ENSAYO / diciembre 2021 - enero 2022 / No. 96

De cómo las series se parecen a las novelas por entregas




Hace unos días mi cerebro se ahogaba en teoría literaria porque, como buena estudiante de Literatura, dejé el temario de todo el primer parcial para estudiarlo un fin de semana antes de la fecha del examen. Así, mi pensamiento oscilaba entre términos escalofriantes como puntos de indeterminación o técnicas de corte. Cuando leía técnicas de corte sólo podía imaginar a alguien con una guillotina a punto de desmembrar un dedo con una precisión quirúrgica, casi matemática. Imaginaba que en la mente del desmembrador aparecían grados, cálculos, operaciones aritméticas correspondientes a dónde y cómo cortar.

Sin embargo, aquellos conceptos de sonoridad estremecedora terminaron por integrarse en mi vocabulario. Se colaron poco a poco como finas hebras para tejer una telaraña de ideas acerca de lo que los teóricos perciben en las obras literarias. Se colaron como chispazos de comprensión ante los vacíos del texto. Porque los textos teóricos, al igual que las obras literarias, tienen huecos para que el lector los complete: puntos de indeterminación los denominan. Ahora bien, el escritor de la obra literaria emplea dichos puntos de indeterminación de manera maliciosa, pues están dispuestos en ella a propósito, de tal modo que presenten un reto para el lector y lo enganchen.

El teórico, aguafiestas del mal proceder del escritor, descubrió su técnica y puso en alerta al lector. Pero, como este escrito no aspira a ser un ensayo académico acerca de los puntos de indeterminación y las técnicas de corte, es preciso que deje de agobiar al lector con terminología tan molesta. Mas, antes de hacerlo, me gustaría aclarar la noción de técnicas de corte, no por mero ocio, sino por fin necesario.

Las técnicas de corte, como su nombre lo indica, son un procedimiento narrativo en el cual se aplica un corte a la acción de la novela y el lector queda en suspenso de lo que acontecerá a continuación. Esta técnica fue bastante empleada por los novelistas del siglo XIX en las llamadas novelas por entregas. Obras como Madame Bovary, Historia de dos ciudades y hasta Crimen y castigo aparecieron en este formato. Cada semana, un capítulo nuevo le era entregado al público en el periódico a cambio de una módica cantidad. Las novelas por entregas eran las series de nuestro tiempo.

No soy una adepta a las series comerciales. La mayoría de las veces sus argumentos suelen aburrirme y reacciono de maneras diferentes. A veces veo los primeros capítulos de una temporada (en caso de que sean muchas) y después me salto algunos otros, sólo para dejar dos o tres capítulos anteriores al cierre de la temporada y verlos con tranquilidad. A veces me salto temporadas enteras porque tengo la certeza de que la historia seguirá en lo mismo cuando retome la serie. A veces simplemente abandono la serie en el capítulo que sea, en la temporada que sea, en el minuto que sea. Minuto 30:28. Minuto 15:25. Abandonarlo todo.

He buscado una respuesta a este comportamiento mío, pero no la encuentro. ¿Desidia? ¿Falta de compromiso o interés? ¿Anarquía? Sí, falta de interés sí. La mayoría de las series comerciales me parecen muy planas en el desarrollo de sus temas. Si, al igual que en la narrativa, se busca ir de un trayecto A a C, pero lo importante radica en B, las series suelen alargar ad infinitum los momentos de B. Y he ahí que haya series tan largas. Recuerdo que, en mis momentos de aburrimiento de la adolescencia, vi una serie llamada How I Met Your Mother. Ignoro cuántas temporadas tenga la serie, tal vez 9 o 10. La trama gira alrededor de un solo motivo: un hombre cuenta a sus hijos la historia de cómo conoció a su madre. En el intermedio del punto en que comienza a contar la historia y el final de la serie ocurren un sinnúmero de hechos que se suceden unos a otros de manera desaforada: amistades, reencuentros, desamores, aventuras... en fin.

Viene ahora a mi mente lo que planteaba Bajtín a propósito del tiempo de la aventura en la novela griega. Hay un primer momento en que la heroína y el héroe se encuentran, se enamoran irremediablemente, inevitablemente, inequívocamente y, después, ocurre un gran paréntesis en el que acontecen múltiples cosas sólo para terminar con la consumación de su amor. Las series de temática amorosa siguen a la perfección este esquema, y me atrevería a decir que también algunas otras fuera del tema; al final acaba bien para los personajes principales. Peco de generalista, mas esa impresión me deja.

