CUENTO / diciembre 2021 - enero 2022 / No. 96

El último sueño




Recuerdo que la lluvia y los truenos azotaban nuestro techo, y el viento chillaba sin tregua a través de una pequeña rendija de la ventana. La oscuridad había extendido sus garras por doquier excepto sobre una delgada flama de candil que iluminaba buena parte de la sala donde aguardábamos la calma del clima, acurrucados en silencio.

Jacob era el único que se atrevía a mirar de cerca la flama anaranjada de nuestro candil aquella noche. Estaba sentado en una silla recta y cuadrada, con las palmas extendidas sobre las piernas. Sus ojos parecían un par de piedras grises en medio de una playa de ébano. Su rostro arrugado y enjuto no ocultaba el nerviosismo con el que miraba aquel fuego.

Entonces lanzó una risotada que retumbó en las cuatro paredes de la sala. Ni siquiera los truenos nos habían asustado tanto. Miré a los otros. Estaban sorprendidos ante el extraño comportamiento de nuestro camarada. Últimamente había escuchado rumores sobre su salud mental, pero aun así confiaba plenamente en su autocontrol.

—No os asustéis, señores. Es el clima. Me parece tan familiar, como salido de una pesadilla —dijo Jacob.

Estaba quieto, sin mirar a nadie. Sin embargo notábamos que había algo que deseaba salir de sus labios, como un grito o una confesión. Un nerviosismo siniestro lo delataba.

—Todos me miran como si estuviera fuera de mis cabales, pero no es así, señores. No me interrumpan y permitan que les cuente lo que sucede cada noche mientras duermo. Como ya saben, soy egiptólogo de profesión. He visitado el antiguo país de los faraones una decena de veces… pero no quiero desviarme a otras cuestiones. Esta reliquia me ha atormentado todos estos años.

Jacob desabrochó su camisa y mostró, a la luz del candil, un objeto pequeño que colgaba de su cuello en una delgada cadena de plata. Una especie de sapo con cabeza de lagarto tallado en una carneola.

—Ésta, mis amigos, es la gema de un faraón egipcio. Una reliquia del Valle de los Reyes que por azar ha llegado ahora hasta mis manos con el único objeto de mi propia perdición. La he lanzado un millón de veces a las negras junglas del Congo, la he soltado en las pálidas aguas del Pacífico, y hasta he intentado destruirla en el crisol pero aun así siempre regresa a mí. Esto que os cuento no me parece ya tan extraño como lo que voy a deciros ahora. Desde que soy el dueño de esta maldita piedra me ha sobrevenido cada noche un sueño, el mismo una y otra vez. ¡Por Ra que no miento!

»Pues bien, me encuentro siempre en un bosque de pinos negros, cerca de un lago empedrado, en un lugar neblinoso y frío, parecido a Escocia o Irlanda. En mi sueño el clima es parecido al de esta noche, sólo que todo comienza al atardecer. Siempre estoy huyendo en el bosque de pinos y me dirijo hacia el lago. También sé que no llevo conmigo la gema que acabo de mostrarles. Creo que la he perdido o me la han robado.

»Al inicio, mientras camino, experimento una tristeza terrible aunada a un miedo atroz y malsano por algo que ha sucedido pero que no logro concebir cuando despierto. Sostengo un revolver de cañón largo en mi mano derecha y estoy usando una gabardina negra. Conforme avanzó, recuerdo que aún me quedan cartuchos en los bolsillos de mi largo abrigo y entonces me detengo para comprobar aquello y, al hacerlo, me doy cuenta de que también tengo conmigo mi larga y afilada daga, pero está ensangrentada como si hubiese sido usada recientemente. Sé que el lago empedrado no está muy lejos y sé también que hay una caverna cerca de allí. Así que con mi arma lista continúo mi camino. A un lado del sendero veo unas huellas inusuales, las marcas de un animal extraño plasmadas en el fango. Sobre la hierba alborotada hacia un lado puedo ver claramente cómo se arrastró removiendo pequeñas rocas. Dentro de aquella pesadilla infernal reconozco qué clase de bestia ha hecho las marcas del suelo. Pero, cuando despierto, siempre deduzco que debe tratarse de alguna especie de cocodrilo, aunque después de un tiempo caigo en cuenta de que estos reptiles son más comunes en zonas tropicales, y al final termino aceptando que en un sueño todo puede ser posible, aunque muy en el fondo sé que aquello no es un sueño común.

