ESCRITORES DE AGUASCALIENTES (1985-1997) | CUENTO  / junio-julio 2019 / No. 80
 


El Cariño



Me dicen El Cariño porque soy chido con las jainitas. Les aviento el verbo con rolitas de Los Temerarios y de Los Acosta. A veces también les dedico dos tres rolitas en la radio. Me gusta andar bien hediondo a perfume y bien planchado. Con lo que se puede, mijo. Uso el Siete Machos, es el efectivo para las morritas. Siempre bien peinado, con red en el pelo. Ésas se las tumbo a mi jefa que trabaja en una cocina económica, mijo. Rasurado. Soy moreno, pero moreno fino y tengo mis facciones bonitas. ¡Estoy bien carita! Para que me entiendas, ése. Estoy bien rostro, ¡mírame! ¡Mírame bien! ¡Me parezco a San Martín de Porres! ¿A poco no? Nomás porque yo tengo mi lagrimita de homicida tatuada en mi ojito, mijo.

Se tronaron a mi carnal, a mi carnalito. Se siente bien culero. Guacha su calavera, ése. Mi carnalito era cristalero. Simón, de los que rompen un vidrio y te vacunan la cajuela, pero no era pasado de verga. Él no se metía ni para bien ni para mal con nadie, era bien calmado. En una de ésas lo agarraron los puercos y fue a dar al tutelar. Apenas llevaba una semana afuera cuando se lo quebraron. Allá adentro bordó unos escapularios bien perrones, y me regaló uno.

Me acuerdo, mijo, que cuando llegué del jale lo miré sentado en la banqueta con su caguamita bien elodia forjándose un churrito. Traía sus convers blancos y sus medias blancas hasta la rodilla. Al tiro carnal, le dije, y me metí a echarme un taco. Un repente que escucho un desmadre, gritos, vidrios quebrándose, putazos, más gritos, y que salgo en chinga. Nomás alcancé a ver cómo un puto pelón le daba de batazos a mi carnal en la cabeza. Le dio cuatro. Y luego mi carnal en un charco de sangre. Las sirenas cantando. Los puercos con su pantomima. El barrio de luto. Quince años. ¿Qué les hizo? Sepa la chingada, mijo. Que les caía gordo por fachoso, que por presumido. Puros paros.

Antes de todo este desmadre no tenía estas ojeras de mil insomnios ni el pinche pellejo tan corrioso. Siempre fui flaco pero marcado porque haz de cuenta que un tiempo me dio por ponerle al foco y como al mismo tiempo trabajaba en la obra, pues me puse marcado pero flaco chupadote. Ya tiene rato que no le pongo a esa madre pero con este pedo el cuerpo se te pone erizo.

Al Iván lo conocí en la parada del autobús. Me caía gordo el puto porque no le entendía a su onda. Siempre se vestía de negro con unas bototas y gabardina. Era una fusión entre Alex Lora y el pinche Cuervo. Pinche Drácula de la colonia Mala Fe. La topábamos todos los días en la parada de la ruta nueve. Él se bajaba en el centro y yo me seguía más hacía el sur. En veces también lo miraba cuando bajaba a mi cuadra a comprar mota. Es bien grifo, el perro. Haz de cuenta que a ese morro los pelones le tiraban carro. Al pendejo le rompieron su madre dos tres veces bien culero. El vato bien fletado sí se pegó dos tres tiros pero ¡n’hombre!, se la seguían haciendo de pedo. Entonces un día el vato venía de madrugada de un desmadre y en un contenedor de la basura se encontró una Santa Muerte acá machinsota, como de un metro y medio, no te miento. Y que se la lleva el pinche loco. Sí, se la llevó a su cantón.

