POESÍA / abril-junio 2020 / No. 85-86
Dos poemas
Me resguardo del mundo dentro de una habitación en llamas
Sentada en la cama llena de cenizas
escucho que alguien enciende la televisión
en el departamento de al lado,
oigo las voces amarillas de los niños
que bajan por la ventana abierta,
una canción de Los Ángeles Azules que viene del patio vecino
y el aleteo de un insecto
atrapado entre las cortinas polvosas.
A veces me cuesta creer que hoy estemos
a mitad de una pandemia,
mi rutina es la misma
desde hace muchos meses:
las piernas sin depilar, el cabello enredado,
y el camisón de dos noches atrás.
No me apena decirlo,
vengo arrastrando una cuarentena de diez años,
la luz exterior me aterra un poco
y no sé qué hacer
en medio de un montón de personas.
Prefiero quedarme en mi cuarto pintado de hollín
y otra vez encender con saliva
una pira de recuerdos.
No me preocupa el encierro de mis pasos;
la mañana enjaulada es mi hogar,
la distimia me entrenó
para que todos los días parecieran domingo,
[aunque confieso
que hay tardes inmóviles en las que extraño
el polen y la lluvia fresca
de las primaveras soleadas que nunca habité].
Los pájaros volvieron a cantar, pero cantan diferente
I
Un murmullo de gorriones atraviesa la claridad del alba,
la extinción del ruido es sólo un simulacro
pero las aves cantan ajenas a la ausencia de los paseantes,
lejos de mi soledad y mi aburrimiento de domingo.
Cuento las monedas que me quedan en el bolso
y salgo contra mi voluntad a comprar tortillas y leche;
poca gente hace eco en las calles deshabitadas;
la luz de abril les pertenece a los repartidores de pizza,
al vendedor de nieves de garrafa,
a la señora que exprime mandarinas en el puesto de jugos,
a la enfermera que regresa de noche, al policía,
a los recolectores de basura,
a los que cargan su hogar en la espalda,
a los que no pueden huir de la pandemia y sus tigres.
El encierro es propiedad de los otros,
de los que todavía no escuchan
que los pájaros volvieron a cantar, pero cantan diferente.
II
¿Extrañará la yerba las pisadas de los niños?
¿La libélula sentirá nostalgia por los amantes del parque?
¿Los árboles se lamentarán
por los carritos de raspados a los que nadie se acerca?
Pienso en preguntas cuya respuesta conozco*
mientras paso a una tienda semivacía
y una chica con tapabocas me entrega un kilo
de tortillas con las manos sucias,
no le doy mucha importancia a la tierra seca entre sus dedos
y me apresuro a tomar el resto de mis cosas:
leche, pan, queso y salsa de tomate.
Después hago el camino de vuelta a la cuarentena
con víveres en mano
y sólo me detengo bajo un ficus para comprobar
que los gorriones siguen celebrando este silencio casi perfecto.
* La respuesta es no. Ni la yerba ni la libélula ni el árbol nos extrañan.
Yaroslabi Bañuelos (La Paz, Baja California Sur, 1991). Licenciada en Psicología por la UNIPAZ. Es autora de Micropesadillas (Cuadernos de la Serpiente, 2016) y Otro agosto habita el aire (Instituto Sudcaliforniano de Cultura, 2020). Ha recibido el Premio Estatal de Poesía José Alberto Peláez Trasviña 2019, los Juegos Florales Nacionales Carnaval La Paz 201 y los Juegos Florales Margarito Sández Villarino 2019. Fue becaria del PECDA en 2016 y obtuvo la beca “Inés Arredondo” para asistir al Encuentro Internacional de Literatura “13 Habitaciones Propias” (2018 y 2019).
