ENSAYO / julio-septiembre 2020 / No. 87-88
Remodelación 2020


La sala

Después de 10 años de trabajar free lance, en febrero acepté un trabajo de base. Dicen por ahí que toma aproximadamente un mes y medio adaptarse a una nueva rutina (o al menos eso me aseguró un compañero del trabajo). Después de una decena de años, tuve que habituarme a salir diariamente temprano por las mañanas, bañada y arreglada, para llegar a las 9 y salir del trabajo a las 6. Al mes y medio, me mandaron a mi casa para laborar a distancia.

No trabajo con mi computadora usual: tuve que llevarme la del trabajo para estar conectada todo el tiempo con la gente de la empresa y que ellos sepan que estoy realmente trabajando y no de diletante. La computadora sólo pudo conectarse alámbricamente a Internet, junto a la televisión y las clases de la SEP que pretenden suplir el horario escolar. Estoy a un lado del sillón donde mis hijas estudian, se entretienen, gritan y me llaman a cada momento porque me ven a la mano. Mi cerebro, que no es de aquí y no es de allá, intenta estar en todas partes, aunque, paradójicamente, encerrado en casa. Siento que no logra estar en ningún lado. De nuevo resurgen mis traumas de no ser ni buena madre ni buena profesional ni buena pareja… Como el personaje de Sabelotodo que aparece en las clases virtuales de la SEP, yo soy Buena-para-todo, pero, en realidad, Buena-para-nada. Aún así, mi hija pequeña me abraza a cada momento y está feliz de que otra vez no me vaya a trabajar.


El comedor

Inicié una dieta después de 10 años de ir subiendo de peso y por fin comencé a bajar los kilos de más. Me he mantenido siguiendo ciertas reglas generales, pero el encierro se sobrelleva mejor con un antojo que, aunque no crean, cumple más con el afán de ayudar a esos restaurantes que en otros momentos de mi vida me han sacado una sonrisa. Me preocupa que quiebren, así que estoy ante el dilema de hacer caso a la nutrióloga o ayudar a los lugares de comida a sobrevivir. Campechaneo, aunque eso hace que no cumpla bien la dieta. También en estos tiempos es difícil mantener la comida lista: creí que me preocuparía menos de hacer almuerzos porque mis hijas no irían a la escuela, pero todo el tiempo dicen que tienen hambre. De todas formas, trato de cumplir un horario laboral al mismo tiempo que soy cocinera. Lo que sí es que descubrí con el encierro que no soy la única persona de mi familia que come por aburrición, aunque tal vez sí la que más se aburre.


El baño

Éste es el lugar más íntimo y el que más me preocupa que se convierta en público. Ha surgido en mí el temor de que en las videoconferencias con familiares y amigos olvide que está la cámara prendida o que de perdida alcancen a oír cómo le jalo al excusado. Ni en mis clases de discurso audiovisual en la carrera de Comunicación puse tanta atención sobre aquello que entra dentro de un cuadro. Sobre todo cuando ando descalza, con un pantalón viejo o los pelos enredados. El baño, paradójicamente, es el lugar desde el que más salgo al exterior. Me encierro en el baño para que mis hijas me dejen ver tranquila Facebook y seguir conversando con los otros. Con las redes sociales mi mente está todo el tiempo afuera. A veces me pregunto si es lo que quiero.

Antes de la contingencia, muchas veces también estaba en otra parte. Ahora no puedo salir y no obstante mi cabeza insiste en estar lejos. ¿Cuánto tiempo paso en WhatsApp y en las redes sociales? ¿Estoy encerrada?


Lo cierto es que ahora estas redes me han acercado a quienes estaban en el espacio físico verdaderamente lejos: se abrió la comunicación para chatear con esos artistas que están en Argentina y hacen un concierto en vivo desde su casa. Veo su cuarto, sus cuadros, sus libros. Escucho por vez primera un concierto de ellos porque nunca han venido a México. También las grandes compañías ponen a disposición sus obras, gratis. Parece que todo el mundo está al alcance y que por fin nos hemos conectado. Hay muchas actividades en línea, cursos, propuestas. Yo tomé uno mientras me bañaba y logré terminarlo sin que se pusiera pública mi imagen íntima.

Nos han proporcionado todo para seguir estando afuera. Nuestro interior se ha convertido en exterior. El exterior se ha transformado en interior. Ni en los mejores sueños de las ovejas digitales imaginaron cómo servirían las redes en una contingencia sanitaria (al menos yo no lo vi en mis clases de Comunicación). ¿Quiénes somos y qué espacio habitamos? ¿Dónde estamos realmente? ¿También nuestra memoria duerme en una nube?