El Iván es pálido, no, no por este pedo, él ya es pálido de nacimiento. No es güero. Antes de este desmadre tenía los ojos cafés, pero ahora los tiene negros como yo. Es un efecto secundario, los ojos negros, la piel correosa como de cocodrilo y dos tres cosas más. Total, que al Iván se le ocurrió llevarse a la Niña a su casa y una vez a la semana la fletaba en la ventana y ponía rock del más pesado. Luego de un día para otro ya tenía su minicongregación de la Patrona. Se juntaban afuera de su casa como quince cabrones con sus muertes. Eso sí, la del Iván era la más grande y la única negra; las otras eran verdes, rojas y amarillas. Fumaban mariguana, escuchaban metal pesado y hablaban de trucos para que la Santa te hiciera favorcitos, muy devotos los morros. Al chile al Iván le valía verga ese pedo. Él ni creía en esa madre, era para meterles pánico a dos tres putos. Y le sirvió. Los pelones lo dejaron en paz. Le sacaban que se los fuera a encomendar a la patroncita.

No sé cómo fue que el Iván se metió en este pedo. El vato no habla de eso. Lo que sí sé es que se cambia de colonia bien seguido. Cada diez años vende el cantón y deja todo atrás. Pero del barrio donde vivió hace poquito salió juido antes de tiempo porque se le fue el caico y mató a un puto. Se la hicieron de pedo, el güey no se controló y se quebró al culero. Lo destrozó, neta lo destazó. Uno agarra una fuerza como sobrenatural con esta maldición. Así de flaco como me ves, de un estirón estando bien enchilado sí le ando arrancando el brazo a un puto. Uno tiene que controlarse porque no puedes llamar así la atención, mijo. Por eso el Iván usaba el paro de la Santa, para que no tuviera que darse tiros ni lo apañaran.

Cuando miré a mi carnalito tirado en el piso con su cabeza toda destrozada, sentí un chingo de impotencia porque en ese tiempo yo estaba todo chupado por la piedra y no me pegaba un tiro. Además estoy bien sotaco y de un putazo me abrían a la verga. Mido uno cincuenta y cinco, mijo. Estoy chaparrito. Me quedé nomás mirando cómo se tronaban a mi carnal sin poder hacer nada y me dio para abajo bien culero.

Nomás vieras la impotencia, ése, de pasar todos los días por el barrio donde se juntaban los pelones que mataron a mi carnal y verlos a los ojos y tener que tragarme las lágrimas y la rabia y el coraje. Los perros me retaban con la mirada, escupían el piso, me gritaban: ¡Qué, puto! ¿Quiere pedo, mi perro? ¡Pues véngase! Y yo nomás agachaba la mirada y caminaba más aprisa, bien maricón. Al que mató a mi carnalito le decían el Barbie. Era un vato güero como galán de telenovela, ojo verde, todo rayadote. ¿Topas Sangre por sangre? Pos haz de cuenta el Mikklo, mijo. Lo que tenía de carita lo tenía de culero. Pasándose de verga, el perro.

Le guardé luto a mi carnalito un año. Todo ese tiempo dejé de ponerle a la piedra, echar caguama y dedicarle rolitas a las jainitas. El escapulario que me regaló me lo fleté en la mano y no me lo quitaba ni para bañarme. Iba nomás del trabajo a la casa y en veces me daba un gallo en honor al Ferrari, así le decían a mi carnal. Pero todo este pedo empezó un día que una morrita me hizo ojitos en el camión y pues qué te digo, ése, caí. No me juzgue, perro. Imagínese un pinche año sin que bailara el muñeco, ¡ya sentía que los tanates me iban a explotar a la verga!

Caí y se me hizo fácil bajarme del camión con ella y encaminarla a su cantón. Me regresé a riel a mi casa ya de madrugada y cuando venía bajando por mi cuadra vi un desmadre. Los del barrio de la Guadalupe habían bajado a hacerles un desvergue a los Pelones. Putazo viejo, gritos. Tronaron cuetes. En medio de todo el pedo guaché al Barbie con un bat y que se me hace fácil correr hacia el centro de la riña y hacerla de pedo.

