POESÍA / agosto-septiembre 2019 / No. 81
El Lugar
(Fragmentos)


Fernando Orozco 9002
I.

Pensar en el invierno como el color que tienen los elefantes.
Preguntar por qué hay juguetes de niños que nunca he visto en aquel cuarto.
Un accidente y cuatro cuerpos en el camino.
Aprender a tocar la puerta antes de entrar.
Aprender a pedir disculpas.
Me llamo Alan.
Ver una cruz encendida en un cerro a mediados de noviembre.
Ponerme bolsas de plástico sobre los calcetines para que la nieve no moje mis pies.
Aventar piedras a un estanque congelado.
Caminar con mi padre por la orilla de un río inmóvil.
Adornar un árbol con luces y esperar ansioso la mañana siguiente.
¡Alan, recoge tus juguetes!
¡Tu hermano se llama Carlitos!
Aprender a compartir mis cosas.
Pensar en la primavera como una semilla que crece en un frasco con algodón.
Correr en el estacionamiento de un hospital mientras los demás
esperan la muerte de mi abuelo.
Mi madre llorando a mitad de abril.
El aire de Semana Santa que llena los ojos de polvo.
Marcas de piedras en las rodillas como un campo donde ya no crece nada.
Tenerle miedo a lo que no se ve.
Aprender a llamarle Dios a lo que no se ve.
Esconderme debajo del sillón después de haberme orinado en la cama.
¡Tu hermano se llama Yohel!
Aprender a compartir mis cosas.
Tener fiebre y mi hermana cargándome con desesperación hasta un consultorio.
Tomar medicinas cada ocho horas.
Sólo desear el juego.
Esperar a que el agua llene la tina.
Poseer un océano.
Mi padre leyendo el periódico.
Israel impide a la Cruz Roja llevar ayuda a los palestinos deportados.
Aprender a leer.
Aprender a no regresar el cambio.
Decir mentiras.
Niños pidiendo korima en el cruce de las vías del tren.
Un cerro y casas sin pintar.
Barbacoa y un aguacate para el desayuno de los domingos.
Ver a mi madre y a su hermana reír de cosas que no entiendo.
Saber que ellos no duermen a la misma hora que yo lo hago.
Escuchar voces que vienen de la sala.
Oír muchas veces la palabra dinero.
Abrazar a la familia después de cruzar una puerta.
Aprender a irse.
Aprender a decir más mentiras.
Me apellido Javier.
Mi padre nunca habla de su padre.
Sentir que alguien te observa desde adentro de ti mismo.
No saber cómo nombrarlo.
Aprender a irse.
¿Qué significa nacer en esta familia y no en otra?
Ir a la tienda que queda más lejos.
Sentir que el mundo es más grande que el espejo del baño.
Tener un amigo.
Juntar monedas y comprar dulces al salir de clases.
Caminar de la escuela a la casa.
Contener a Dios entre las manos.
Sentirme aburrido en las misas.
Aprender que las personas se van.
No saber exactamente a dónde.
Pensar en el verano como una piedra llena de lama.
Correr en medio de la llanura.
Patear latas vacías.
Ver a tus tíos riéndose con cigarros entre los dedos.
Dibujar tu nombre sobre el polvo de una troca color gris.
También me llamo Paul.
Guardar silencio cuando los demás lloran.
Aún no conocer el dolor que se instala debajo de las uñas.
Tomar la mano de mi madre al cruzar la calle Independencia.
Cambiar de escuela.
Perder un amigo.
Nadar en un arroyo y cumplir años.
Poseer otro océano.
Comer burritos de frijoles debajo de un encino.
Reventar cristales con una resortera.
Esconder la mano.
Aprender a no hablar sobre la muerte
porque las personas desvían la mirada hacia una calle sin pavimentar.
Mudarme del desierto.
Pensar en el otoño como una mano que acaricia un perro.
¿Qué significa vivir en esta casa y no en otra?
A veces me llamo Alan Valdez.




16981 Algonquin Dr.

Despierto a una hora en la que todo es homogéneo.
La ausencia de cosas por nombrar es la misma en cualquier dirección que se mire,
y repaso las imágenes que me quedaron detrás de los ojos sin saber de dónde he caído:
Una mano seca.
Un animal ciego.
Una persona acomodando la madera que aún no se consume.
Una bolsa de plástico detenida en una rama.
Entonces veo mi cuerpo, y todas sus partes se despliegan frente a mí
como los pesos en la mano antes de pagar el pasaje.

(Manos que manipulan los alimentos después de haber recogido algo brillante del piso.
Comer ese alimento porque de alguna manera estuvo relacionado con el oro.
Tener dolor en el vientre.
Tener parásitos.
Un cuerpo dentro de otro cuerpo dentro de otro cuerpo.
Así, hasta que se acabe esta hora y la siguiente,
esperando, en medio de algo que es como estar ciego,
a que decidan tocar la puerta, y nos inviten a contener la llama entre las manos,
como un niño que aprende las figuras con una barra de plastilina.
Una mano derecha que traza el contorno de la otra mano con una crayola.
La mano de un niño junto a la mano de su madre
pegadas con un imán en la puerta del refri.)

