Las orillas de un desierto
y lo idéntico de la eternidad se fracturó
en tonos desiguales que me consumieron
Sus lamentos a mis erguidos montes
despojaron de su vitalidad
en médanos que ahora me desorientan
Los vozarrones de infierno rascaron tanto mi meseta,
que ahora yace estriada en la desnudez
de este pálido desierto
Y las manchas de alacranes invasores envenenan el fértil
cielo, mar sin nubes de mis pasos, sin caras familiares, ni pretérito,
sólo sal, y el futuro exhala
Inhala
Hormiguean dentro las extremidades
al desamparo del soplar del tiempo, mi sentido se nubla y me pierdo
en la helada sombra de una piel que no conozco
mientras serpientes venenosas surcan y avanzan siseando bajo
por las inútiles venas de mis ríos
ecos cortantes,
cuando en el plateado oasis oculto, húmedo,
lo último evocable de este paraje casi final,
es que de ese fondo sin fondo se asoman mis caras cuasi perpetuas y una mosca
hambrienta profetiza muerte
Preparan lo invisible de mi materia. Continúen soplando.
Los coyotes ensayan el canto fúnebre
Hasta que las arenas se pierden