ESCRITORES DE AGUASCALIENTES (1985-1997) | CUENTO  / junio-julio 2019 / No. 80



Arlequín



Iba a mirar a su jefe a los ojos y a decirle que el condón se les rompió o que ella-le-dijo-que-se-cuidaba. Habían sido responsables. Se habían cuidado. Neta. Éstas eran cosas del destino. En fin. Si te toca aunque te quites. ¿Verdad, papá? ¿Verdad que sí?

Neta, jefe, la culpa la tienen mis vagabundeos sobre su espalda, los aromas que bailan y forman ese hueco, a donde el tiempo va a esconderse cuando se cansa de andar. Es que así decía el poema que Paty le había escrito. No le entendía ni madre pero sonaba chido.

Era mucho darle vueltas. Nada más se había venido poquito en ella. Ella tampoco lo quitó. Había estado chido, como acá, amor verdadero, chingón; aunque luego se le figuraba que ella nomás le daba chance. Ya se le había atrasado antes. Todo leve. No pasa nada.

¿Por qué siempre pensaba que todo iba a salir culero? Neta qué necesidad. No había pasado las otras veces. Él era un máster en controlar sus mecánicos. A lo mejor se los había echado dentro, pero poquito. Seguro no alcanzaba con eso.

Y bueno, va, suponiendo, ¿cuánto cuesta un aborto? Seguro que su jefe le ponía el dinero. Hasta iba a saber quién podía hacérselo a Paty sin que la destriparan con un machete en un rastro con fetos abortados colgando de ganchos, como los de la portada de Cannibal Corpse.

Su jefe era ginecólogo. No había pedo. Además, tenía problemas más cabrones. Neta. Se había llevado tres asignaturas por las escapadas con Paty al rancho de la salida a San Luis. Necesitaba conseguir los apuntes para pasar los extras.

Sí, no valía la pena. Si algo pasaba lo iban a arreglar sin chingar ninguna vida. De cualquier forma, nadie aquí quería un...

—Vas, güey.

—¿Eh?

—Que sigues, no te hagas güey, ya perdiste la reina.

—Va, va.

¿Y cómo acabó todo pinche preocupado? Qué pedote. Mario miró el peón que estaba a punto de mover. Pinche Mario, siempre jugaba igual esta madre. Sobre la reina. Y como él se distrae pensando mamadas, gana. No importaba. Le ganaba cualquier día, o ninguno. Neta.

Se tanteó las bolsas. El Mario pateó la cajetilla abajo de la banca. No supo cuándo se le había caído. Estornudó por el puto polen de la temporada. De todas formas le cagaba la universidad.

Allá otras personas más felices, más relax, reían en una de las mesas de la cafetería. Acá enfrente otras personas más brillantes, más chidas, sacaban copias de los apuntes que él también ocupaba. No les hablaba a esos güeyes ni a aquéllos. Ni pedo.

Pensar en eso lo ponía denso. Él no podía vivir así, normal. Iba a perder en esta madre y se iría con Paty al rancho. Iban a intentar hablar, pero no les iba a salir. Cogerían de nuevo. Todo seguiría igual. ¿Para qué chingados se preocupaba?

A lo mejor pensar bien si era un retraso o si esas dos gotitas ya se estaban haciendo un bebé. Chingado. Por pinche caliente. Se lo imaginaba allá dentro. Si se lo imaginaba mucho el bebé despertaba. Y estaba mal. Era uno de esos bebés arlequín, como el que vio en Faces of Death.

Él no creía en el alma, pero sí le daba ansias pensar qué tan conscientes eran los fetos. Se sentía culero pensar que todo lo que iba a vivir era cómo lo sacaban a pedazos, como un pinche muñequito: las piernitas, los bracitos, la cabecita y lo demás. A lo mejor ni sentía ni pensaba. O muy poco.

Pero cuando Paty llegue le va a decir que todo chido, que ya. Como las tres veces pasadas. Primero se sentía chido, luego culero. La bronca es que la neta no la amaba, nomás que le latía un chingo. Estaba bien buena y no se podía aguantar. Y si ella quería seguir él también iba a querer. Neta.

Y si no, ¿qué tan caro era un aborto? Un llanto de bebé le llegó de algún lado. No sonaba acá de miedo. Miró a su alrededor y no ubicó de dónde venía. Luego escuchó la voz de Paty diciendo:

—Adivina.

¿Un bebé?, pensó.

—Hola, mi amor.

Mario se quitó las manos de los ojos y levantó el rostro hacia su novia. Se besaron. Paty saludó al amigo-con-el-que-su-novio-jugaba-ajedrez y luego se sentó en el regazo de su novio. Mario la abrazó por la cintura. Platicaron de mamadas. Paty no le hacía ninguna seña. Siguió buscándole los ojos a Paty hasta que perdió el juego de ajedrez. Cuando se desesperó, se levantó y les dijo que ya se iba. Le mandó mensajes a Paty todo el fin. Ella no le contestó. Se preocupó un chingo por el pedo. Se le hizo gacho que la morra nunca le dijo qué pedo. Siempre que se acuerda siente culero. Neta.



José Pérez (Aguascalientes, Aguascalientes, 1985). Narrador. Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ha publicado La política del silencio (Instituto Cultural de Aguascalientes, 2007). Fue director editorial de mexicokafkiano.com. Es autor del contenido de hijodeperez.com, y director editorial de impetuosa.org

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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