ATALANTE / julio-agosto 2020 / No. 87-88
 

Atlantics, de Mati Diop




Atlantics
Mati Diop
Senegal / Francia / Bélgica, 2019, 106 min




A finales de la década pasada, Senegal vivió un proceso migratorio. En su intento por llegar a Europa a través de España, muchos jóvenes tuvieron que volver a su país; otros desparecieron en el mar. Para brindar una alternativa a la cobertura de medios locales e internacionales, en 2009, Mati Diop rodó un cortometraje sobre un grupo de amigos que intentó abandonar Senegal. Diez años después, recuperó el tema en un filme con un imaginario que reúne el realismo y la fantasía: Atlantics (2019). El proceso creativo que vincula ambos trabajos es un ejemplo de una idea del cine que resulta ajena a la dicotomía entre documental y ficción. La actriz, directora y guionista franco-senegalesa nos brinda un largometraje que procura imaginar cinematográficamente una realidad al crear una atmósfera que se apropia de lo existente para sugerir un proceso de autonomización de las mujeres jóvenes.

Destinada a contraer nupcias con Omar (Babacar Sylla) en un matrimonio arreglado con una familia opulenta, Ada (Mame Bineta Sane) tiene una relación secreta con Souleiman (Ibrahima Traoré), un trabajador que suma semanas sin recibir la paga por su labor en la construcción de un hotel de lujo. Los encuentros entre los enamorados culminan cuando el joven desaparece la misma noche en que naufraga una piragua que iba hacia Europa. En los días posteriores ocurren incidentes extraños: el lecho matrimonial de Ada y Omar se incendia durante los festejos por la boda, el policía que indaga este incidente enferma de una fiebre atípica y las mujeres jóvenes del suburbio, afectadas por el mismo síntoma que el oficial, se comportan de manera extraña durante las noches. Entretanto, Ada sospecha que Souleiman podría estar vivo.

La secuencia inicial del primer largometraje de Mati Diop muestra los trabajos de construcción de un hotel con una arquitectura propia de un emirato petrolífero. En la cinefotografía de Claire Mathon, la estructura del edificio aparece parcialmente difuminada. Es un fantasma vidrioso que contrasta con las calles paupérrimas de los barrios de Dakar. De inicio, la cámara no está identificada con ningún personaje porque se desplaza entre los obreros para registrar su indignación por la falta de pagos. Predomina la imagen con apariencia documental. En el remate de la escena, los trabajadores vuelven a sus vecindarios desencantados porque no recibieron el dinero. Vemos a Souleiman en la parte anterior de una camioneta mientras sus compañeros cantan. La desilusión del joven rige el último encuadre y se expande en una pista sonora circundada por un mar de oleaje intenso.

El comienzo de Atlantics es un indicio de una atmósfera en la que convergen los problemas sociales con atisbos de lo fantástico. Por su estructura, la película de Mati Diop sugiere un tránsito de la mirada de Souleiman a la de Ada. Este intercambio de puntos de vista puede verse como una analogía del desdoblamiento de la propia película. Su estilo parte de una ficción documental a una estampa contemplativa que plasma un imaginario sobrenatural. Sin embargo, la propia entrada del filme refuta la separación de esa dualidad a través de la relación de tres elementos en torno a la situación de Souleiman: el hotel, el mar y el paisaje sonoro irrumpen como discretas anomalías. Estos signos aíslan al personaje y crean un distanciamiento con el posible atributo reailsta del filme. El aspecto más inquietante de estas imágenes es que su impresión de extrañeza avanza poco a poco hacia el entorno inmediato de Ada hasta difuminar las fronteras entre lo que es real y lo que no.

Aunque este imaginario parece conformar una idea preconcebida para una pieza de cine explícitamente fantástico, sus rasgos provienen del entorno referido por el argumento. El cortometraje antecesor, Atlantiques (2009), recupera diálogos entre tres jóvenes que intentaron migrar a Europa. El testimonial se desdobla de manera análoga al largometraje sin una intervención tan evidente de la realizadora. Los interlocutores platican las razones que tuvieron para dejar Senegal y luego comparten experiencias sobre incidentes que podríamos clasificar como anómalos. Ante la luz espectral de una fogata en la noche costera, uno de ellos afirma que algunos viajeros se transformaron en peces para terminar el recorrido a nado. En la concepción de Atlantics, Mati Diop partió de esas experiencias para convertirlas en un espacio de contemplación capaz de evocar lo percibido por esos jóvenes. Concatena detalles rigurosos como los reflejos del sol en el mar cuando se avecina la fiebre o como el comportamiento del sonido una vez que avanza de los planos del océano al espacio de los personajes.

En el cortometraje, uno de los muchachos afirma que el océano no tiene fronteras; en el largometraje, este dicho es abordado como una figura ensamblada con imágenes recurrentes del mar que invita a pensar en lo extraño como una normalidad. El montaje de Aël Dallier Vega instaura un acompañamiento entre Ada y el mar de tal modo que éste se convierte en una entidad autónoma. El mar no es un personaje. Es un ámbito emocional que absorbe las afecciones de los personajes y que se amplifica como un motivo fantástico. Su presencia es explícita, casi ubicua. Parece que va y viene más allá de su ámbito. Hay un momento en que irrumpe en la habitación de la joven con un ruido de olas sólidas que la despiertan sorpresivamente. El mar aparece en más de una docena de planos y se escucha siempre que está fuera de la imagen. Antes que una narrativa o un ambiente, el mar establece un ciclo dramático que se convierte en una atmósfera. Primero es el espejo sentimental de Ada. Luego ofrece una experiencia visual-emotiva, sonorizada con timbres electrónicos, que enfatiza sus distintos temperamentos para advertir que estamos ante un universo semiirreal.

