There will be blood (Petróleo sangriento)
Director: Paul Thomas Anderson
Paramount Vantage / Miramax Films, 2007
Reparto: Daniel Day-Lewis; Pal Dano; Kevin J. O´Connor; Ciarán Hinds; Dillon Freasier
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therewillbeblood.jpgUno de los principios de la gran cinematografía radica en la habilidad de los directores para construir historias en las que se funda la contundencia narrativa o la maestría argumental con tópicos o motivos profundos. Cada vez que este modelo se manifiesta en una historia realista, y sobre todo cuando viene de la mano de un cineasta con formación, el resultado suele trascender la naturaleza del relato para convertirse en una metáfora, una alegoría o un acto estético.

Fundada en algunos clásicos del cine, y pensada como una épica moderna, la cinta There will be blood (titulada Petróleo sangriento en Latinoamérica y Pozos de ambición en España) es un modelo ejemplar para caracterizar el cine alegórico de nuestros tiempos. Más allá de la eficiencia del relato y del hecho de que se trata de una adaptación de la novela Oil (Petróleo), de Upton Sinclair, la quinta película de Paul Thomas Anderson (California, 1970) se erige como una recreación simbólica del mundo contemporáneo. La colisión de los fundamentalismos, la batalla por los energéticos y la avaricia de algunas naciones y corporaciones, quedan representados en esta pieza que revela a un director que ha llegado a su etapa de madurez como artista.

A principios del siglo XX, el dueño de una compañía petrolera que ha crecido sólidamente en una década, Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis), recibe la visita de un joven que, a cambio de unos dólares, revela datos sobre la existencia de un pozo en el rancho donde habita. El empresario monta una falsa cacería con su hijo adoptivo H. W. (Dillon Freasier) a fin de indagar si la información es verdadera. Tras la pesquisa, el hombre no sólo descubrirá una fuente de hidrocarburos bastísima, sino que emprenderá la gran misión de su vida. La ambición del empresario se tornará en una suerte de invasión de una comunidad donde, además de convencer a los habitantes de las bondades de su iniciativa petrolífera, tendrá que enfrentar el fanatismo religioso dirigido por un joven que pretende fundar una nueva iglesia: Eli Sunday (Paul Dano).

Tanto por el argumento como por el hecho de que la estructura narrativa es lineal, muy a la manera del cine que fundó este estilo (D. W. Griffith), There will be blood parece no superar la mera ficción. Sin embargo, a pesar de la sobriedad del relato, se trata de una película plagada de secuencias bíblicas, referentes cinematográficos, símbolos y, sobre todo, analogías evidentes o sugeridas que no dejan de recordar el estado de la geopolítica contemporánea. En otras palabras, esta cinta es, ante todo, una alegoría de los tiempos modernos; una mirada épica que plantea la confrontación de dos de los grandes fundamentalismos de la historia moderna: el del dinero y el de la religión.

La película es de una intensa densidad semántica. Desde la primera secuencia, que rememora el principio de 2001: Odisea en el espacio (2001: A Space Odyssey) de Stanley Kubrick, hay elementos para advertir que el relato trascenderá de la anécdota a la representación. Vemos a un hombre que lucha por una pieza de oro en la profundidad de una tierra que desea tragarlo. Luego el sujeto se arrastrará malherido a través del desierto para comprobar que ha conseguido oro puro. Daniel Plainview, el petrolero, encarna la ambición y la imagen del progreso desde este arranque impetuoso en el que el espectador ingresa en una atmósfera de asfixia donde reina el silencio verbal (no hay un solo diálogo en quince minutos) y una música que parece anunciar la violencia que se avecina.

Las acciones, amén de su transparencia y simplicidad, van trazando un sendero de significantes que son las claves de la alegoría. Los personajes constituyen un lenguaje. Tanto el papel de Daniel Day-Lewis como el de Paul Dano confirman su condición de significados. El primero, en la figura del petrolero, será la plasmación del fundamentalismo financiero. El segundo, al dar forma a un joven predicador, materializará el discurso, también fundamentalista, de la religión. El alimento de la cinta es la colisión de estas visiones. Plainview llega a una comunidad como el mesías del progreso mientras que Sunday vive allí como el mesías del espíritu. Como si se tratase de un mandato divino, cada uno se asume como la única persona capaz de realizar su misión; como si ambos fueran una clase de elegidos.

Una concepción elemental de la alegoría propone que ésta es la factura de una ficción que aporta una imagen o un sentido distinto del que posee el relato en sí. Definida de esta manera, la alegoría encarna la visión del artista. Se trata de una representación y, por lo tanto, de la posibilidad de encontrar detalles ideológicos o estéticos en la composición de una obra. Una ficción cinematográfica sustentada por este principio conducirá necesariamente a una interpretación que será dueña de un significado concreto (pero distinto del relato) y una estética definida.

