RESEÑA / octubre-noviembre 2019 / No. 82
El viaje a Bizancio, de Luis Antonio de Villena




El viaje a Bizancio
Luis Antonio de Villena
España, Ars Poetica, 2019


Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) jamás regresa, porque nunca se va. La poesía le otorga su eterno retorno. Tal fenómeno, singular y recurrente en los poetas, a propósito de regresar casi a placer de entre el tiempo, se denota en su último libro de versos El viaje a Bizancio (Ars Poetica, 2019) que presenta poemas escritos entre 1972 y 1974, cuando el poeta tenía poco más de 20 años.

Más que una reedición —la cual propiamente no es—, hablamos de una regresión. Una regresión que se puede observar en múltiples dimensiones. Una de ellas, la principal quizás, es la de conservar la frescura del pasado para darle más fuerza en el presente. Las sensaciones que detonan estos poemas, si bien son propias de un vate que en ese entonces se mostraba emergente, son también dignas de una recapitulación meditativa: ¿qué tan sabia es la juventud? Villena considera que mucho y se propone demostrarlo.

La juventud, simbolizada en Bizancio, es para el poeta español un lugar o, mejor dicho, una morada del ser en la cual nos desarrollamos plenamente: belleza, amor, excelsitud y demás virtudes se encuentran compenetradas en esta etapa de la vida. En ella, encontremos contrastes, peligro acompañado por la verdad de existir, o como dice Villena: “Velas sedosas ungen sus piernas/ Las serpientes adoran su cuerpo/ ¿Es esto amor?”. Y es que la juventud implica sacrificio, según nos recuerda Percy Shelley.

Hablamos no solamente de una juventud de la carne, sino poética y, por tanto, espiritual. El libro nos muestra la perenne exploración que la juventud precisa para configurarse. Deambulan figuras retóricas, influencias (W. B. Yeats a la cabeza) e ímpetu de mantenerse en avanzada. Una vanguardia solitaria, eso es Villena. Una tensión resalta de entre todas: la de lo antiguo y lo moderno. El autor es también un referente para la juventud, en el sentido de cómo aprehender la voz de lo acontecido con respecto a la de nosotros, que es la del presente. Se requiere respeto y compromiso, capacidad para avanzar individualmente cuando la colectividad implica lo vulgar. Es posible hablar con los griegos, pero no como ellos, es necesario hacerlo como nosotros y gracias a este libro lo comprendemos.

No quedemos demasiado perplejos, hablamos de versos de un poeta joven, pero de mucho esmero. Villena se dedicó desde su etapa formativa a su oficio y lo demuestra con severidad. Enseña que, como decía Baudelaire, la poesía requiere los mayores esfuerzos porque da los frutos más dulces. Esta formación comprometida le ha dado una voz, una capacidad analítica de la poesía y la sociedad, y sobre todo, una sensibilidad estética que, más que otra cosa, es auténtica.

Si cotejamos los poemas de Villena en su trayectoria hasta este día, encontramos una línea de continuidad que representa, a mi modo de ver, la seguridad que todo poeta requiere: la de asentarse frente al tiempo, ese dios indolente que, si bien arrebata la juventud, no deja de otorgar justicia a lo que despunta por ser bello. El arte desde esta perspectiva no deja de ser tan justo como injusto, semejante a la vida.

Lo fugaz es particular de la juventud, en ello estriba su tragedia. Villena de alguna manera sabe que el destino de sus poemas —de cualquier poema— es pertenecer al instante como un fulgor que ilumina por segundos las tinieblas de la Tierra. El viaje a Bizancio es también ese periplo que todos tenemos para asegurar que fuimos parte de algo, de algo hermoso y por ello terrible. Lo anterior se expresa asimismo en el deseo, tema por excelencia de la juventud, tema que de hecho da cuenta de que somos jóvenes todavía. A la manera de Luis Cernuda (maestro del autor en más de un sentido), Villena habla del deseo como si fuera un fantasma, despiadado la mayoría de veces, pero también reconfortante, que llega a nosotros para darnos cuenta de la mortalidad: “El deseo se eleva como el milvo en la mirada./ La retórica la dijeron ya los pintores antiguos,/ ellos que nunca se equivocaron al hablar del/ sufrimiento”.

Hablar de la juventud es hablar de lo que se fue, porque jamás estamos plenamente conscientes de cuándo sucede. Aunque, de algún modo divino, la poesía nos dota de vigor y de la capacidad para justamente regresar a lo que se ha ido. La poesía, esa fuente de Castalia, esa ciudad perdida de Bizancio, es la que nos otorga la sensación de lo imperecedero en el alma. Y es por ello, seguramente, que Villena es el poeta más joven de España: porque sabe comunicar con el mismo fuego de antaño los candores del porvenir. En un tiempo en el que muchos poetas buscan criticar negativamente, no sin razones, la etapa juvenil de sus vidas, Villena nos recuerda que no hay que hacerlo demasiado, ya que es, sin duda, la mejor etapa que tendremos.

El libro cierra con una serie de tankas, ejercicios de versificación japonesa que, en palabras del autor, deben considerarse esencialmente trabajos próximos a la poesía, en cualquier idioma que se practique. Su alabanza milenaria, placentera y sacra al mismo tiempo, da lugar a uno de los poemas más bellos del libro:

Más aún
que sobre el agua que pasa
escribir cifras,
vana cosa es amar
a quien no te ama.
Luis Antonio de Villena regresa con un libro de su juventud para llevarnos a ella y conocer, acaso fortuitamente, la nuestra en su intensidad más profunda. “¡Vivamos, vivamos Lesbia mía!”, dijo con sabiduría el eternamente joven Catulo.

Y eso es el clasicismo vitalista, filosofía del poeta: puede morir todo, menos el corazón.




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Demian Ernesto (Ciudad de México, 1991). Estudia la maestría en Estudios Políticos y Sociales, con especialidad en Literatura y Poder, en la UNAM. Sus poemas y ensayos han sido publicados en revistas como Citric Magazine, Ágora, Pliego 16, Revista del Caricen, Los Bastardos de la Uva, Letralia, Rojo Siena, Primera Página y Noir Magazine, entre otras. Fue reconocido en el 4° Concurso de Ensayo Literario del Festival Cultural de Diversidad Sexual y Género 2018, en el Concurso Ediciones Digitales Punto de Partida 2019 (categoría Ensayo) y en el Premio Difusión de la Lectura Alonso Quijano UNAM 2019. Fue becario del Festival Interfaz 2017.

 

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