El primer batazo me aturdió. Un zumbido en los oídos. Pas-pas-pas. El crujir de los huesos de mi cráneo. Pum-pum-pum. Mis sesos se movieron de lugar. Oscuridad. Olor a sangre. Morder el polvo. Lluvia de putazos. Patada vieja. Batazo. Es el carnal del Ferrari, no vale verga. Vámonos, Barbie. Calles más adelante lo apañó la tira y se lo llevaron detenido. Sí, mijo, al Barbie se lo llevaron y lo guardaron en el penal.

Sirenas cantando a lo lejos. Vi una luz blanca y sentí un dolor bien culero y bien mamón en el cuello. Era como la mordida que una araña o como el piquete de un alacrán y como el chupetón de una morra bien guarra. Sentí clarito cómo toda mi sangre abandonaba mi cuerpo. Abrí los ojos y lo único vi fue al Iván dándome tremendo beso en el pescuezo. Carnal, ¡suéltame, no soy joto, mijo!, le dije. Me cargó en su lomo y me dejó en la puerta de mi cantón. Mi jefa me metió todo puteado.

Duré toda la noche tumbado en la cama. Me dolía bien mamón todo el cuerpo. Me sentía bien puteado. Como cuando traes la eriza, diarrea y gripa al mismo tiempo. Mi cuerpo se retorcía como se retuerce un cuerpo cuando necesita una dosis de heroína. Un repente me dio por echar la guácara. Vomité sangre y me asusté. Luego sentí como espasmos dentro de mi barriga, como retorcijones de empacho en la panza. Y no me vas a creer que vomité mi bofe, mijo. Y no nomas mi bofe, vomité mi intestino, mi hígado, mis riñones y todo lo que uno tiene adentro del cuerpo, menos la matraca. Mi cuerpo quedó vacío por dentro. Sin sangre, sin órganos. Sólo con el corazón y el cerebro. Mi piel se empezó a podrir. Yo le gritaba a mi jefa: ¡Jefa, jefa! Pero era un grito que no salía de mi boca, se quedaba como atorado en mi garganta. Me dio tremenda comezón en todo el cuerpo y al rascarme se me venían pedazos de piel, pinche asco, ése. La carne me quedaba al rojo vivo y de la nada surgía otra piel dura y rasposa. Me quedé dormido.

Cuando me desperté salí al patio y el sol me caló bien gachote en los ojos y me dio picazón en la piel. Es molesto pero no insoportable y se puede controlar cuando le agarras el pedo. Total, ése, que caminé al baño y me miré en el espejo y tremendo gritote que pegué cuando guaché mis ojos, negros, negros, negros. Y ni un solo golpe. Me sentía como nuevo. Como fuerte. Más cabrón. Poderoso. Bien perro, mijo. Alcancé a escuchar que mi jefa estaba deshebrando queso en la cocina. Te juro que escuchas hasta las pisadas de los chingados asqueles. Y puedes oler cosas que ni te imaginas que tienen olor.

Mi jefita mi abrazó y me besó cuando me vio entrar a la cocina. Mijo, no te andes peleando, no seas pendejo, te pueden matar, idiota. Y me arrimó dos quecas y una salsita de molcajete bien chingona. El jitomate asado, ácido. La cebolla, dulcecita. El chile verde, bien picosito. Bien chingón. En mi perra vida me había sabido tan chingona una comida. La pura delicia. Mijo, qué te paso en la mano, fueron esos perros, me dijo mi jefa y me apuntó la muñeca. ¡No mames, amá, qué traigo! Me asusté un chingo, ése. Era como una quemada con ronchas y el pellejo levantado. Perra vida, se me hace que ese pinche darketo culero me metió al chamuco y el escapulario me anda haciendo corto circuito.

Ese mismo día regresé a trabajar a la obra y cuál va siendo mi sorpresa que cuando quise levantar un bote con mezcla apenas si sentí su peso. Esa madre pesaba veinte kilos y yo la sentía como de uno. No, pos que me emociono y puse varias cubetas en una carreta y di varios viajes. Ahí me tienes en chinga. De media cuchara me subieron a maistro ese mismo día, como magia, mijo. Pinche fuerza y rapidez perrona. De un putazo doblé una barrilla de metal de esas de las grandotas. Qué vergas, no mames.