La evidencia de este fenómeno es que P. T. Anderson evadió tanto la visión sociológica como la ideología de la novela original. Se trata de un auténtico trabajo de adaptación. Habrá quien reclame que esta posibilidad narrativa obliga al director a plasmar la novela tal y como es. En principio, el lenguaje literario es distinto del cinematográfico. Más aún, no todas las adaptaciones fieles son logradas, ni todas las versiones son fallidas. Una muestra de ello son los trabajos sobre Oliver Twist realizados por David Lean y Roman Polanski; cada una posee una estética clarísima y ambas tienen momentos entrañables. En el cine de estos días, con Expiación (Atonement), Joe Wright ha demostrado que las adaptaciones fieles funcionan, pero queda como testimonio de que suelen resultar menos acabadas que las versiones —como el trabajo también reciente de Ethan y Joel Coen en Sin lugar para los débiles (No country for old men)—.

Con el propósito de nutrir esta visión sobre el mundo contemporáneo, P. T. Anderson decidió reelaborar la novela de Sinclair de una manera muy personal. Más que una versión, la película es un ensayo. Se trata así de un viaje profundo por la historia de Estados Unidos y, concretamente, por la geopolítica actual. La presencia de Daniel Plainview en aquella comunidad es equivalente a una invasión; basta pensar en la situación de Medio Oriente para advertir esta analogía tan evidente. Del mismo modo, el discurso esperanzador del petrolero, y las ceremonias espirituales del sacerdote Eli Sunday, son falsos ideales, encubridores de otros dogmas, que dan cuenta del pragmatismo y el puritanismo de las grandes corporaciones y de ciertos sectores de algunas religiones. Allí quedan representados, por ejemplo, el discurso del Manifest destiny con el que Estados Unidos ha justificado históricamente sus intervenciones en países extranjeros, el llamado fundamentalismo neoliberal (que presume su método como el único posible para conseguir progreso financiero) o las campañas mesiánicas de la historia como la emprendida por Napoleón en Europa.

La corona de esta alegoría está dada por el título original de la cinta. En el pasaje bíblico al que alude, el agua de todo un reino se anega de sangre. Un símbolo de vida se torna un mensaje de aniquilación. Si los tiempos en que comenzó la lucha por la explotación petrolífera en Estados Unidos acarrearon conflictos sociales, en nuestros tiempos no cabe duda de que toda empresa de proporciones similares tendrá una culminación semejante. Daniel Plainview amaba a su hijo adoptivo, pero una vez que H. W. se convierte en un obstáculo para que el petrolero realice su misión de vida, no sólo lo rechaza, sino que lo humilla. Sunday, enfebrecido por el dogma, corrompe sus principios sojuzgando a su propio padre y a su familia. He aquí la parábola de la cinta que es también el cauce de la historia.

Con There will be blood, P. T. Anderson ha logrado una versión casi monumental de la novela Oil. Eso no sólo se debe a los referentes de la cinta (Ciudadano Kane,  Avaricia  y Chinatown), sino a la técnica del autor y a un buen trabajo de selección de actores. Con esta película, el director de Magnolia retoma varios elementos de su concepción cinematográfica y aplica con humildad las lecciones de sus maestros (Robert Altman y Martin Scorsese) para desarrollar, sin pretensiones, una anécdota sencilla, de final abierto y mítico, que acusa sencillez narrativa, contundencia visual y densidad semántica.

A ello hay que añadir el desempeño de Daniel Day-Lewis, quien ha sido comparado con el John Huston dirigido por Polanski, y de Paul Dano, joven actor que ha dado pasos muy firmes desde su aparición en la entrañable Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine). El primero, aunque repite algunos rasgos del personaje que hizo en Pandillas de Nueva York (Gangs of New York), da una actuación consistente, como de costumbre, y logra un personaje implacable; el segundo, a pesar de que por momentos sobreactúa, encarnó un férreo y auténtico oponente para el petrolero. Hay que destacar el trabajo discreto, pero de gran factura de Dillon Freasier en la figura de H. W., hijo, cómplice y víctima del progreso y su avaricia.

There will be blood constituye la madurez de P. T. Anderson y confirma su condición de artista. Esta película es, sin duda, el principio de una estética que comienza a consolidarse y que revela a este joven director como heredero, en cuanto al menejo de la profunidad de los planos y el papel del espacio, de Stanley Kubrick. Tan es así que, en la secuencia final, se advierte una atmósfera idéntica a la de La naranja mecánica (A clockwork orange). Pero más allá de estas asociaciones, con esta épica bíblica de los tiempos modernos, hay que ver a su creador como un afortunado continuador de la mejor tradición fílmica de autor.




Rodrigo Martínez (México, 1982). Es comunicólogo por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha publicado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho, Viento en vela, La revista, Periódico de poesía (versión digital), así como en el suplemento Confabulario y el diario El Financiero. En 2004 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Universitario Agustín Yánez organizado por la revista Tierra adentro y el Conaculta. Fue ganador del premio de cuento del XXXV Concurso de Punto de partida. Un año después recibió el premio de crónica del mismo certamen. Su trabajo periodístico fue incluido en las antologías Relatos periodísticos de la vida universitaria (2003), Voces y narraciones periodísticas de universitarios (2004) y Recreación periodística del entorno universitario y sus protagonistas (2008), editadas por la Agencia Universitaria de Noticias-AUNAM (This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.).

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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