Voy a la cocina y tomo agua.
Hay algunos platos sucios en el fregador.
Juguetes en el suelo.
Cuerpos de plastilina sobre una mesa.
Cuerpos que nada saben porque nada padecen.
Y los miro y sé que en su indiferencia con el lenguaje
lo único que esperan es una mano que les otorgue el movimiento,
o que los libere del absurdo de una forma que se intuye humana.
Todas las posibilidades de la forma en las manos.
La lumbre.
También deseo perder mi forma,
y me acuesto en la parte más homogénea de la noche
a esperar unas manos que me hagan creer en el polvo.

Acostado en el suelo del comedor, me despierta el ruido de alguien bajando las escaleras.
Alguien bajando con la misma insistencia que se tiene
al hurgar el cuerpo de un animal con un palo.
Ahora los nombres y las cosas son de nuevo.
El sonido de alguien subiendo o bajando escalones es diferente.

Me levanto, prendo la cafetera y veo cómo otras luces también se apagan
y se abren las cortinas.
Y hay personas con una taza frente al vidrio mirando por la ventana
como se mira en un espejo.
Mijo, ¿cómo amaneciste?
El niño hace una bola enorme juntando todos los cuerpos de plastilina,
y los guarda en un contenedor.
Se ha aburrido del fuego,
y va a prender la tele.
Mi hermana y yo vemos hacia el patio sin saber que alguien también nos observa.
¿Soñaste algo?
Soñé que bajaba unos escalones, pero el niño me despertó
antes de saber hasta dónde llegaban.




Av. Abolición de la Esclavitud 5817

Escribir un nombre con el dedo índice sobre el polvo de una mesa.
El polvo que aún no eres.
Es domingo, se limpia la casa.
Se abren las cortinas, y dejamos que la gente mire la desnudez de nuestros ojos.
Es domingo, que se oree la casa, que se disipen los olores.
Que salga la humedad de nuestros pliegues.
Que nos sintamos viejos.
Aunque frente al arco, o frente a una montaña, o frente a un animal que busca comida,
la vejez no sea más que una piedra.
Una imagen.
Una sombra que está ahí esperando a que se acabe la noche para ser.
Es domingo. Hay que limpiar el polvo de los muebles.
¿De quién es el nombre escrito sobre la mesa?
Es domingo, hay que lavar la ropa.
Doblar la ropa.
Limpiar el espejo.
No saber dónde termina el espejo.
Limpiar el lado incorrecto del espejo.
Es domingo, hay que trapear.
Se tiene que poner la porción correcta de cloro y líquido multiusos
para que la casa no apeste a sala de espera.
El cáncer es erosión.
La erosión es polvo.
¿De quién es el nombre escrito sobre la mesa?
En vez de hacer dibujos con los dedos deberías ponerte a limpiar.
¿De quién es ese nombre?
Es domingo.
Las ventanas están abiertas. El mundo es quien nos mira.
Estamos aquí, dejando que entre el aire.
Porque de eso se trata. De que las cosas respiren.
Es un proceso necesario.
La renovación del aire dentro de las casas.
La renovación del aire dentro.
La renovación.

¿A dónde se va el polvo que limpiamos?
La gente ha comenzado a amontonarse en cada una de las ventanas.
En un sentido estricto, la suciedad no desaparece.
Sólo la cambiamos de lugar.
Primero eran unas siete personas, pero he perdido la cuenta.
Es decir, perdí los números.
Es decir, perdí un lenguaje.
Se oscureció la casa.
Los cuerpos han bloqueado por completo cada una de las ventanas.
Pero no buscan entrar.
Sólo miran.

Es domingo, se limpia la casa.
¿De quién es el nombre que escribiste con el polvo?
Nadie toca el timbre.
Nadie nos llama.
Nadie busca irrumpir.
Sólo nos observan.
Se lavan los trastes.
A veces se forman burbujas con el jabón.
Tan fácil es crear y destruir una esfera o un mundo.
¿De quién es el nombre que escribiste sobre la mesa?
Se limpia la estufa. Tiene restos de comida de la semana.
Aceite salpicado sobre las paredes.
Los cuerpos siguen oscureciendo la casa.
Como si fuera de noche.
La noche, ahora entiendo, sólo son cuerpos encimados.
Pero no tenemos miedo.
Es domingo, es día de limpieza.
Nadie busca irrumpir.
Sólo observan.
Paso el plumero por los libros.
A veces me detengo a hojear cosas que ya había olvidado.
Y a veces al abrirlos, encuentro naipes de alguna baraja que he dejado incompleta,
o tickets del cine,
o tus fotografías,
o aquello que dividió el Mar Rojo.

Ya hemos terminado de limpiar.
Los cuerpos se retiran uno por uno, y la luz entra
como las porosidades que deja el aire en la espuma.
Es domingo. Se ha limpiado la casa.
Y antes de que cada quien se dirija a su cuarto a descansar,
se oye cómo alguien toca.
Primero utiliza una moneda contra la herrería,
después da golpes a la madera con los nudillos,
y por último, repite un nombre.
Pero no es el mío, ni tampoco el de mis hermanos.
¿De quién es el nombre que escribiste sobre la mesa?




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Alan Valdez (Chihuahua, Chihuahua, 1992). Licenciado en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. En 2014 asistió al 6° Curso de Creación Literaria para Jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Veracruzana. Ha colaborado en Tierra Adentro.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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Editora responsable: Carmina Estrada. Reserva de Derechos al uso exclusivo núm. 04-2016-021709580700-203, ISSN: 2007-4514.
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fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

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