Pero yo tenía la espinita, ¿qué chingados me hizo ese pinche darketo culero? Pero no me animaba a preguntarle nada porque al chile yo sí creía que era sacerdote de la niña blanca y me daba miedo el puto. Pero la comezón de la mano cada día estaba más culera así que me armé de huevos y me le senté a un lado en el camión. ¿Qué pedo, perro? ¿Qué me hiciste, culero? ¿Qué, mi homie, nunca has visto Crepúsculo? No seas puto, le dije. Es neta, perro. Comete diario dos gorditas de rellena y quítate esa madre de la mano o te va cargar la verga, y se bajó a la chingada. Desde entonces hablamos dos tres en el bus. Ya hasta me está cayendo bien, el perro.

Con los días la herida del escapulario que me regaló mi carnal se empezó a poner peor. La piel ya estaba negra, y la comezón culerísima. Pero yo no me lo quería quitar por sentimiento. Me daba reteharta tristeza. Era lo único que tenía de mi carnal. La hizo con sus manitas, mijo. No, no y no. Prefería que me cargara la verga a quitármelo.

Yo me la rolé normal. Mis dos gorditas de moronga en la mañana. Mi platicada con el Iván en la ruta. Mis quince carretas de ciento cincuenta kilos de mezcla todos los días. Y sus rolitas a la jainita del autobús. Pero la chingada putrefacción de la mano se empezó a extender al brazo. Como quiera me ponía un guante, al cabo sabía que no me iba morir porque uno no se muere con este pedo. No te mueres ni aunque te maten. Pero sí me daba asco que todo el cuerpo se me pusiera podrido, negro, mal oliente.

Mijo, no te miento. Como Dios da, Dios quita. Un día en la mañana me eché un baño y que me voy viendo un gusano en el brazo, un gusano de esos blanquitos que se le hacen a la comida echada a perder. Ya me cargó la verga, pensé. Ni modo carnal, allá nos vemos. Porque haz de cuenta que si te suicidas sí te mueres. Porque el dominio sobre uno mismo precede, ése, a todas las bendiciones y a todas las maldiciones. Yo ya me imaginaba rolando un gallo con el Ferrari allá en el otro mundo, pero ¿qué crees que pasó? Haz de cuenta, mijo, que yo venía de planchar con mi jainita y que guacho al Barbie muy vergas presumiendo que ya había salido del penal, estaba sentado en la esquina dándose un focazo. Escupí al piso y el perro muy mamón se me quedó viendo como retándome, muy acá. Le sostuve la mirada. Como que se sacó de onda con mis ojos negros. La calle estaba desierta. Cuatro de la madrugada. Te va cargar la verga como al Ferrari, me gritó y se me dejó venir con un pedazo de vidrio en la mano. Le quebré el brazo. Luego una pierna. Le di un puñetazo en la cara y le reventé la mandíbula. De un golpe le atravesé el estómago. Le arranqué los brazos. Las piernas. Y la cabeza. Los destacé. Los descuarticé. Estaba fuera de mí. Me convertí en monstruo porque soy un monstruo. Me arranqué el escapulario del Ferrari y me persigné con él. Descansa en paz carnal, dije, y lo arrojé sobre los restos todos del Barbie. Me fui a mi casa y me forjé un porro.

Este cuento fue publicado en la Antología del Encuentro de Narradores de Aguascalientes (Instituto Municipal Aguascalentense, 2018)



Dahlia de la Cerda (Aguascalientes, Aguascalientes, 1985). Estudió la licenciatura en Filosofía en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. En 2009 ganó el certamen literario “Letras de la Memoria” convocado por el Centro Cultural “Los Arquitos”. Fue becaria del PECDA (2015) y del FONCA (2016, 2018).

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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