Además de esta lírica del océano, el aporte de Atlantics reside en el tránsito de sus dos miradas. Souleiman es más un espíritu que una persona. El mar lo ha embebido. Incluso, Ada le sugiere que él mira más al océano que a ella. El núcleo del relato es la relación de la joven con el mar porque allí subyace una lucha interna que, de alguna manera, es un espejo de la lucha que sostiene contra lo que su familia espera de ella. Souleiman no es más que un portal hacia la interioridad en disputa de Ada. Este desplazamiento de la mirada del joven hacia la visión de la muchacha es la clave para desentrañar la significación ideada por la realizadora. Se trata de un relato mínimo cuyo ritmo aporta la calma ideal para descubrir los detalles que acompañan el autodescubrimiento de una identidad.

Antes de la cita clandestina en la que Ada se entera de la ausencia de su enamorado, ella se mira ante un espejo roto. Habla con el objeto como si hablara con el chico. Para ella, él es su fuerza y por ello le pertenece. Los días posteriores enfrentan a la protagonista con la noticia del naufragio y con las anomalías que éste desencadena, pero, sobre todo, con la faceta espectral de Souleiman y con la ortodoxia patriarcal de una comunidad donde una joven puede ser sometida a la humillación de una prueba de virginidad. Después de transitar por ese tipo de experiencias, la joven volverá a mirarse en un espejo, ahora completo, al que le habla de una manera diferente. El mar proyecta al joven extraviado como el espejo lo hace con Ada. La experiencia de la pérdida se interna en la joven e invoca una transformación. Antes que el juego con elementos realistas y fantásticos, e incluso con las historias de espíritus que admiten los distintos géneros del terror, la propuesta de Atlantics  se caracteriza por su manera de observar la emancipación de Ada.

De vuelta al proceso creativo que vincula el cortometraje del año 2009 con el largometraje por el que Mati Diop se convirtió en la primera directora afrodescendiente que compitió por la Palma de Oro en Cannes (a 75 años de su fundación), la visión conjunta de ambas producciones revela un enriquecimiento mutuo. Podría decirse que se trata de dos fases de una misma entrega. Los dos materiales sobresalen por su puesta en atmósfera. Ambos evocan imaginarios con fronteras difuminadas donde tampoco tiene sentido separar lo realista de lo fantástico. El paso del corto al largometraje evidencia una apropiación de la realidad para aproximarse a una inquietud específica: la situación de la mujer. No obstante, Atlantics no introduce la mirada a este motivo de manera azarosa. Desde el corto, la cámara ofrece dos planos con mujeres en duelo que anticipan el tema que desarrolla el largometraje. Se trata de dos viñetas en las que ya subyacen la entidad femenina, el sentimiento de pérdida, la calma, la ubicuidad acústica del mar y la impresión lírica de la imagen.

Atlantics tampoco puede distinguirse de su antecedente a través del binomio ficción-documental. Esta película resultó de un proceso creativo más complejo donde tales categorías no tienen sentido. Aunque las licencias de las dos producciones están en manos de dos plataformas on demand distintas en México, sería ideal que el espectador pudiera hallarlas en un mismo sitio ya que presentan más semejanzas que diferencias y, por lo tanto, constituyen una mejor experiencia como conjunto. Su distinción ocurre en el terreno de las soluciones de estilo y, sobre todo, en el modo de situar la mirada. Es posible que Ada no parezca suficientemente compleja como protagonista por la prevalencia de la apuesta contemplativa de las imágenes, pero ello no impide que la realizadora consiga una sensibilidad idónea para aproximarse a la interioridad de la joven como una alusión a un despertar colectivo.

En una cultura cinematográfica que cuenta entre sus antecedentes con un clásico como Black Girl (Ousmane Sembène, 1966) o con trabajos recientes como No soy una bruja (Rugano Nyoni, 2017), la película de Diop debe situarse junto a éstas como una reflexión con singularidad suficiente para contribuir al proceso de representación de las identidades de la mujer africana desde el cine. La trágica Diouana (Black Girl) es un hito del cine africano expresado por una mujer migrante que nos revela la desigualdad universal de su género y la ausencia de salidas. Shula (No soy una bruja) es la víctima explícita de una opresión originada en estructuras tribales y creencias míticas fundamentalmente patriarcales. Aunque los papeles de Mbissine Thérèse Diop y Maggie Mulubwa sobresalen frente al trabajo de Mame Bineta Sane, el personaje de Ada articula una entidad congruente con la atmósfera de Atlantics y coherente con un presente social en el que emergen nuevas posibilidades debido a la movilización activa de las mujeres que, en el caso de la película, está sugerida por la rebeldía nocturna de las jóvenes de la localidad. Ada descubre la relevancia de dialogar consigo misma para convertir su pérdida en una vía de autonomización frente a una sociedad que le exigía contraer nupcias con un joven adinerado. Ada solía mirar espejos rotos para alguien más; ahora mira un espejo entero para preguntar por la mujer que ella podría ser.



 



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Rodrigo Martínez Martínez. Es docente, investigador y editor. Ha impartido asignaturas, cursos y módulos de cine y de análisis audiovisual en la UNAM, la UAM, la UACM y en la escuela de cine Arte7. Ha participado en coloquios y congresos de SEPANCINE y del SUAC, así como en las dos primeras ediciones del Encuentro Internacional de Investigadores de Cine Mexicano e Iberoamericano de la Cineteca Nacional. Colabora periódicamente con las revistas Icónica y F.I.L.M.E. Especialista en estética y sociología del cine. Es autor del libro Cine y forma. Fundamentos para conjeturar la visualidad fílmica (UAM-C, Filmoteca UNAM, 2019)

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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