Un dueto que admiro hizo un concierto en redes para recaudar dinero porque dependen de salir y tocar para ganarse la vida y con esta situación no lo pueden hacer. Decían que estaban pasando “la gorra digital”. Recordé a los músicos que deben salir a la calle, esos que se suben a los peseros y solicitan la generosidad de la gente para sobrevivir. Nadie te obliga a darles dinero, pero ellos siempre saldrán al espacio público para tratar de ganárselo con su música. Ahora han tenido que pasar la gorra desde los recursos digitales. Los que ya no tenían que subirse a los peseros. Me pregunto qué tan efectiva fue su recaudación y si las redes facilitaron su trabajo o demostraron la indiferencia de la gente. ¡Había 800 conectados pero no sé si todos cooperaron!

También han pedido ayuda zoológicos, asociaciones, tiendas que venden bonos para cuando pase esto. Sin embargo, muchos temen la crisis económica y quedarse sin trabajo ni dinero. Yo acabo de entrar a trabajar a esta empresa y tengo la fortuna de recibir un sueldo constante. Sin embargo, ya anunciaron medidas ahorrativas. No me lo han dicho, pero tengo la sospecha de ser parte de ellas porque no he firmado un contrato definitivo. Mientras tanto, con mi sueldo “seguro” trato de cooperar con lo que puedo, porque al final agradezco la música y el entretenimiento… y mi trabajo. Yo creo que mi consumismo es solidario.


La recámara

Con el paso de los días me he ido durmiendo más tarde. A pesar de eso, siento que al final de la jornada hice 65 % de mis planes. Antes pensaba que salir a trabajar, pasear, hacer el mandado me quitaba mucho tiempo. Ahora no lo hago y de todos modos las horas parecen insuficientes. Frente a mí pasan cursos, libros, películas, series, que de todos modos no puedo ver. Me pregunto si soy quien quiero ser o quien puedo ser, o si poder es querer y si realmente quiero eso que digo que quiero. No logro hacer todas las actividades que deseo hacer con mis hijas; sigo cocinando con prisa y trato de cumplir un horario laboral en el que no me concentro (por no hablar de mi meta fallida de ser intelectual).

No es ninguna revelación de mi parte saber que no me gusta limpiar y que no soy buena haciéndolo; aun así, me frustra descubrir que aun tratando de hacerlo bien, me salga tan mal. Gracias a mi grupo de meditación he aceptado esta nueva situación del encierro y del cambio tranquila, sin estresarme por el mañana ni imaginar escenarios apocalípticos; sólo aprendiendo lo que cada día pueda traerme de experiencia. No obstante, no he logrado superar mi afán de control, por el contrario: se ha ido incrementado con esto de ser trabajadora, mamá, cocinera, señora de la limpieza y hasta maestra. En la meditación mencionaron que abandonar el control es encontrar la libertad. Quisiera ser libre…, y no hablo de poder salir a la calle.

Los días se incendian con su propia prisa, a pesar de la calma en las calles del mundo. Afuera hay un virus, pero adentro cada persona y cada familia lidia con sus propios malestares. Mientras nosotros dejamos que nuestras ideas nos encarcelen más que la enfermedad, el planeta respira aliviado. Seguramente la Señora Tierra va con su médico y éste le dice que el nuevo tratamiento de la covid-19 está dando resultados. En una de ésas, deciden intervenirla para hacer una extirpación radical de su mal y hacen explotar los volcanes, generar terremotos y atraer meteoritos. Dijeron que este año era fundamental para detener el calentamiento global. La Tierra está haciendo lo necesario.

La verdad, como se demostró en la abandonada ciudad de Chérnobil, la naturaleza no nos necesita. ¿Pero qué nos queda a nosotros más que tratar de seguir viviendo? En mi caso, veré si mi renovado clóset con ropa de oficinista que compré todo el mes de enero tendrá uso o si se quedará indefinidamente en el encierro.





Elizabeth Cruz Madrid (Ciudad de México, 1981). Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM. Es autora de los libros infantiles Kitsu y el baku (Ediciones El Naranjo, 2014), Entre monstruos (Fondo Editorial del Estado de México, 2014), Adiós a los cuentos de hadas (Ediciones El Naranjo, 2016), Cariño de cerdo (Edebé, 2017), Cabeza de gallo (Edebé, 2019) y Alas para migrar (Editorial Porrúa, 2020). Ha ganado premios de cuento infantil como Cuenta Conmigo (Conafe, 2012), el Premio Valladolid a las Letras (2015) y el Primer Concurso Nacional para Niños y Niñas de Guanajuato (2018). También ha recibido dos veces menciones honoríficas en el Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz del Estado de México.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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