»Entonces comienzo a seguir aquellos rastros y me doy cuenta de que se dirigen a la caverna del lago. No sé por qué motivo jamás doy la vuelta y me alejo de aquel sitio, sino que sigo derecho hacia la cueva. Llego entonces a la conclusión, cuando estoy despierto, de que no estoy huyendo de algo, sino que voy en su búsqueda.

»Cuando al fin estoy frente a la caverna, sujeto la daga con la mano izquierda y apunto con la otra mi revólver, a la altura del pecho. En ese momento ya casi oscurece y la lluvia aún no ha cesado. Algo me indica que lo que busco no está en la caverna. Hay sangre en la entrada, sobre las rocas, estoy seguro de que el peligro no se halla ahí dentro, sino a mi alrededor… Agazapado… Observándome… Olfateándome… Oculto tras algún arbusto. Comprendo entonces que el rol ha cambiado y no soy ya el cazador, sino la presa. Me embarga la sensación de que la criatura goza de una inteligencia similar a la humana o quizá mayor. Imaginad al más sádico de los criminales oculto en la habitación en donde descansáis. Bueno, esa es la sensación que intento transmitiros, ¿me comprenden?

»De repente la lluvia empieza a aminorar su furia y alcanzo a escuchar algo arrastrándose detrás de un arbusto. Pero no me muevo de mi sitio. Permanezco allí parado, a la espera, observando, observando, observando, mas la bestia no aparece. Yo sé que allí está, en alguna parte. Pero no se deja ver… no todavía».

Las manos de nuestro amigo se habían tornado más nerviosas y su respiración era más inquieta que al principio. Nuestro pulso también se había acelerado y un pequeño paréntesis de silencio se había abierto entre las palabras de Jacob y el traqueteo de la lluvia. Después de aquella ligera pausa, continuó:

—La noche cae como un manto sobre aquel bosque. Con los miembros temblorosos, enciendo una pequeña linterna que guardo en mi abrigo y apunto hacia donde antes había oído ruidos, pero no veo nada. Aguardo sin moverme en el mismo sitio, alerta ante cualquier sonido, pero no escucho nada. Pienso que es posible que se haya ido a otro lado. Después de un rato, la lluvia comienza de nuevo y yo permanezco en el mismo sitio, escudriñando cualquier movimiento y sonido extraño. Estoy decidido a pasar la noche en la cueva.

»Adentro la mañana nunca llega, el tiempo parece haberse detenido y el clima parece empeorar. El viento susurra malignamente entre las copas de los árboles. Nuevamente escucho algo en el exterior… arrastrándose… retorciéndose.

»Por el sonido, imagino que aquella criatura debe ser grotesca, escamosa y pesada. No alcanzo a dimensionar claramente su tamaño, pero intuyo que las pocas balas de mi arma no le harán ningún daño. Conforme transcurren los segundos un escalofrío siniestro recorre mi columna vertebral. Entonces descubro que aquel demonio del infierno también tiene planeado pasar la noche en la caverna, y cuando intento salir… ¡Dios! Ya es demasiado tarde. La bestia se halla en la entrada».

El hombre había empuñado las manos ferozmente, como si sujetara algo con fuerza. Sus ojos se hallaban más abiertos de lo normal y su pecho se inflaba y desinflaba en rápidos intervalos.

—Y entonces… en ese instante despierto. El demonio jamás me alcanza en el sueño… no todavía —dijo Jacob.

Y nadie agregó nada más. Todos callamos largo rato. Después Jacob se puso de pie y se fue directamente a una de las habitaciones. Nos quedamos en silencio, cavilando aquel extraño relato. Algunas horas después, un grito estremecedor surgió de la habitación ocupada. Corrimos tan rápido como pudimos y entramos. Sobre el suelo de madera había extrañas marcas, como si una bestia lo hubiera raspado. La pared y la ventana estaban hechas trizas y había sangre por todas partes. Nos asomamos y con un relámpago vimos una criatura reptante y monstruosa que desaparecía entre la maleza llevándose el cuerpo de nuestro amigo.





Mario Ramírez Córdova (Cárdenas, Tabasco, 1993). Es graduado de la licenciatura en Idiomas por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Participó en la Lectura de Poemas en Lenguas Extranjeras en el marco del Encuentro de Literatura y Traducción “José Carlos Becerra”: Habla la Palabra en 2016 en Villahermosa, Tabasco. En 2019 cursó el diplomado de Creación Literaria impartido por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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