¿Anarquía? Sí, tal vez, anarquía inconsciente ante el acto monótono, mecánico de cliquear “siguiente capítulo” o sólo dejar que el televisor lo ponga por nosotros. Saltar la intro, la recapitulación y dejarse influir por la necesidad de saber cómo continúa la historia. La emoción es tal que pareciera que el espectador tomó unos cuantos cafés previos a su sesión de series para darle alcance hasta la madrugada. El consumo de series es automático, no permite respirar al espectador. Tal vez por esto prefiero las películas, por su precisión para comunicar algo, porque, una vez terminadas, el espectador hace una pausa y procesa lo que acaba de recibir: tiempo para dejarse influir a través de los diversos efectos estéticos producidos durante el desarrollo de la película.

No sé qué tan buena lectora de novelas por entregas hubiera sido en aquella época. Sin duda, el contexto de ese entonces condicionaba a sus lectores y su manera de leer, pero encuentro un cierto sabor familiar con la manera en que he recibido las series actuales. Las series también trabajan con las técnicas de corte, ese recurso infame de postergación.

Otro elemento llama mi atención. Leí en algún sitio de internet que a los escritores de novelas por entregas les pagaban por la cantidad de hojas escritas. De modo que, en muchos casos, los novelistas rellenaban capítulos con diálogos o escenas innecesarias e, inclusive, se ayudaban de más personas que supieran taquimecanografía para escribir más rápido. ¿Acaso las series no funcionan así? En su producción intervienen muchas personas y las ganancias se producen por cada temporada que se estrene. En este sentido, a los productores les conviene alargar la trama de la serie (si tiene buena recepción) para generar más ganancias. Alargar B. Esto ocurría también con las novelas por entregas; si el público las recibía favorablemente, entonces el autor continuaba escribiendo capítulos y otras novelas a la par.

El sitio mencionaba otra idea importante: las novelas por entregas surgieron como respuesta a la necesidad de acercar a la población y, en particular, a las clases sociales menos favorecidas a esta literatura. Funcionaban asimismo como entretenimiento y antídoto para olvidar los problemas políticos y sociales de la época. No imagino cómo los lectores rusos podrían distraerse, aunque fuera un poco, de su contexto histórico con capítulos semanales de Crimen y castigo, o los franceses con Madame Bovary. Distraerse sí, y centrarse en las historias, pero estos dos ejemplos en particular me causan recelo.

Recuerdo cuando leí Madame Bovary hace mucho tiempo. Era un constante sentimiento de frustración ante las acciones de Emma. En mi mente discutía con ella y quería aconsejarle en todo momento que no necesitaba de un hombre para realizarse como mujer, que no aumentara sus deudas, que no apurara el arsénico. Fue una experiencia de confrontación, mi realidad de mujer y la de ella, de mujer ficticia, no por ello menos real. Había momentos de remanso, sí, cuando me engolosinaba con las descripciones que hace Flaubert. Sin embargo, la mayoría del tiempo estaba en constante conflicto. No imagino entonces la cantidad de emociones y efectos que produjo la novela en una lectora contemporánea. De nuevo, abandonarlo todo.

Las series sí me sirven de abandono. Cuando no quiero pensar, cuando llega la noche y estoy cansada, cuando mi cabeza está saturada de textos, una serie me viene bien. Abandonarlo todo.

Luego ocurre: un capítulo de Little Fires Everywhere, una escena, un sucinto diálogo me hacen entrar en crisis. Otra vez el cuestionamiento por mi experiencia como mujer, como madre. Luego ocurre otra vez, Gilmore Girls, la pregunta: ¿qué quieres de tu vida profesional? ¿Qué quieres de tu vida? Y yo sólo quiero abandonarlo todo, abandonarlo todo. 22:59.





Casandra Cruz (Guanajuato, 1998). Es estudiante de Letras Españolas en la Universidad de Guanajuato. Sus principales intereses giran en torno a la literatura y el arte en general. Ha publicado en El Gallo Galante, Soflama, gabinete de ensayos, Small Blue Library, Universo de Letras UNAM, blog Librópolis y Ágora del Colmex. Recientemente participó en el taller de Ensayo Literario de Luis Paniagua.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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