A estas alturas, el confinamiento ha despertado al pequeño epidemiólogo que llevamos dentro. Doctorado honoris causa para todos los que hemos seguido las declaraciones de los expertos, tanto del gobierno como de la academia (e incluso de uno que otro articulista): más control vía pruebas de laboratorio vs. más control vía estadística; no puedes enfrentar lo que no conoces vs. el conteo es la estadística más básica.
La mayoría de los niños no padece enfermedad grave. Si de por sí vivíamos en una era en la que la infancia dura hasta entrados los 40, con esto el país entero podría estar festejando el próximo 30 de abril, a ver si en una de ésas logramos pasar inadvertidos ante la covid-19.
Entonces estamos listos para ir al encierro voluntario llenos de provisiones, lejos del peligro, y mirar desde la televisión (no sin algún gesto de desaprobación) a las personas que no tienen oportunidad de hacer lo mismo; “pobres, alguien debería hacer algo”. Mientras los mercados bursátiles secan sus lágrimas con pañuelos (desechables, estamos en contingencia) de seda bordados en oro, los mercados populares se mantienen activos en el día a día: “Seguiremos hasta que el coronavirus nos mate”. Aunque no es lo mismo dejar de ganar que empezar a perder, en esta crisis perderemos todos.
De forma paralela, en otro canal, en las redes sociales los niños entrados en los 40 y algunos otros menores seguimos haciendo chistes sobre nosotros mismos, escarnio sobre los demás y odiando a los que no piensan lo mismo que nosotros. Algo padecemos últimamente que politizamos cualquier cosa aun más que los políticos mismos. Nos aislamos para reducir la propagación del virus SARS-CoV2, una acción colectiva y de cierta manera solidaria; me cuido y te cuido, pero a la vez no dejamos de esparcir la rabia nuestra, envileciendo prácticamente cualquier cosa que mencionamos. “Todos los demás son una bola de idiotas, menos los que coinciden conmigo”. Seguir el hilo de una conversación virtual equivale a presenciar una serie de pataletas y berrinches porque el otro simplemente no quiere darnos la razón. Somos unos niños con cierto poder adquisitivo y la casa sola. Las redes sociales pensadas como un recurso para la difusión de una amplia diversidad de opiniones también terminaron como los vertederos de las frustraciones de una sociedad que no sabe convivir en la cercanía pero aun menos en la distancia. “Cuando las personas tienen la libertad para decir lo que quieren, suelen imitarse unas a otras”, dijo Hoffer. Ya para qué hablar del ominoso ejercicio de la difusión de noticias falsas y demás instrumentos de desinformación.
Salir a la calle por lo indispensable (o simplemente mirar desde la ventana) y encontrarse calles, parques y explanadas vacías. El fin del mundo me lo imaginaba parecido pero con menos luz; no deja de ser paradójico atravesar una pandemia con estos días así de soleados y cielos casi inalterados. El planeta estará mejor mientras más quietos estemos los seres humanos, que en afanes de invencibilidad hemos invisibilizado sistemáticamente al resto del ecosistema del que no obtenemos beneficio directo, pasando por alto que, antes de estallar, cualquier sistema siempre buscará liberar la presión acumulada por todos los medios posibles, aun los más insospechados. Al menos esta vez no ha estallado. Toda nuestra ciencia y toda nuestra tecnología (encomiables a todas luces) nos están valiendo únicamente para reducir las pérdidas, lo que equivale a colocarle un guante al puño que violentamente se nos aproxima directo al rostro, que aun así nos dejará en la lona por algunos segundos, pero al menos no terminará consumando el nocaut.
Todo mi reconocimiento y admiración para las personas que ahora mismo trabajan incansablemente para superar esta crisis, especialmente para las y los profesionales de la salud.
Algo en lo que coinciden propios y extraños, una de las raras coincidencias, es que esta contingencia algún día pasará y que las pérdidas humanas y económicas serán enormes. La pregunta que nadie ha podido responder todavía es qué vamos a hacer al día siguiente. Al parecer todavía nos queda un tramo largo para averiguarlo.