.

Así, las tensiones de amor y muerte conocidas estos últimos dos años y meses trascendieron la experiencia material. Sabemos bien que vivimos entre fuerzas naturalmente opuestas. Que si estas fuerzas poseyeron una influencia luminosa, no fue homogénea. Si estas influencias liberaron sometimientos, es muy posible que aún esté en juego que se puedan consolidar esos alcances que renovaron vinculantes entre parejas, entre personas.

Lo cierto es que atrás de la utilidad afloró la solidaridad. Se hizo evidente ese “nosotros” presente en la multitud que somos cada uno. Estas proximidades y distancias de lo vivido seguramente han dejado un alcance duradero. Si fue ostensible la fragilidad, el abuso y la traición al extremo del covid-19, se han ofrecido ejemplos contundentes de cómo fueron revertidos. Cada uno de nosotros hemos podido disfrutar, a veces sufrir, por compartir, por la posibilidad de ser otros y apropiarnos de otros alcances del amor y la muerte que antes nos eran desconocidos y que ahora nos conforman.

 




1 Según el “Reporte Técnico Diario de la Secretaría de Salud (SSa) del gobierno de México”, citado por David Vicenteño (2022). “En un día, 3 mil 658 contagios de covid”, Excélsior, 25 de marzo de 2022, p. 7.
2 En México,“a mediados de enero de 2022, aproximadamente 4,360,000 contagios y 301,000 muertes”. Expansión/Datos macro.com (2022). “México registra 148 muertos por COVID-19 en la última jornada”, datosmacro.com, 13 de enero. Disponible en https://datosmacro.expansion.com/otros/coronavirus/mexico.Expansión/Datos macro.com.
3 En la escala mundial, con registros recientes se tiene un: “Número de Casos: 476.481.934.Muertes: Muertes: 6.128.270. Recuperados: 400.217.996”. Estos datos son aproximados debido a que se refieren a “casos revelados regularmente por la Universidad John Hopkins. Es posible que no reflejen los datos más recientes para cada país. Se actualiza a medida que los países anuncian las cifras oficiales.” TRT (sin fecha). “Coronavirus (Covid-19) - Última Situación”. Disponible en https://www.trt.net.tr/espanol/covid19.



Margarita Camarena Luhrs (Veracruz, Veracruz, 1954). Es doctora en Ciencia Política con mención honorífica por la FCPyS de la UNAM. Cuenta con experiencia en investigación en el IISUNAM de 1974 a 1992 y de 2007 a 2022. Ha ocupado cargos académico administrativos entre 1992 y 2007, como directora de investigación y oficial de partes en la UAQ; y como directora de investigación y posgrado en la UdeG. Ha publicado 44 libros de autora única y coordinados, 240 capítulos de libro y artículos arbitrados. Fue editorialista semanal del periódico El Informador de Guadalajara de 2000 a 2020. Actualmente es investigadora titular "C" de tiempo completo, SNI II, PRIDE D, Miembro de la AMC y miembro de la SMGyE.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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